Ella los conoció de madrugada, el 7 de julio de 2016, cuando se quedó descolgada del grupo con el que iba. Estaban sentados en un banco de la Plaza del Castillo, en Pamplona. Aquel encuentro cambió, de manera indiscutible, la vida de los seis. Pero cómo vivió cada uno en su fuero interno lo que pasó en ese cuarto minúsculo de un portal elegido al azar, sólo lo saben ellos. Lo evidente es que ella lleva ocho años en tratamiento psicológico, ocultando al mundo que es la víctima de ‘la Manada de Pamplona’. No ha rehecho su vida, ha empezado otra. Sólo dos amigas de su círculo más cercano saben qué le pasó y la última vez que lo verbalizó fue en sede judicial. “Y no quiere hacerlo más. No puede”, aclara su abogada, Teresa Hermida.
Prueben en casa a delimitar el espacio en el que la violaron. Según recoge la sentencia, se trataba de un habitáculo de forma irregular y tamaño reducido, una zona sin salida de 2,73 cm de largo, por 1,02 cm de ancho y 1,63 cm de ancho. Piensen en un cuarto de baño vacío sin ventanas y sitúense en el medio, rodeados por cinco personas que hablan entre sí pero sólo le dirigen la palabra para darle indicaciones sobre qué hacer, cómo y a quién. Y reflexionen si realmente harían o dirían algo parecido al “no es no”, que tanto se le recriminó a la joven que callase, o si quizás no harían otra cosa que cerrar los ojos la mayor parte del tiempo, como hizo ella.
No es no y sí es sí
En la causa constan siete vídeos de 98 segundos en total y dos fotos, que apenas recogen un instante de los quince minutos que estuvieron en ese cuarto, de acuerdo a las imágenes aportadas por las cámaras de seguridad del exterior. 98 segundos que para ella fueron una eternidad y que en cambio ellos difundieron sin más en los chats “la Manada” y “Disfrutones SFC”, con comentarios del tipo “follándonos los cinco a una, vaya puto desfase” o “todo lo que cuente es poco”. Durante la instrucción, uno declaró que lo grabaron para sentirse protagonistas de su propio vídeo porno. Ninguno usó preservativo.
A José Ángel Prenda, Alfonso Jesús Cabezuelo, Ángel Boza, Antonio Manuel Guerrero y Jesús Escudero los localizaron en tiempo récord para ser una ciudad tomada por miles de personas vestidas de blanco y con pañuelo rojo. Pero había más pistas: sevillanos, algún barbudo y tatuados. Tan confiados de su inocencia, que incluso Guerrero le enseñó lo grabado a los agentes municipales que les interceptaron. Guardia civil de profesión, estaba convencido de que no había cometido ningún delito. Así lo mantuvieron él y todos, cual manada, durante la fase de instrucción y en el juicio celebrado un año después. La única variación que hicieron en su argumento exculpatorio fue pasar de un “hicimos lo que quería porque ella llevaba la batuta” a un “como no dijo que no, entendimos que era un sí”.
‘La Manada’ enjaulada
En 2016, los cinco de ‘La Manada’ tenían entre 24 y 27 años. Todos, menos Jesús Escudero -peluquero de profesión- contaban con antecedentes, desde hurto, lesiones, robo con fuerza… Prenda era un conocido miembro de la peña ultra del Sevilla CF, los “Biris Norte”; Cabezuelo era militar de la Unidad Militar de Emergencia y Boza no tenía estudios básicos. Fue el último en incorporarse al grupo de ‘La Manada’ y no participó en los hechos ocurridos en Pozoblanco (Córdoba), el 1 de mayo de 2016. Hasta donde consta, esa sería su primera víctima, la primera joven a la que grabaron mientras la manoseaban en el asiento de atrás de un coche. Su primera hazaña sexual en grupo, penada con 18 meses de prisión. Aunque en realidad, nunca se ha descartado que haya más víctimas y que esa no fuera la primera vez que salían de caza.
Dos días después de la violación en Pamplona, el 9 de julio de 2016 entraron en prisión provisional sin fianza. Y dos años después, con el juicio ya celebrado y a la espera de condena, quedaron en libertad condicional. Reingresaron en junio de 2019, en distintos centros penitenciarios y con distintas penas, que van desde los 15 años por violación en adelante.
