Violencia en tres actos, la historia de María Elena

Una víctima de Nicaragua narra cómo tras recibir tres ataques físicos decidió romper con su marido y padre de su hijo

Hoy es una mujer feliz. Sus amigos y compañeros le preguntan cómo puede tener siempre una sonrisa en la boca y ser tan positiva. Muchos sin saber que su risa es la de una mujer que ha vuelto “del infierno”. Dicen que a la tercera, va la vencida. Una frase hecha que se cumplió con ella. Su pareja la agredió en tres ocasiones de forma física, pero antes, se había cebado con control, maltrato emocional y económico. ¿Qué pasa por la cabeza de una joven cuando se da de bruces con la violencia de género?

María Elena (nombre ficticio) llegó a España sola. No conocía a nadie. Con 25 años abandonó Nicaragua y allí dejó a sus dos hijos pequeños, a su familia, amigos, conocidos, su vida entera, en definitiva. Buscaba un futuro mejor y se arriesgó. Era una mujer alegre  y no le tenía miedo a la vida. Al poco tiempo, y tras una entrevista laboral, un empleado de esa misma empresa contactó con ella a través de Facebook. Quedaron, se conocieron y a los cinco meses se fueron a vivir juntos. Todo muy rápido, sin tiempo a reflexionar. “Caí muy fácil. Estaba sola y me refugié en él. Al principio pensé que me tenía exceso de amor porque estaba muy atento, me escribía, me llamaba. Si llegaba a casa y estaba en el gimnasio, me iba a buscar, si estaba haciendo la compra, igual”, recuerda. Una sombra que reconoce que despertó algún recelo fugaz ante el evidente acoso, pero que ignoró.

“Se empezó a sentir superior. Gritaba y golpeaba los muebles”

El primer cambio ocurrió cuando este hombre encontró trabajo. Al principio de la relación, él no trabajaba y tenía una actitud más llana. Fue conseguir seguridad laboral y su ego se infló al tiempo que su cuenta corriente. “Se empezó a sentir superior“, explica ella. También le escamó, y también lo dejó pasar. La segunda vez que mutó su comportamiento tuvo lugar cuando el hermano de María Elena se mudó a España. “Siempre había problemas con él, no le gustaba. Ni él ni nadie de mi familia. Me decía que solo me hacían caso por temas económicos”, apunta. Fue intoxicando a María Elena, martilleando dudas en su mente y aislándola mientras ella pensaba que realmente miraba por su bien y se preocupaba.

El día de la boda todas las sospechas de María Elena se agolparon y le provocaron un ataque de ansiedad, se echó a llorar sin saber por qué y de nuevo, dudó. Sin embargo creyó que los nervios le jugaban una mala pasada. Estuvieron juntos dos años y decidieron traer a los hijos de María Elena a España y fue, en ese momento, cuando sucedió el tercer cambio, el más acusado. Parecía como si los dos niños de 11 y 9 años le irritasen y los insultos y empujones comenzaron a sucederse. “El cambio fue total, pero yo me sentía atada a él por mis hijos“, señala.

El primer ataque

Se volvió el triple de exigente y todo comenzó a deteriorarse hasta el punto de tener que aguantar ofensas por parte de la familia de su marido. Además, María Elena no podía decidir en qué gastar el dinero que ella ganaba, pero que iba a la cuenta conjunta. Se negó, por ejemplo, a darles dinero para que se cortasen el pelo o comprar una botella de agua en la playa en un día caluroso y con los niños muertos de sed. Si algo le contrariaba, gritaba, daba golpes a los muebles e insultaba. Los pequeños le tenían miedo y les provocaba mucha ansiedad.

Esa Navidad se fueron a la casa en el campo de los padres de él a celebrar las fiestas. Los desmanes y las malas palabras a ella y a los pequeños eran continuos, les molestaba todo y acabaron insultando al mayor que, en ese momento, tenía 12 años. María Elena saltó: “Solía apartarme cuando me atacaban a mí, pero no podía consentir que se lo hicieran a ellos. Empecé a recoger mis cosas y le dije que al día siguiente me iría”, rememora. Ante una situación que no controlaba, reaccionó con golpes. La agarró, la tiró contra los muebles varias veces mientras le decía que era una muerta de hambre, que se arrastraba por cualquier trabajo y que era basura. Acto seguido, la echó de casa. Era medianoche del 31 de diciembre, en mitad de la nada con el pueblo más cercano a una hora andando y este hombre y su familia les pusieron la maleta en la puerta. Solo la de los niños, porque decían que todo lo que ella tenía se lo había comprado él.  “No era verdad, además. Yo trabajaba y ganaba dinero, pero como él tenía un sueldo mayor y todo iba a la misma cuenta, parecía que no tenía nada”, explica.

