“Muérete ya”. Esa fue la última frase que Claudia le dijo a su abuelo materno cuando él estaba moribundo en el hospital. Detrás de ese deseo estaba la rabia hacia quien le había jodido la vida con tocamientos, masturbaciones y felaciones, desde los siete a los veinte años.
¿Eras consciente de lo que estaba pasando?
De los siete a los catorce años, no. Aunque recuerdo con exactitud todo lo que me hacía.
¿Cómo y cuándo abusaba de ti?
Él siempre encontraba el momento. Recuerdo que me despertaba de la siesta tocándome los pechos. En el sofá siempre buscaba sentarse a mi lado. Me tapaba con una manta y por debajo me tocaba. Le recuerdo diciéndome cómo tenía que tocarle o cómo tenía que dejarme masturbar. También me recuerdo a mí diciéndole que no quería. Cuando pienso en esto, pienso en el olor, en el tacto, en sus dedos… Es algo que nunca podré borrar de mi mente.
Fueron trece años de abusos continuos, que Claudia sufrió en soledad. “Hay una confusión terrible, pero terrible, de falta de límites. Y luego está el miedo. Cuando sabes que va a pasar sí o sí aunque tú no quieras, llega un punto en el que dices: que haga lo que tenga que hacer y que termine cuanto antes este infierno”, confiesa.
Él, ¿qué le decía?
Que esto era un secreto entre él y yo, que no se lo podía contar a nadie, ni a mi madre ni a mi abuela. Que los que no cumplen los secretos son malas personas. Y que si lo contaba, nadie me creería.
Y ella, como tantos niños y niñas, calló. “Por miedo, por vergüenza, por las dudas de que no me creyeran, por culpa de romper la familia”, cuenta. Ni su madre, ni su abuela, ni sus seis hermanos se dieron cuenta. “Los agresores saben cómo hacerlo y también saben elegir muy bien a la víctima”, añade.
Claudia Campillo murió a los siete años. A partir de esa fecha, nació otra Claudia. Una niña marcada por el dolor, la ansiedad, los trastornos alimentarios, los intentos de suicidio, los espasmos y una parálisis facial, la consecuencia visible de trece años de terror. “Las consecuencias del ASI (Abuso Sexual Infantil) para mí son infinitas. Sentía asco, rabia y culpa. Quería desaparecer de mi cuerpo, lo odiaba. Llegué a coger un cuchillo y me corté las venas. Sabía cómo cortarlas para morir y cómo cortarlas para no morir. Al final, las corté para no morir, pero necesitaba sentir dolor físico porque el dolor emocional era tan grande que no podía soportarlo. Fue entonces cuando sentí por primera vez el dolor del ASI”, cuenta con la entereza de quien lleva casi una vida entera de terapia.
A los 20 años te atreves a contarlo. ¿Qué cambió?
Estaba estudiando el grado de integración social, y un día vinieron terapeutas y víctimas de abusos sexuales a darnos una charla. De repente, escuchándoles, conecté sus historias con la mía. Ahí empecé a darme cuenta de que era una víctima y me dio un cuadro nervioso, empecé a sentir mucho dolor, quería salir de mi cuerpo y me desmayé.
A los pocos días creó un grupo de WhatsApp, añadió a toda la familia, y lo explicó. El mensaje cayó como una bomba. “La primera medida que tomaron fue separarme físicamente, pero él seguía viniendo a las comidas familiares”, cuenta.
¿Cómo te hubiese gustado que actuaran?
Preguntándome: Claudia, ¿qué necesitas?
¿Qué necesitabas?
Que no actuaran según lo que ellos consideraban ideal. Por mucho que seas mi hermano y quieras ir conmigo hasta el final y matar a esa persona, debes respetar mis necesidades, mis momentos y mis tiempos. Las víctimas estamos acostumbradas a que, cuando hablamos, intenten salvarnos la vida y hacer lo que nosotras mismas no hemos sido capaces de hacer. Y eso nos invalida muchísimo.
Dentro de pocos días, Claudia viajará a Japón para ponerse en manos de un neurocirujano japonés, experto en parálisis facial, que borrará la señal visible de su infierno. Quedarán las otras. Porque Claudia es un cuerpo herido que nunca se va a curar.
¿Por qué es tan importante escuchar a los niños?
Porque dicen la verdad. Si tienen miedo a algún adulto, si no quieren dar abrazos o besos a alguna persona, escuchémosles y estemos atentos a las señales.
‘The Innocent Box’, un juego para proteger a los menores
La prevención es clave para evitar el abuso sexual infantil, y Claudia lo sabe. Por eso ideó, creó y comercializó -junto a Sussan Pezantes, otra víctima- ‘The Innocent Box’, un juego de mesa dirigido a niños de entre 3 y 11 años que ayuda a las familias a prevenir el abuso. “Está diseñado para que los niños y niñas aprendan a conocer y tomar conciencia de su cuerpo, adquieran habilidades para protegerse, reaccionen ante diferentes situaciones y pidan auxilio si han presenciado o vivido un abuso sexual”, cuenta.
Estas dos supervivientes de abusos han creado un juego infantil para prevenirlos
Jugamos con ella y con Magenta, un niño de tres años, hijo de otra víctima de ASI. Claudia reparte seis fichas que explican de forma clara y transparente la anatomía de las partes íntimas y plantean situaciones cómo: si vas al oculista y te dice que te bajes los pantalones, ¿qué harías? o si estás en la ducha y un adulto te toca tus partes íntimas, ¿qué haces? Respondidas las preguntas, nos muestra otras seis fichas. Son fichas de alerta, las que argumentan y complementan las situaciones planteadas. Situaciones que Claudia vivió. Ya con la lección aprendida, pasamos a la siguiente fase del juego.
Magenta coge uno de los dos muñecos de tela que forman parte de la partida. Representan un niño y una niña. Con unos stickers de color verde empieza a marcar las partes del cuerpo que sí puede tocar un adulto, como los brazos, y en rojo marca las que no. Prueba superada. Y ahora, dos tarjetas que son mucho más que una declaración de intenciones. En la primera leemos ‘Estoy feliz’ y en la segunda, ‘Tengo un secreto’. Detrás de esta, un código QR que da acceso a un manual de alerta para que las familias puedan pedir ayuda. Magenta selecciona la primera, él sí es un niño feliz. Terminamos la partida con el objetivo cumplido; aprender y desenmascarar los secretos, esos que dinamitaron la vida de Claudia.