Ángel Boza, el benjamín de ‘La Manada’, es el que tiene una condena más baja; únicamente por la violación. El Supremo acaba de concederle, esta semana, la rebaja de un año de acuerdo con aplicación de la ‘ley del sólo sí es sí’, que deja su deuda con la justicia en 14 años entre rejas. Además, está realizando el curso para agresores sexuales en la cárcel de Albolote, Granada. Él y el exmilitar, Alfonso Jesús Cabezuelo, que cumple 21 años de condena en la cárcel salmantina de Topas (por violarla, grabarla y cometer los abusos sexuales de Pozoblanco), son los únicos que han dado ese paso adelante, requisito indispensable de cara a beneficiarse del tercer grado. Otro es el perdón.
“No quiero vuestro perdón. No me lo creo”
En julio de 2021, tras el quinto aniversario de la violación múltiple, José Ángel Prenda envío una carta a la Junta de Tratamiento de la prisión Puerto III de Cádiz en la que reconocía la violación y pedía perdón a la víctima. ‘El Prenda’ está condenado a más de 19 años por la violación y grabación de Pamplona, y por los abusos sexuales a la joven cordobesa. Es un preso que no da problemas, trabaja en cocina y se ha casado estando en régimen penitenciario.
Su misiva no surtió el efecto deseado. Por un lado, no obtuvo el permiso y se entendió que iba firmada sin el menor poso de arrepentimiento; por otro, creó una fisura en el resto de ‘la Manada’, al considerar que su desmarque cual lobo solitario los había perjudicado. Los otros cuatro han comunicado su perdón dentro del ámbito de Instituciones Penitenciarias. Indiscutiblemente, la carta de Prenda fue un tremendo golpe más para la víctima. En su vida de terapias, condicionada para siempre a intentar convivir con el recuerdo de la violación infringida, le pidió a su abogada que por favor les hiciese llegar un mensaje: “No me volváis a escribir, no quiero vuestro perdón. No me lo creo”. La prueba de que poco o nada había cambiado lo tuvo en otro gesto, a cuenta de la indemnización fijada por el Supremo en 100.000 euros a pagar de forma conjunta y solidaria. Al margen de que todavía no han abonado ni la mitad, en gran parte gracias al embargo del piso de uno de ellos, Antonio Manuel Guerrero solicitó poder pagarla en cómodos plazos de 10 euros al mes. Se lo denegaron.
El exguardia civil de ‘La Manada’ suma la pena más alta de los cinco, 23 años y un mes, que está cumpliendo en el penitenciario Sevilla I. Es el único que ha hecho suyo el cliché del reo que estudia Derecho entre rejas. Preso modélico, ha tenido un hijo durante este tiempo. Al igual que Jesús Escudero, el peluquero del quinteto, que continúa ejerciendo en el penal de Huelva. En su caso, alcanza los 17 años y 10 meses. Como el resto, confía en que, tras la rebaja concedida esta semana por el Supremo a Ángel a Boza, se produzca el efecto dominó.
‘La Manada virtual’ y el derecho al olvido
No lo han planteado como tal, pero quizás es lo que les gustaría que les aplicaran: una especie de derecho al olvido, un borrón y cuenta nueva, un aquí paz y después gloria. Hay quien vaticina que ‘La Manada’ es carne de platós de televisión y que su futuro pasará por buscar la fama a costa de cambiar el relato. Quién sabe. Lo cierto es que, a día de hoy, su estrategia se centra en pasar desapercibidos. En este sentido, su abogado Agustín Martínez -que ya no representa al exmilitar- ha declinado participar en este reportaje de ‘Artículo 14’ “para no favorecer la publicidad del caso”.
Sin embargo, la huella que han dejado sus clientes en la sociedad es imborrable y la batalla procesal no ha terminado. Ocho años después, el bufete que representa a la víctima sigue litigando en juzgados de toda España las causas abiertas contra la llamada ‘Manada virtual’, aquellos que difundieron datos y fotografías de la joven, que la revictimizaron en redes sociales, que la volvieron a lanzar a los leones. Hermida, su abogada, llegó a pedir una orden de alejamiento contra un individuo que la seguía de juicio en juicio por ser quien es: la defensora de la víctima.
“Ha sido tremendo y no sé si ella se recuperará algún día”, confiesa Teresa Hermida. “Esta semana, la del aniversario, intento no hablar con ella. Sé que se aísla. No ve la televisión ni escucha la radio ni abre internet. No vio el documental (‘No estás sola: la lucha contra La Manada’) ni lo va a ver. Si por casualidad le salta la foto de ellos vestidos de blanco en San Fermín, se bloquea. Si yo le toco por detrás el hombro, se gira sobresaltada”. Y no avanza más ejemplos por duros, por íntimos.
Pero me apunta con cierto orgullo una convicción que tuvo incluso antes de ser su abogada, que jamás dudó y que siempre la creyó.