¿Qué harían si asuntos sociales del Ayuntamiento, la Fiscalía de Menores y la Dirección General del Menor le dijesen que si no presenta una denuncia por maltrato físico y abusos sexuales a sus hijos por parte de su padre ellos actuarían de oficio? ¿Y si además, tuviesen un informe del psicoforense del juzgado, otro particular, partes de lesiones, grabaciones, testigos, pruebas y la declaración de dos niños de 7 y 4 años? Si la respuesta es denunciar, que sepan que María (nombre ficticio) lo hizo y, a pesar de todo, la causa se archivó.
Ha ocurrido en los juzgados de Tenerife donde esta madre acudió para proteger a sus hijos, pero en el que no se admitieron la mayoría de las pruebas y testigos, ni se escuchó a los pequeños. En el momento que se puso en conocimiento de las autoridades, los especialistas que tenían tan claro que los menores de edad corrían peligro, desaparecieron poco a poco con la excusa de que tenían las manos atadas o directamente fueron cesados.
El padre se niega a que los niños acudan a un psicólogo
Ahora, el caso está recurrido a la Audiencia Provincial, mientras a los pequeños se les obliga a convivir con su progenitor una semana alterna. Según cuenta María, los niños se han convertido en fantasmas, se han encerrado en sí mismos y ni siquiera los puede atender un psicólogo porque el padre se niega a que les traten. Terrores nocturnos, dolores de cabeza recurrentes, ansiedad, irritabilidad, ideas suicidas. No debe ser fácil asumir que en el mundo de los adultos tu palabra no vale nada y ante una denuncia de abusos sexuales y maltrato infantil el juzgado se niega a escucharte.

Desde 2003 la violencia de género ha dejado 1.862 huérfanos
María también denunció por violencia de género a su expareja, pero tampoco la creyeron. Cuenta que cuando lo conoció todo era un cuento de hadas y él se presentó como un hombre trabajador que quería formar una familia, pero todo cambió a los cuatro meses de estar embarazada de su primer hijo. Infidelidades, amenazas, golpes, gritos, rotura de objetos e insultos a los que esta joven se acostumbró como tantas otras mujeres.
Comportamientos hipersexualizados
Después comenzó a maltratar a su perra, que se escondía y temblaba cada vez que él llegaba a casa, cuando este hombre dirigió su ira contra el mayor de sus hijos, María cambió sus rutinas, su horario laboral para evitar que los pequeños se quedaran a solas con su progenitor y comenzó a recabar pruebas mientras se decidía a dar el paso. Fueron los servicios municipales de la Mujer las que consiguieron convencerla para presentar una denuncia con todo ese material que, por instinto, fue acumulando. Una circunstancia que también le echaron en cara en el juicio. Si no hay pruebas mal, si existen, peor.
Artículo14 ha tenido acceso a la denuncia que interpuso María en la que se incluyen tres informes periciales: un examen físico, psicológico y otro gestual, donde se analiza la comunicación no verbal y que se suele utilizar con niños.
Hematomas causados por una tercera persona
Esta madre ha sido testigo de cómo sus hijos presentan actitudes hipersexualizadas en casa y en el colegio y cuando vuelven de visitar a su padre presentan lesiones en la zona perianal. Los informes son contundentes: “Esta clase de hematomas subcutáneos son causados por la rotura de vasos capilares que aparece generalmente como respuesta corporal resultante de una presión, golpe contundente, una contusión o una magulladura sin romper la piel” producida por una tercera persona, “ya que el niño no llega por sí mismo a la zona como para poder poner la presión de los dedos en vertical a ambos lados del esfínter” y señala que “la ausencia de lesiones como desgarros no descarta el abuso”.
Dónde queda el interés superior del menor
María y sus hijos están destrozados y no es para menos, el sistema se ha negado a investigar en profundidad estas acusaciones y ella tiene la obligación de entregarlos sin saber a qué les está exponiendo. Es una situación perversa porque obedecer la ley significa, a ojos de María, ponerlos en peligro. Ella cumple y no tiene ninguna intención de dejar de hacerlo, pero se pregunta cómo puede ser que se den estas situaciones y pongan a las madres en estas tesituras. “¿Qué hago, me llevo a mis hijos como Juana Rivas? No me dejan otra salida”. Ganas no le faltan, pero tiene claro que sería peor porque a ella la meterían en la cárcel y entonces sí, sus hijos quedarían a merced del progenitor. Una vez más, se echa en falta en una resolución judicial el tan mentado “interés superior del menor“.