“Sabía que no iba a salir viva, pero no podía parar”

Grupos de Whatsapp fomentan ambos trastornos de la conducta alimentaria mientras se esconden bajo un lenguaje cifrado que la mayoría de usuarios es incapaz de comprender

Un círculo vicioso de impotencia. Había una voz dentro de Lucía que le decía: “Tienes que salir de ahí”, pero otras más fuertes la acallaban: “Nunca estarás lo suficientemente delgada”, “deja de comer”. Este es el contenido que visualizaba diariamente a través de los grupos de Whatsapp pro  Ana y pro Mía. Pero, ¿quiénes son Ana y Mía? Nadie, son nombres ficticios. Ana significa Anorexia y Mía, bulimia. Estos grupos fomentan ambos trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Ana y Mía existen desde principios de los 2000. Entonces se movían en foros. Ahora se han reinventado y están en Instagram, Tiktok,  Wasap o Telegram y, lo más peligroso, se esconden bajo un lenguaje cifrado que la mayoría de usuarios es incapaz de comprender.

“Me sentía mal con mi cuerpo y acabé en uno de estos grupos que encontré en Tiktok”. A los 15 años, Lucía cayó en las garras de ‘Ana’, “hay vídeos que aparentemente no alarman, pero si te paras a pensar muestran la rutina de una chica muy delgada que se pasa el día haciendo ejercicio y comparte una comida entre tres personas más, ahora lo veo y sé que no es normal, pero entonces no lo veía”. Así, haciendo ‘scrol’ en Tiktok, como hacen miles de jóvenes hoy, acabó inmersa en este círculo del que le costó salir. A Lucía le diagnosticaron anorexia nerviosa y estuvo ingresada en una clínica para recuperarse. “Yo me he culpado mucho porque le decía a mi psicóloga: “es que yo al final lo he buscado, pero ahora sé que es porque no estaba bien. Cuando estás bien ni siquiera te planteas el hecho de no comer en 4 días”. A esto precisamente se anima en los grupos tóxicos, pero, al principio, es difícil identificarlos. “Está todo muy camuflado, se oculta para que solo lo entiendan los que están dentro, es una especie de código”. Uno de estos códigos es “el emoticono del metro de medir, porque hace alusión a que se están midiendo todo el rato, y el brazo haciendo fuerza”.

Dentro de los grupos pro Ana y Mía

Artículo 14 se infiltra en varios ‘chats tóxicos’, así es como los llaman dentro del mundo Ana y Mía. Existen decenas de enlaces que te llevan a unirte al grupo. ¿Dónde? En comentarios de vídeos de Tiktok, al hacer la búsqueda “skinny” (delgada), “alguien puede pasar links de chats tóxicos?”, en Instagram e incluso en Google, pero en esta última es más complicado. Para entrar en algunos nos pide una contraseña, así se aseguran de que sabemos a lo que vamos, pero en otros no. Una vez dentro, el primer paso es siempre el mismo: “Hola, me llamo X  y peso X kilos”. Se presentan con su edad, peso inicial, peso que quieren alcanzar y el TCA que padecen. Tienen que especificar si sufren anorexia o bulimia. Es entonces cuando la líder del grupo entra en juego: “deberías pesar 38 kilos”, “¿no has pensado en pesar 40?”. Es como una religión, tienen mandamientos: “estar delgada es más importante que estar sana”, “amarás tus huesos sobre todas las cosas” o “no comer demuestra la única fuerza de voluntad”.  Y también oraciones, esta se llama ‘el credo de Mía’: “el baño es mi confesionario sagrado, me arrodillaré ante la taza del váter y haré penitencia por todos mis pecados”.

