Hemos dado un paso hacia delante. Ahora ya sí, por fin, somos cada vez más los que no dudamos en señalar al sistema como principal culpable de la no-actuación ante los casos de violencia de género. Cada vez más nos atrevemos a poner en duda la eficacia de las herramientas existentes para proteger a una mujer víctima de violencia de género. Un paso en firme que paradójicamente, a su vez, se convierte en un tropiezo al hablar de violencia vicaria. Que no es otra que una de las formas más crueles que existen al ejercerse la violencia contra la mujer.
Resulta contradictorio, pero es así. Nos equivocamos y debemos permitirnos aceptarlo para entender cómo no fallar a los más pequeños. Esta reflexión nos invita hacerla la jueza Isabel Giménez en Artículo 14: “Está claro que el sistema está fallando, no porque no haya herramientas, que las hay, sino porque no todo el mundo las utiliza o sabe cómo utilizarlas. Cuando en el año 2024 hablamos de que hay 8 niños asesinados a manos de sus padres, está claro que ahí hay algo muy importante a examinar y es una evidencia de que el sistema falla. Pero es que, además, hay un hecho en el que muy pocas veces reparamos: la credibilidad que le damos, o que queremos darle, a un niño expuesto a un entorno de violencia de género. No sólo como jueces y juezas, sino como sociedad”.
El término violencia vicaria lo acuña Sonia Vaccaro, psicóloga y perita judicial, experta en victimología y violencia contra las mujeres, sus hijas e hijos, en 2012. La definición que da, ya conocida entre la sociedad, es “la violencia contra la madre que se ejerce sobre las hijas e hijos con la intención de dañarla por interpósita persona”. Cuando Vaccaro definió este tipo de violencia contra la mujer, no habló única y exclusivamente, de su forma más brutal, que es la que termina en el asesinato de los niños, sino en su concepto más amplio: violencia. Sea cual fuere esa violencia.
Preguntada por ello en este medio, Vaccaro insiste: “Debemos comprender que en la violencia de género las hijas y los hijos siempre son víctimas de la violencia que padece la madre. Aunque la violencia vicaria que más identificamos es la violencia vicaria más extrema, que concluye con el asesinato o la desaparición de las criaturas, debemos entender que existe una violencia vicaria cotidiana o habitual que también ejerce el maltratador. Y es en esa en la que debemos poner el foco. Deberíamos visibilizar permanentemente a los niños porque son los grandes olvidados de todas las causas, también de las judiciales y de cualquier proceso en el que ellos sean partícipes.”
Y a esta otra reflexión, se suma también Giménez. Ninguna violencia es banal. “No debemos banalizar en ningún caso la violencia, en ninguno de sus términos”, asegura, cómo conocedora de causa, que avanzar como sociedad es eso. Y, por ende, avanzar en materia de violencia de género. “Es importante tener las leyes, que existen, pero también tener en los tribunales, en todos, equipos bien formados para tener esa perspectiva”, concluye. Se refiera a la educación en el trauma, a la sensibilización, a las ganas de escuchar y, sobre todo, a las ganas de creer. A mujeres y también a los niños.
“A los niños hay que escucharlos. Insisto, hay que escucharlos. Y cuando relatan situaciones de violencia o malos tratos, hay que tener eso como un riesgo inminente para protegerlos. No solo yo como jueza. Sino también el familiar al que el niño le cuenta. El profesor que percibe. Luego ya investigaremos. Concluiremos. Y habrá sentencia. Pero si no los escuchamos o no los creemos, difícilmente vas a protegerlos”, concluye.
Giménez puede hacer estas afirmaciones porque es pionera en una forma de hacer justicia: la que vela por el interés de la infancia en un proceso judicial de violencia de género. Acostumbra, cuando es necesario, a incluir en sus sentencias una carta para los hijos e hijas de madres víctimas de violencia machista. En ellas trata de explicar, con un lenguaje sencillo y accesible, por qué “ella cómo jueza” ha “decidido” que no podrán ver más a su padre – agresor de su madre y de ellos mismos.
Una fórmula que avalan psicólogas cómo Vaccaro: “Lo que nosotras vemos, compañeras y yo, cuando un niño recibe este tipo de cartas, o mensajes por parte de cualquier autoridad pertinente, es que los niños que han sufrido esas situaciones de violencia de género, se sienten aliviados y vuelven a recuperar intereses de la vida cotidiana, como hacer deporte. Como si volviesen a nacer.”
Y todo esto es porque alguien se tomó la molestia de escucharlos y creerlos. Un refuerzo y una imperiosa necesidad para que una mujer víctima de violencia machista pueda confiar en el sistema.
Porque hablar de esas hijas e hijos, hablar con ellos, escucharlos a ellos, y preguntarnos el cómo protegerlos es también proteger a las mujeres víctimas de violencia de género.