A Cristina Palavra y Natália Kalužová, parejas de dos futbolistas del Mallorca, las han tenido que hacer un dibujo. Ellas denunciaron agresiones sexuales y acoso a la salida de un partido en Arabia Saudí, pero la Federación Española de Fútbol las ha corregido, están equivocadas. Aseguran que confunden la violencia con un simple “agobio”, al fin y al cabo, qué sabrán ellas. Algo parecido ocurrió en plena tormenta por el caso Errejón cuando distintas voces cuestionaban si, quizá, no estábamos las mujeres confundiendo el mal sexo con una agresión sexual, en vista de lo que se estaba aireando en el Instagram de Cristina Fallarás. Los hombres nos explican cosas y ahora nos deletrean lo que debemos considerar una agresión, lo hacen sin ruborizarse y sin haber sufrido nunca violencia sexual estructural. ¿A qué responde esta actitud? ¿Qué se esconde detrás de este empeño en explicarnos lo que vivimos en nuestros propios cuerpos? Cristina Fallarás, periodista y escritora; Beatriz Gimeno, política, y exdirectora del Instituto de las Mujeres; Paola Aragón, periodista especializada en Feminismos, Carolina Pulido, exconcejal, consultora en temas de género e infancia y experta en masculinidades; Irene Zugasti, politóloga y periodista especialista en políticas de género y Beatriz Bonete, socióloga experta en género e investigadora Social, analizan las razones detrás de este mansplaining de violencia sexual.
Cristina Fallarás escritora y periodista
“Es un intento de silenciarnos e infantilizarnos”
Los hombres saben perfectamente diferenciar, igual que nosotras, entre una agresión y una mala experiencia sexual, entre un acoso y un agobio. Lo sabemos ambos. Todas tenemos experiencias de mal sexo y de acoso, tenemos un catálogo que no te lo acabarías. Esa idea de confusión es un intento de silenciar a las mujeres, y de paso, infantilizarnos. Esa infantilización de la mujer es un problema. Cuando un hombre te corrige lo que vives, lo que sientes y piensas, no solo hay un silenciamiento, sino un señalamiento de voz no autorizada, de que no sabemos. Esa idea de que nuestra voz queda fuera de la autoridad pensante, de la Academia es un clásico.
Beatriz Gimeno, política, activista y exdirectora del Instituto de las Mujeres
“Nuestra palabra nunca es suficiente, nunca es creíble”
En realidad, es fácil de comprender si tenemos presente que la justificación universal para la violación ha sido siempre la de “lo estaba pidiendo” o “le gustó”. Y, tradicionalmente, han venido funcionando, y siendo asumidas socialmente y defendidas, múltiples variantes de esta justificación: ponerse minifalda es pedirlo, sonreír es pedirlo, salir a tomar una copa es pedirlo, salir de noche es pedirlo etc.
La violencia sexual que históricamente hemos sufrido y aun sufrimos las mujeres no ha sido conceptualizada como tal hasta hace muy poco. El patriarcado utiliza y se beneficia de dicha violencia pero, al mismo tiempo, los hombres individualmente necesitan no pensarse a sí mismos como monstruos violentos, sino como hombres normales. Por eso, la excusa es siempre que ella, en realidad, lo quería y lo buscaba y que ellos, en realidad, no hicieron nada que no hiciera ningún hombre normal. Las culpables somos nosotras. Eso ha sido así hasta hace mucho menos de lo que pensamos. Las sentencias basadas en estas justificaciones eran las habituales hasta hace nada y, aunque estas sentencias ya no sean posibles, los interrogatorios que se suceden durante el proceso aun ahora pueden seguir esta tónica.