Sorprende lo normalizado que tienen esta forma de comunicarse.  “No necesitas comida, la gente verá tus hermosos huesos”. Se dan consejos las unas a las otras sobre cómo aguantar tantos días en ayunas o cómo vomitar, “chicas, ¿alguna sabe cuánto tiempo tiene que pasar para poder vomitar después de comer?”. Lucía encontró un refugio aquí, “me sentía comprendida, entendida, pensé que no estaba sola”. Pero ahora sabe que “es todo mentira, esas no son tus amigas, son personas que quieren llegar al mismo punto que tú, aunque sabes que tienes que volver de ese punto, porque, si no, te mueres”. Según Elena Sánchez, psicóloga de la Clínica ITA Salitre, clínica especializada en TCA,  “hay chicas que se escuchan, que se tienen ahí, encuentran apoyo. Eso es lo que hace que no solo la niña acabe ahí, que normalmente llegan de manera fortuita, sino que sigan unidas a esos grupos para seguir teniendo un soporte, que probablemente fuera no lo tienen”. Estas niñas necesitan sentir pertenencia que, según Sánchez, “es un poco lo que quiere cualquier ser humano”.

Pero no todo es apoyo. Dentro de estos grupos también hay ‘castigos’, que a veces incluyen autolesiones, y violencia verbal. Les hacen repetir este ‘mantra’: “No me importa cortar mi cuerpo con tal de llegar a la perfección” o la líder del grupo ataca así: “A caso, ¿quieres seguir siendo una obesa, no deseas ser una princesa?”.

“Papá, quiero estar bien, pero no sé cómo”

Lucía sabía que tenía que salir de aquí, pero no sabía cómo hacerlo. “No podía parar, yo decía: Papá, quiero estar bien, pero no sé cómo”. “Los nutricionistas también me lo decían, tienes que comer, no te va a pasar nada, pero yo no me lo creía“. Se recuerda como una niña con un monstruo en su cabeza, “un monstruo que no te deja hablar, hay que dejar de escucharlo, pero sentía que, si no lo hacía, me castigaría y me quedaría sola”. La soledad es un sentimiento recurrente en los pacientes con un trastorno de la conducta alimentaria, según Elena Sánchez, “la niña necesita experimentar algo distinto que la haga sentir completa, que la haga sentir distinta y, sobre todo, menos sola”.

Ella sentía ese desamparo por pura incomprensión. En aquel momento tenía quince años y, según ella misma, era una niña muy influenciable, “si el mar es azul, y me decían, es rojo, yo decía vale”. Esto ocurre porque, son chicas o chicos que “parten de una baja autoestima o de no tener un autoconcepto muy positivo de sí mismos, no tienen la identidad clara”, es ahí, según la psicóloga especializada en TCA, cuando intentan controlar esta situación a través de la restricción y entra en juego el peligroso “estás más delgada, qué guapa”. “Todo el mundo percibe esos cambios y de repente son chicas que pasan de no ser vistas en general, en los grupos, en las clases, en las familias, a de repente sentirse distintas, a llamar la atención, a lo que se dice, ser vistas”.  Ese refuerzo positivo ajeno, engancha. Y hay que trabajarlo en terapia. “Incidir mucho en la reconstrucción de la identidad, del autoconcepto, fomentar la autoestima, generar recursos que les sirvan para afrontar situaciones con las que tienen dificultades en el día a día y sobre todo generar otras redes de apoyo social que sean más saludables”, apunta la psicóloga.

Ahora Lucía mira hacia atrás orgullosa de su camino. A la pregunta de, ¿qué le dirías a una niña que está enganchada a estos grupos tóxicos?, tiene clara su respuesta, “aunque lo parezca, no estás sola, tú vas a salir de ese hoyo y cuanto más grande lo hagas, más difícil será salir”. Ella, aunque lo sintiera, no estaba sola. “Lo más difícil es que tu familia y amigos sepan aceptarlo y no juzgarte, que te apoyen a ciegas”.  Resiliencia. Es la palabra que usa Elena Sánchez, psicóloga, para referirse a cómo se muestran sus pacientes tras el trabajo realizado en terapia. Su objetivo es “que adquieran una conciencia sobre lo importante que es el autocuidado en relación a la alimentación, al cuerpo y a las relaciones con los demás” y, sobre todo, “hacer renacer al paciente”. Lucía lo consiguió, volvió a nacer: “sé que la vocecita que hay en mí no se va a ir, pero tengo muchos más motivos por los que seguir viviendo que por los que dejar de vivir”.

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