Intentan vivir su duelo en retirada, poniendo distancia, pese a la repercusión del último documental sobre el caso en el que tuvieron que revivir cómo el verano de 2018 Heidi pasó de no responder a sus llamadas a convertirse en la víctima de un crimen atroz a manos de su pareja. A César Román lo detuvieron al grito de “soy inocente” en el restaurante de Zaragoza en el que buscó pasar desapercibido, identidad falsa mediante, siendo alguien dado a buscar la fama. Presumía de ser el “Rey del Cachopo”.
Según la investigación policial, Román asesinó y descuartizó a Heidi Paz Bulnes en su casa e intentó eliminar su rastro ocultando el torso de la joven -sin cabeza ni extremidades- en una maleta que quemó en el interior de una nave alquilada en Madrid. Pero ni el fuego fue tan voraz ni la justicia se creyó su empeño en reivindicar una inocencia que reclamó sin éxito ante el Supremo. El Cachopo está condenado en firme a 15 años por homicidio, de los que ha cumplido casi la mitad. Y es ahora cuando ha decidido destapar una nueva verdad.
“Heidi perdió la vida en la oficina de mi empresa, en el transcurso de una acalorada discusión que mantuvimos, por un desafortunado disparo de un arma de mi propiedad, una maldita Beretta del 22”. Así arranca la misiva más novedosa -y literaria- hasta la fecha de cuantas haya hecho César Román. Si hace un año optó por enviar una petición de perdón por escrito a la Audiencia de Madrid en la que, para escarnio y dolor de la familia de la víctima, reconocía por primera vez el crimen, esta vez ha ido un paso más allá.
Como ha difundido en exclusiva el programa de Antena 3 Y Ahora Sonsoles, el Rey del Cachopo ha explicado por carta, de su puño y letra, cómo mató a Heidi y quién le ayudó. Por primera vez habla de un cómplice, el descuartizador, el único que sabría dónde están los restos de la joven hondureña de 25 años. Insiste en que él lo desconoce, pues asegura que hicieron un pacto de silencio, pero que está dispuesto a desvelar la identidad en sede judicial. Después de todo, el encubrimiento prescribe a los cinco años y ya han pasado siete.
“Nosotros tenemos tiempo, sabemos que el karma nos compensará al final por tanto dolor”, aventura la familia de Heidi. Confiaban en no volver a saber del Cachopo tras el impacto del último documental, en el que participaron con la intención de no sufrir un daño gratuito: “Hemos tenido que escuchar de su boca cómo la trataba de prostituta o drogadicta. ¿Quién se cree ahora sus palabras de perdón?”, aclaran con un océano de por medio. Allí el teléfono empezó a vibrar unas horas después de conocerse la última (supuesta) confesión en España.
“Sólo creeré al Cachopo el día que me lo cuente a la cara”, recalca una de las hermanas de Heidi, quien anhela poder visitar al Cachopo en prisión, pese a estar segura de que “él no tendrá las agallas de enfrentarse a ese momento”. Al fin y al cabo, de su boca han escuchado demasiado en estos años. En el juicio llegó a hablar de una mafia policial, como se pudo leer también negro sobre blanco en la primera carta que envío desde la cárcel: “para informar a ese juzgado de los nombres, direcciones y circunstancias del grupo organizado que está en el epicentro de un asesinato en el que no participé ni tuve nada que ver”.
¿Por qué ahora otra versión? ¿Por qué esta verdad a medias, que deja a la familia sin saber dónde está el resto del cuerpo? Si algo atinó a determinar una de las peritos que lo evaluó antes del juicio -que no observó psicopatía ni lo quiso calificar de manipulador- fue que se trataba de un gran orador con tendencias narcisistas. A saber. Él mismo adelanta en su última correspondencia carcelaria que el resto de su tiempo lo empleará en estudiar Derecho “para ayudar a los demás”. Y añade: “Siento que Heidi me ha perdonado”. Quién iba a pensar que precisamente el Cachopo, ahora autoproclamado asesino confeso, iba a erigirse en voz autorizada para hablar en nombre de la mujer a la que quitó la vida.