Para Hedva Felman, vivir periodos de guerra en Kfar Szold no es nuevo. Oriunda de Buenos Aires, emigró a Israel hace más de cincuenta años, y se instaló en este kibutz, cercano a la frontera con el Líbano. Ella y su familia sufrieron los cañonazos sirios en la Guerra de Yom Kipur (1973), los katyusha de las milicias palestinas en 1982, y proyectiles de Hizbulá en 2006, en las dos anteriores guerras del Líbano. “Pero esto es algo que todavía no vivimos, esto es extremadamente intenso y difícil”, reconoce.
Desde septiembre de 2023, Hedva y Avi, su marido, no pisan su casa. Van a cuestas con la misma maleta que cargaron para viajar a su Argentina natal. Desde el pasado 7 de octubre, han vivido refugiados en casas de amigos en Barcelona y Tel Aviv. En ninguna de las guerras del pasado, el gobierno ordenó desalojarlos. “Los misiles del enemigo son más potentes y precisos, pero vaciar de gente el norte y el sur nos debilitó”, considera esta maestra jubilada. Con la “guerra de desgaste”, Hizbulá paralizó la vida y la economía en decenas de comunidades fronterizas.
A Hedva le aterra el porvenir del conflicto en el Líbano. El pasado miércoles, un día después de iniciarse la invasión terrestre, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) anunciaron la muerte de ocho reclutas, así como otros veinte heridos graves, tras los primeros choques con efectivos de Hizbulá. En el estado judío, cada pérdida de un soldado se vive casi como la muerte de un hijo propio. “Tenemos la experiencia de dos guerras en el Líbano, que fueron muy crueles”, remarca.
Pese a la incertidumbre y la fatiga mental que les corroe, Hedva suspiró de alivio esta semana, cuando las FDI revelaron las 70 incursiones secretas realizadas en los últimos meses en territorio libanés, en que se desmantelaron túneles, bases y almacenes de armas de la milicia chií. “Podríamos haber sufrido lo mismo que Kfar Aza o Be’eri (kibutz del sur atacados por Hamás), o una situación incluso peor. Esto añade más inseguridad, pasaron años preparando una invasión”, dice. Y añade: “vivíamos sobre una bomba de relojería a punto de estallar”.
Los residentes del norte de Israel se preguntan por qué se permitió a Hizbulá expandir su poderío militar junto a la frontera. Y se sienten decepcionados: “perdí a dos exalumnos en la guerra, y todos mis excompañeros están desplazados como nosotros. Nadie sabe cómo ni cuándo terminará esto, y no confiamos en quienes nos dirigen, lo cual agrava el problema”, confiesa. Un año después del 7 de octubre, Netanyahu aseguró que el retorno de los 80.000 desplazados del norte es ahora un objetivo de la guerra. Pero dado el precedente de Gaza -donde la guerra no terminó-, presienten que el frente libanés se alargará en el tiempo.
“La condición esencial para volver es que estemos seguros. Debe haber una franja de seguridad permanente con soldados nuestros desplegados, pero es imposible saber cómo terminará esto”, matiza. Hedva y su familia están “agotados de vivir con inseguridad”, pero dada la voluntad de Hizbulá de combatir a expensas del alto precio que paga el pueblo libanés, no se siente que la situación se pueda revertir. “No quiero ver a mis nietos durmiendo con sus padres porque tienen miedo, o que no puedan ir a la escuela o a jugar por miedo a que les bombardeen. 54 años de esto fueron suficientes”, insiste.
Como tantos judíos de la diáspora, los Felman emigraron a Israel “porque es nuestro país. Vinimos por un ideal, y construimos el kibutz, donde nacieron mis hijos y nietos. Mis hijas sueñan con volver, es nuestro lugar en el mundo”. En tiempos normales, Kfar Szold es un enclave tranquilo, rodeado de naturaleza y con un sólido espíritu de comunidad. En los años fundacionales del país, los Kibutz, de fuerte inspiración socialista, lideraron la construcción y la defensa de las fronteras del joven estado judío.
Ahora, comunidades cercanas a Kfar Szold lucen totalmente arrasadas. Son poblados fantasma donde no se mueve ni un alma. “Manara o Metula ya no existen, no quedan casas por bombardear. Kiryat Shmona, la capital de la región, recibe misiles a diario. Costará años reconstruir todo, pero lo más difícil será la parte sentimental”, aclara Hedva. El paisaje idílico también cambió: “los proyectiles causaron tantos incendios, que las montañas y los ríos donde paseamos están quemados”, añade.
La naturaleza cicatrizará, las casas se levantarán, pero la gente necesita “sentir que está cuidada. Sin esto, es imposible volver”, insiste. Sus hijas, como tantos otros residentes de la zona, siguen pagando alquileres e hipotecas de sus casas, mientras asumen el coste de una residencia temporal en otras zonas de Israel o el extranjero. “Mis nietos ya se acostumbraron a Tel Aviv, tienen colegio, actividades y nuevos amigos”, aclara.
En su residencia y rutina temporal en Tel Aviv tampoco viven en paz. Por suerte, el ataque de misiles balísticos de Irán les agarró en el apartamento, donde disponen de cuarto blindado. Los estruendos retumbaron sobre sus cabezas. En Yaffo, cerca de su localización actual, dos terroristas mataron a siete transeúntes. “El jueves había un silencio estremecedor en las calles, la gente tiene miedo a salir”, concluye. Pero tras celebrar el año nuevo judío, Hedva confía que las cosas no pueden ir peor que en el último año, y sueña con deshacer definitivamente la maleta en su hogar.