Esta no es una historia más de violencia de género. Esta es una vida marcada por la violencia. Una vida, la de Estela (nombre ficticio), en la que ha sufrido violencia física, violencia sexual, violencia psicológica, violencia institucional, violencia vicaria, violencia económica y síndrome de alienación parental. Una vida que, como ella misma dice, podría servir para hacer una película. Aunque muchos creyesen que es ficción, es la dura realidad que ha tenido que vivir Estela.
Todo comenzó hace veinticinco años. Estela se enamoró locamente de Raúl (nombre ficticio). Por él, se cambió de comunidad autónoma dejando a más de seiscientos kilómetros a familiares y amistades. Se fue sin conocer a nadie más que a su pareja. Sin ningún vínculo o apoyo social que le pudiera ayudar a la vida de violencia que acababa de comenzar.
En su nueva ciudad, le esperaba la red de apoyo de Raúl, simpatizantes del Opus Dei. Como miembros de esta religión, aconsejaban a Estela no trabajar y a dedicarse en cuerpo y alma a su familia y al cuidado de la casa. Con el tiempo, Estela llegó a formar una familia numerosa con su marido. Nunca tuvo apoyo por su parte porque consideraban que una buena mujer no debía trabajar y solo debía cuidar a sus hijos. De hecho, el día que dio a luz a su primer hijo, sus suegros le dejaron bien claro que “los niños son de Raúl y tuyos. Nosotros solo ejercemos de abuelos para las cosas buenas. Fiestas y alegrías”.
Por eso, cuando ellos se ponían malos y ella pedía ayuda, nadie se la ofrecía y, encima, la criticaban por no poder llegar a todo. Estela tenía que escuchar comentarios como “estás educando mal a tus hijos porque estás muchas horas fuera de casa”. Todo lo que pasara era culpa de ella y nunca del padre, que nunca se preocupó por llevar a sus hijos al colegio o por hacerles un plato de comida: “Era un padre ausente”. Hoy, Raúl tiene la custodia exclusiva de todos ellos.
Pero volvamos al principio. La familia de Estela tampoco vio ningún tipo de violencia en estos comentarios. De hecho, la animaban a demostrar que podía hacer todo. Todas estas actitudes hacían que la mujer se sintiese “culpable de ir a trabajar”, donde tampoco podía dar el cien por cien de ella: “No podía hacer las cosas bien porque me tenía que ausentar cada vez que un niño estaba malo”. Situación que le llevó a pedir su primera reducción de jornada.
Estela recuerda como si fuera ayer el primer baño que el padre le dio a una de sus hijas. “Comenzó con una violencia sutil en la que me vino con la niña cogida de una pierna, ella llorando y diciendo que no podía hacerlo porque la iba a hacer daño. Ahí yo entendí que no me iba a ayudar nunca y que además yo tenía que intentar que él no me ayudara en cosas de los niños porque les haría daño“. Sin embargo, Estela, en ese momento y sin saber todo lo que ocurriría después, solo pensó que era un hombre “torpe”. Ese momento también vino acompañado de algunos “lo siento”, “es que tú lo haces mejor” y “te quiero”.
Con los años, la violencia sutil se recrudeció. Lo hizo a través de la violencia psicológica con comportamientos como el anterior y comenzó con la violencia económica. “Me llegó a decir que yo me quedara en casa y me ocupara de los pañales y de los niños porque no valía para nada y él tenía que salir a ganar el pan”. Sin embargo, Estela, con una carrera y dos másteres y un puesto importante, quería trabajar, pero él no se lo permitía.
“Cada vez que he comprado comida o cosas para los niños, los libros del colegio o sus uniformes, he tenido el sentimiento de que estoy gastando mucho dinero. Yo, que nunca he ido a la peluquería, no me pinto las uñas y no me gustan las marcas”, cuenta Estela. La violencia económica no había hecho más que empezar. Hoy, veinticinco años después, sigue ejerciendo esta violencia a través de la pensión establecida y gastos extra que le exige su exmarido. “Llegó a echarme la bronca y a decirme que era una inutil por comprar una barra de pan integral que valía céntimos”.
Con los años de terapia que Estela lleva, se dio cuenta de que durante todo su matrimonio, también había sufrido violencia sexual. “Él era un adicto al sexo, lo hacíamos todos los días e incluso varias veces. Pocos días me libré, solo alguno que tenía la menstruación o cuando acababa de dar a luz”, explica Estela.