Todo basado en que nuestra palabra nunca es suficiente, nunca es creíble, nunca basta para desmontar la definición que el patriarcado ha impuesto de lo que es y lo que no es agresión sexual. Si para denunciar un robo o una agresión corriente basta con que vayas a la policía y digas “me robaron”, “me agredieron” (aunque luego, naturalmente, haya un proceso con pruebas) en el caso de las agresiones sexuales no basta con esto. No basta con decir “me agredieron”, sino que hay que desmontar la presunción universal patriarcal de que las mujeres siempre quieren lo que los hombres quieren que ellas quieran. En el fondo también late la idea de que somos seres cuasi vacíos que estamos ahí esperando que nos rellenen los deseos de ellos. En fin, en definitiva, no, ellos no entienden lo que es violencia sexual. Tienen sus propias definiciones de lo que es y no es; definiciones que están, de partida, trucadas a su favor. Claro que se esconde algo detrás de esa actitud: el derecho que creen tener a definir el mundo, a definir las relaciones sexuales, a definir lo que son (deben ser) las mujeres. Por eso, también, les cuesta tanto callarse cuando son temas de los que las que tenemos que opinar somos nosotras, son nuestros cuerpos, nuestras subjetividades, nuestros deseos. En fin, más allá de la violencia sexual que es un síntoma (aunque sea muy importante y dolorosa) lo que hay por debajo es una lucha por el derecho a definir el mundo. El feminismo lucha por participar en igualdad en las definiciones del mundo, por acabar con un mundo que pone al hombre en el centro de todo y con un conocimiento que sólo ha tenido en cuenta la experiencia masculina.
Paola Arágón, periodista especializada en Feminismos
Los hombres han patrimonializado el concepto de lo que es sexo, y, por tanto, también de lo que es la violencia sexual
Los hombres han patrimonializado incluso el concepto de lo que es sexo, y, por tanto, también de lo que es la violencia sexual. Parece que sea un ámbito que solo les corresponde a ellos, al menos como sujetos agentes. Nosotras somos sujetos pasivos que no tenemos agencia, ni voluntad, ni deseo, ni capacidad para decidir. El sexo es algo que nos han expropiado y nunca nos ha pertenecido. De ahí que lo valoren desde sus criterios que son cis, heteronormativos y patriarcales. Conceptualizan el sexo como algo penetrocéntrico, lo mismo ocurría con las agresiones sexuales, el criterio para definirlas tenía que ver con la penetración, por ejemplo, si te tocaban el culo no era violencia sexual.
Los hombres cis hetero nos intentan marcar qué tiene que ser la sexualidad y la violencia, Cuando lo definimos nosotras y explicamos cuál es la autonomía de nuestros cuerpos ellos cortocircuitan porque les estamos cuestionando y quitando algo que es suyo poniendo en cuestión, incluso, su figura como hombres en el mundo. Por eso aparecen esas resistencias tan fuertes y se esfuerzan tanto en negarnos la posibilidad de definir lo que nosotras entendemos e identificamos como violencia. Les hace sentir muy incómodos, cuestiona su poder, su privilegio. La manera que tienen de entender el sexo está muy ligado a ese ejercicio de poder y este cuestionamiento haría que se tuvieran que replantear si, quizá, no han cometido violencia sexual de manera normalizada o han rozado los límites porque su manera de ver el sexo está muy ligada con el ejercicio de la violencia sexual, tienen muy asimilada una cosa con la otra.
Irene Zugasti, politóloga y periodista especialista en políticas de género
Revela ese pensamiento patriarcal por el cual nos tienen que explicar incluso las violencias que sufrimos
El hecho de que nos digan y nos tutelen sobre cuando es “agobio” y cuando es “acoso”, me recuerda a toda la campaña de cuestionamiento del consentimiento sexual cuando se aprobaba la ley del “solo sí es sí”. Se nos negaba y despreciaba la definición de abuso y de agresión, llegando incluso a cuestionar la propia idea de consentimiento sexual, que es algo que llevan décadas teorizando, estudiando y abordando las feministas. Esta estrategia negacionista de la violencia sexual revela en primer lugar, ese pensamiento patriarcal por el cual nos tienen que explicar incluso las violencias que sufrimos y por otro, esa reacción machista contra los avances feministas que primero desprecia, luego niega y por último ataca, todo con tal de no perder privilegios, ni sentirse interpelados.