En la oscuridad, con las magulladuras de los golpes, el corazón en un puño, dos niños de 12 y 10 años llorando y asustados recorrieron el camino que les separaba del pueblo. Les costó encontrar donde dormir porque era Nochevieja. Al día siguiente su marido fue a buscarlos. Ya no gritaba, ahora estaba en la fase de pedir perdón, rogar de rodillas y jurar que cambiaría. “Le creí. Nunca me había pegado antes y de verdad pensé que había perdido la cabeza, así que volví con él“, cuenta.

Se quedó embarazada

El segundo ataque no tardó en llegar. María Elena le escuchó planear el divorcio con una amante y algo se rompió en ella. “A partir de ese día, perdió control sobre mí”, repite varias veces. Sin embargo, ella estaba embarazada y esta noticia provocó que, de nuevo, la lanzase contra la pared, los muebles y le gritase “puta, me quieres sangrar, ese hijo no es mío”. Una escena muy parecida a la de Nochevieja, tanto, que también al día siguiente le volvió a suplicar que le perdonase y volviese con él. Habían pasado tres meses y María Elena pasó de pesar 60 a 42 kilos. “No dormía, no comía, solo lloraba y lloraba, pensaba que estaba perdida en la vida y no sabía cómo explicarle todo a mi familia porque no sabían nada”, recuerda.

Con su hijo en el vientre María Elena, hundida y demacrada fue a pedir ayuda a un servicio de atención  a la mujer. Allí una psicóloga le hizo una pregunta que “fue una bofetada“, le cambió la vida: “¿Quieres seguir con tu marido o quieres irte?“. “Lo vi claro, esa simple pregunta me abrió los ojos, no me digas por qué”, apunta. La visita a la psicóloga le dio fuerzas y confianza y cuando decidió decirle a su marido que le dejaba vino el tercer ataque. El peor. Con lo que no contaba él era las indicaciones que las profesionales que atendieron a María Elena le dieron en sus citas, “esas cabronas que van a cuchillo y destrozan familias”, como diría él después. Le aconsejaron que si volvía a agredirla, pidiese ayuda a gritos en vez de quedarse callada como había hecho las veces anteriores.

El último golpe

Cuando comenzaron la discusión, él cerró las ventanas y las persianas. La lanzó a un lado y a otro del salón. Conviene señalar que María Elena no sobrepasa el metro y medio de estatura, pesaba 42 kilos y estaba embarazada. Él, es un hombre corpulento de 1,85. Y con toda su fuerza la lanzó contra la pared, contra los muebles y contra el suelo mientras le impedía salir de la habitación, le quitó el móvil a ella y a a sus hijos que lloraban al otro lado de la casa, pero esta vez ella gritó con todas sus fuerzas y él, ante esa reacción que no esperaba, llamó a la Policía para explicar que su mujer había perdido la cabeza y le estaba agrediendo.

Con los agentes de camino, él se percató de que ella tenía arañazos por todo el cuerpo, los brazos magullados y los dedos sangrando porque se los pilló con la puerta al intentar huir. “Llama a la Policía y dile que te has puesto nerviosa y me has pegado, pero que ya estás calmada”, le dijo. María Elena se negó y él agarró un cuchillo. “Me mato, si no llamas, me mato”, le repetía. “Él decía me mato, pero yo veía el cuchillo y pensaba que venía para mí así que le dije que haría la llamada“. No hizo falta, los policías derribaron la puerta al oír la palabra cuchillo y le redujeron.

Después de pasar por el hospital y salir con un parte de lesiones, María Elena fue a denunciar, pero se echó atrás. “Me daba pena, sabía que lo iban a detener, no quería follones, solo que se acabase todo, pero el agente que cogió la denuncia me convenció y la puse”, cuenta. Esa noche acabó todo. Hoy sigue luchando con su hijo en brazos porque su padre le reconozca y le pase la pensión. Está pendiente de juicio, pero tranquila y feliz. “De repente volví a ser yo. Volví a nacer, a tener libertad, a tener amigos y estar con mi familia”. Algo que pensó que ya nunca haría, pero María Elena consiguió salir de la violencia de género. Hay salida.

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