LA MANADA

Soltero, noctámbulo, drogado y violento: así es el violador grupal

Tres de los cinco miembros de la Manada de Pamplona han rebajado su condena por la ley del “sólo sí es sí”. Su caso es pionero en muchos sentidos, pero ni fueron los primeros. Desvelamos su modus operandi

Los cinco hombres que conformaron "La Manada" de San Fermín Caso Abierto

Se habían conocido minutos antes, en plena calle de Pamplona, en una noche de verano. Los seis iban de fiesta y habían bebido. Pero ella iba sola y ellos en manada. Demasiados para el exiguo cuarto donde la metieron en un portal elegido al azar. Allí la cercaron, intimidaron, vejaron y violaron grupalmente. La víctima tenía 18 años; sus agresores, entre 24 y 27 años. Su caso es de puro manual. En el ámbito académico los engloban bajo la denominación de “violación por múltiples autores” o “violaciones de pandillas”. Aunque la Manada de Pamplona dio un paso más en la nomenclatura al apodarse ellos mismos así en los chats en los que compartían sus hazañas, donde despachaban sobre esas cacerías de mujeres a las que atacaban bajo el amparo de la omertà.

“Es el groupthink, donde el pensamiento de grupo está relacionado con una pobre toma de decisiones debido a que en el grupo se busca la conformidad en las actuaciones”. Así lo explica el doctor Juan José López Ossorio, jefe de área de Análisis VioGén y Criminalidad de la Secretaría de Estado de Seguridad del Ministerio del Interior. En un detallado informe ha analizado, junto a un equipo multidisciplinar que abarca desde lo forense a lo policial, cómo se comportan los violadores que no actúan solos, siendo lo más habitual que actúen en tándem y que de cinco en adelante participantes sea infrecuente. Del medio millar de casos analizados -entre los que figura el ocurrido en Pamplona-, un 60 por ciento lo cometen dos autores; tres, un 19%; cuatro, un 11%; y cinco, un 5%. Sólo consta un caso analizado en el que participaron 15 hombres.

No hay duda en cuanto al género. En su mayoría, los agresores “de pandilla” son hombres. Muy jóvenes, con pocos antecedentes por la edad, y solteros: no buscan a su víctima en el entorno más cercano. Suelen referirse a ella como “conocida de vista o reciente”, de unas horas antes, de esa misma noche. Al violador grupal le gusta la oscuridad y brota con el calor, en primavera y verano; siendo su mes álgido julio frente a noviembre, que no hiberna pero actúa menos. Igual que prefiere el fin de semana; entre el sábado y el domingo se cometen el 37 por ciento de las violaciones grupales. Para camuflarse aún mejor elige el ambiente lúdico y festivo, cuando suele haber más desinhibición y consumo de drogas y/o alcohol, de forma voluntaria o no. La sumisión química está presente en uno de cada diez casos. Lo difícil sigue siendo, a veces, demostrarla.

Impunidad

Bajo el amparo de la manada la sensación de impunidad es total. “La desindividuación implica que cada agresor pierde su capacidad para responsabilizarse de sus acciones. Si en otras circunstancias no desarrollarían conductas sexuales violentas, en grupo sí lo hacen”, recalca en su informe López Ossorio. La cifra es demoledora: en un 76,9 por ciento se empleó algún tipo de violencia, mayormente física, seguida de la verbal. La víctima de La Manada recordó en el juicio cómo la zarandearon de uno a otro, cual muñeca, mientras recibía indicaciones de qué hacer a cada uno de ellos al tiempo que la grababan. En Pamplona, todo ocurrió en un habitáculo reducido, dentro de un portal y alejado de posibles testigos. En general, los violadores grupales lo prefieren así: lugares cerrados, como domicilios u hoteles, aunque la vía pública también la frecuentan en sus ataques cometidos con nocturnidad y alevosía. Casi la mitad de las agresiones sexuales a mujeres fueron con acceso carnal: vagina (32,9%), bucal (17,4%) y anal (11%). El estado de sometimiento llega a ser tal que ni siquiera necesitan armas. Otra característica más.

El reto sigue siendo denunciar tal brutalidad. Los propios investigadores que han elaborado este perfil del violador grupal tienen presente esa cifra oculta de las que no se atreven a dar el paso de denunciar, por miedo y por vergüenza. “Porque las víctimas perciben que las agresiones sexuales contra las mujeres no tienen visibilidad y, cuando las tienen, las estigmatiza”, apuntan en un estudio que no pone ejemplos concretos ni saca conclusiones, pese a que es imposible no ver reflejada a la propia víctima de Pamplona y la trascendencia del “yo sí te creo” en la condena pública y judicial, y en unos datos que hablan por sí solos.