No olvidemos que estamos en un contexto de futbol de élite masculino. No hace ni dos años de aquel “no voy a dimitir” y “el piquito” de Rubiales. Lo que ocurrió en el Se Acabó reveló dos cosas: que la Federación de Fútbol era una estructura patriarcal de arriba abajo, no solo la cúpula, que negaba derechos laborales a las mujeres y que maltrataba jugadoras desde hacia décadas, como ocurría en la selección. El segundo hito fue demostrar, con ese apoyo abrumador a Jenni Hermoso, que las mujeres éramos perfectamente conscientes de lo que significa la violencia sexual, desde las manifestaciones más leves -piropos- a las más graves. Somos perfectamente conscientes de lo que es una agresión sexual. Dentro y fuera de la pareja, en casa, en el trabajo o en la calle. Y como ahora hemos tomado conciencia, resultamos muy incómodas. El hecho de que sean mujeres de futbolistas profesionales las que denuncian el acoso es super importante, super revelador, porque a ellas se las condena normalmente a ser “WAGS”, mujeres sin agencia, sin voz, “georginas”, pero ellas han enunciado claramente la violencia que sufrieron esos días en Arabia Saudí y han recibido el castigo del desprecio y el silenciamiento de la Federación, como ocurriera en primera instancia con Jenni Hermoso. Pero afortunadamente, ya no vamos a consentir pasos atrás porque el sentir colectivo y la identificación y denuncia de la violencia sexual es ya patrimonio de todas las mujeres.
Carolina Pulido, exconcejal de Más Madrid, consultora en temas de género e infancia y experta en masculinidades
Es mucho más fácil intentar suavizar la realidad, ocultándola o disfrazándola
Gracias a los avances del movimiento feminista se está rompiendo el silencio en torno a la violencia sexual y se está generando un relato colectivo que está ayudando no sólo a visibilizar lo que llevamos sufriendo las mujeres históricamente sino que al final la sociedad se ve obligada a responder. Porque ya no nos vale con la denuncia, ahora las mujeres estamos pidiendo que la sociedad “se haga cargo”, y esto implica iniciar procesos de reparación. Esto supone cambios legislativos pero también sociales y estructurales, estos últimos más difíciles de llevar a cabo por la ola reaccionaria de las estructuras patriarcales que tienen miedo de perder sus privilegios.
Por otro lado, también se pone en marcha un mecanismo defensivo psicológico que es el miedo a reconocer lo que consideramos que es moral y humanamente inadmisible, al menos públicamente. Pasa mucho con las víctimas de abuso sexual infantil, asumir la dimensión real de lo que supone en cifras el abuso sexual infantil o la violencia sexual contra las mujeres y las niñas, genera rechazo (individual y social). Es mejor no ver que asumir que esto pasa constantemente y sobre todo, porque supone tener que hacerse cargo y responsabilizarse. Y eso es un proceso individual y social costoso, que no cualquiera está dispuesto a hacer.
Pocos relatos hemos oído de hombres reconociendo que han ejercido violencia o han sido cómplices. Esto sería muy sanador para las mujeres y desde luego abriría el camino a la reparación. Pero es mucho más fácil, intentar suavizar la realidad, ocultándola o disfrazándola de algo que genere menos coste para la sociedad en general y para los hombres en particular, por eso se intenta abrir el debate en torno al consentimiento, o se intenta distorsionar el concepto de violencia sexual poniendo en duda el término.
Luego está la reacción de ciertos estamentos sociales a que seamos las propias mujeres las que queremos contar nuestra historia, y además lo queremos hacer a nuestra manera y con nuestras palabras. Históricamente han sido otros (en masculino) los que han construido el relato colectivo que era funcional al sistema. Diríamos que “les estamos robando el relato”. Yo creo que es normal o al menos “esperable” esta reacción por parte de los hombres o de las instituciones que mejor representan la masculinidad tóxica. La diferencia con los años previos al fenómeno “Me too” es que ya no hay posibilidad de borrar ese relato colectivo que estamos construyendo las mujeres.
Beatriz Bonete, socióloga experta en género e investigadora Social
Detrás existe un interés económico que ponen delante de cualquier valor democrático
Esto es un claro ejemplo de que el machismo no es un hombre como Rubiales, haciendo lo que hizo, sino que es todo un sistema social y cultural que sigue estando muy metido en todos sitios. No es casualidad que Rubiales fuera el presidente de una Federación que sigue sin entender qué es la violencia sexual y que las mujeres somos las más capacitadas para definirlas, porque somos sus destinatarias. Tampoco nos engañemos: esto no es solo ideológico. Detrás de su absoluta falta de conocimiento sobre la violencia contra las mujeres (en cualquiera de sus manifestaciones) y su cero sensibilidad con las afectadas, está un interés económico que ponen delante de cualquier valor democrático y cualquier garantía de los derechos humanos.