Una violencia sexual que con el tiempo Estela supo comprender que eran “violaciones consentidas“. “Estaba agotada de todo el día y encima tenía que estar a disposición de lo que este señor quisiera una, dos o tres veces al día“. Estela comprendió que si se negaba, Raúl se enfadaba y pagaba esa furia con los hijos. Los niños le decían entonces a la madre que “había enfadado a papá. Ya sabes que cuando le enfadas la paga con nosotros” y entonces los pequeños se enfadaban con ella. En mitad de esta espiral, Estela comprendió que no podía negarse a mantener relaciones sexuales. Estela comenzó a “disasociar” y se entregaba a él “como una muñeca hinchable“. Raúl también llegó a pegarle enfermedades de transmisión sexual.
Harta de esta vida, Estela no vio más salida que el suicidio. Así, un día, cogió todas las pastillas que había logrado reunir, salió a correr y se las tomó. Sin embargo, la encontraron semiinconsciente y la ingresaron en una clínica donde la consideraban “una loca”.
Veinte años de matrimonio en los que llegaba borracho, drogado, no aparecía por casa durante días y no prestaba atención a sus hijos. Veinticinco años de relación que Estela decidió poner punto y final en el año 2019. En mitad de la pandemia. “Me dijo que si me iba, me iba a quitar a los niños“. Ante esas palabras, Estela llamó a un abogado y le recomendó que se quedara en casa porque la podía denunciar por “abandono del hogar“.
Raúll consiguió que ninguno de sus hijos permitiese a su madre dormir con ellos. “Tuve que dormir durante tres meses en un garaje a bajo cero por la noche en pleno invierno“. Muchas de esas noches, él llegaba borracho por el garaje y le exigía tener sexo. Al final, se alquiló un piso, dado que ella seguía trabajando, y se fue. Él la denunció “por abandono, por loca y metió el informe del suicidio”.
El día del juicio, su abogado le dijo “vamos a pactar custodia compartida porque el juez dice que de violencia no quiere escuchar hablar”. Después de muchas trampas de él, le pidió que refinanciara la casa porque él le compararía su parte, pero después se declaró insolvente porque “siendo empresario, se quitó su sueldo”. A este respecto, es relevante señalar que Raúl es abogado.
Estela se endeudó, tuvo que dejar su piso de alquiler y a sus hijos, obligada a volver a vivir en casa de sus padres. En los sucesivos juicios, el juez le marcó a Estela una pensión “de entre 1.500 y 2.000 euros al mes”, los cuales no gana. La sentencia final llegó el 1 de octubre de 2023 donde a Raúl le conceden “la custodia exclusiva y la casa y a mí me marcan una de las pensiones más altas que hay“. Ese resultado, después de “tres años de calvario horroroso”.
Durante los años que tuvieron pensión compartida, Estela denuncia que apenas ha visto a sus hijos. “Ha sido un secuestro“, asegura. Recuerda que con tres de sus hijos solo ha estado una comida o una cena en estos dos años. Y a los otros les ha visto tres o cuatro días “porque han desafiado al padre”. Ahora, Estela ve a sus hijos y con mucho dolor explica que “ya no son las personas que dejé”.
El más pequeño, por ejemplo, lleva dos años en terapia “con una psicóloga amiga de Raúl que le hace terapia de SAP (síndrome de alienación parental)”. Una terapia en la que durante una hora cada semana, el menor escucha continuamente hablar mal de su madre: “le lavan la cabeza y luego no quiere verme”.
Tres de sus hijos ya son mayores de edad. Sin embargo, después de todo el periplo económico por el que ha tenido que pasar, “me ha arruinado y yo no soy una opción económica viable para mis hijos y él tiene mucho dinero”. Es por esto que, aunque una hija suya llegó incluso a denunciar a su padre “por maltrato infantil“, situaciones que hasta Estela desconocía, el padre “le prohibió ver a sus hermanos durante dos años“. Por eso, un día le dijo “mamá, sabes que tienes mi pleno apoyo, pero no me busques para ir contra papá porque yo necesito vivir en paz y quiero ver a mis hermanos”.
Ahora, Estela se ha ido a vivir con su nueva pareja. Y, de nuevo, es la mala “porque ahora mamá se ha buscado a otra familia”.