Se hacían llamar “la manada” y su ataque en grupo, en julio de 2016, puso encima de la mesa un problema del que apenas se hablaba, el de las agresiones sexuales colectivas. Desde 2017, casi se han duplicado los casos. Ese año, se cometieron 116 violaciones de este tipo y en 2022, 218. ¿Qué está pasando? ¿Qué lleva a un grupo de amigos a organizarse y planear una agresión sexual?
El ejemplo de la manada y el reconocimiento de la identidad del grupo
Miguel Lorente, médico forense, profesor universitario y experto en violencia de género, cree que la agresión de San Fermín fue una “representación de cómo llevar a cabo la violencia sexual”, no era la primera vez que sucedía, pero sí tomó una difusión y tuvo una visibilidad que “hizo que otros jóvenes se identificaran con ese tipo de conductas”. De ahí que en 2018, dos años después, otros cinco amigos cometieran una nueva agresión sexual grupal y se autodenominasen a ellos mismos como “la nueva manada”.
“En las conductas humanas, no solo en la violencia, hay un componente de imitación, una referencia y no es que actúen porque lo han visto, sino que ya piensan en actuar y cuando lo ven, lo reproducen”, señala Lorente. No solo la violación en grupo en sí, también el hecho de grabar el ataque y compartirlo en subgrupos. De alguna manera, “buscan alrededor de ese hecho un elemento de cohesión, de reconocimiento de identidad del propio grupo, un elemento de refuerzo interno que lleva a que sea un factor más para sentirnos diferentes al resto, como un evento identitario de reconocimiento”, explica.
“Otro factor que influye es precisamente el elemento grupal como comunicacional, a través del intercambio de experiencias. Poder contar el episodio, es un elemento de refuerzo“, señala. Pone como ejemplo cómo los jóvenes pueden estar sentados con el móvil enseñándose cosas, ellos mismos no están dialogando, sino que están lanzando mensajes y “el hecho de poder compartir estos elementos forma parte de su manera de relacionarse”.
La pornografía, “escuela de violencia sexual”
La pornografía y sus contenidos violentos también contribuyen al aumento de este tipo de delitos para Beatriz Bonete, socióloga experta en Género e Investigadora social. El fácil acceso a estos contenidos (la edad media del primer contacto con el porno son los 8 años) contribuye a esta noción de que se puede abusar, humillar y degradar el cuerpo de las mujeres. Cita a la investigadora Mónica Alario, cuando define la pornografía como una “escuela de violencia sexual”. En estas plataformas los vídeos más vistos son agresiones sexuales ficcionadas donde la mujer se niega y resiste a mantener relaciones, “están aprendiendo un tipo de sexualidad que luego van a reproducir”, insiste Bonete.
Lorente coincide y apunta que tras el ataque de manada de Pamplona aumentaron los vídeos porno de violaciones grupales. Estas plataformas se dieron cuenta de que la agresión había generado un impacto social y en lugar de cuestionarlo, de no reproducirlo lo que hicieron fue aprovecharlo para facilitar su aprobación. Cree que están aceptadas este tipo de conductas y que eso genera una retroalimentación, “la pornografía como una forma de reforzar esa sensación de poder a través de la violencia sexual”.
La creencia de que al agredir en grupo la responsabilidad se diluye
Otro factor que puede explicar este incremento de ataques en grupo es cómo se difumina la responsabilidad en un ataque colectivo. Lorente piensa que existe la creencia, sobre todo en gente joven, de que cuando se actúa en grupo la culpa se diluye. “No es verdad que la responsabilidad llamémosle moral, se diluya. Eso de sentir yo no quería, pero es que los demás…, O el otro ya lo ha hecho, qué más da. Es lo contrario, un agravante“, insiste.
Violencia a través de la intimidación
A Lorente le preocupa otro elemento que está muchas veces presente en estos ataques y es la violencia entendida como lo define la OMS no como un elemento solo físico de fuerza sino de poder. En estas situaciones “no hace falta agredir para poder someter porque ya estás aprovechándote de esa intimidación, de ese poder”, apunta. Los agresores piensan que el hecho es menos grave porque no ejercen violencia física directa para someter y el ejemplo más claro de esta creencia es la sumisión química. Recurrir al uso de sustancias o incluso el aprovechamiento del grado de intoxicación para llevar a cabo la agresión sexual les hace sentir que no es tan grave lo que están haciendo.
El feminismo como ataque a la masculinidad
En cualquier caso, existe un problema con la gestión de la libertad, de las mujeres, de su empoderamiento, insiste Lorente, y podría estar relacionado con la motivación para estas agresiones. “Cuando hablamos de criminalidad hay distintas clasificaciones, una de ellas es la tipificación de crimen instrumental o crimen moral. El instrumental se lleva a cabo para conseguir elementos de carácter material y el crimen moral para defender ideas, posiciones, tu imagen, tu creencia”, explica.
Esto se aprecia en los crímenes de violencia de género cuando los asesinos no quieren que se les cuestione como hombres, que los dejen en mal lugar y en las ocasiones en las que se ha podido descubrir qué frases proferían a sus víctimas en el momento del ataque muchas veces se dirigían a ellas en plural. “¿Pero qué os habéis creído? Os vais a enterar”, le llegan a decir a una mujer que está en el suelo con 20 puñaladas. “No le están hablando solo a ella, sino que están hablando a las mujeres en su conjunto”, apunta Lorente.
“Al final ese posicionamiento de los hombres defendiendo lo común también creo que un factor que facilita el reunirse para violar. Aquí las mujeres están empoderados, van a sitios donde antes tenían que ir acompañadas y son ellas las que marcan un poco la pautas, los jóvenes se ven totalmente desplazados en un espacio que antes era de ellos. Perciben que les están quitando algo masculino. El cambio que suponen las políticas de igualdad y por lo tanto, la limitación de los privilegios de los hombres, al final lo entienden como un ataque a la propia masculinidad, a la propia hombría”, insiste.
El machismo está de moda y tiene influencers
Bonete va más allá y considera que ahora se están legitimando los discursos machistas y de odio. “Antes entrabas en un aula a dar una charla de prevención de violencia de género y nadie quería ser machista porque eso estaba mal visto, no era aceptable, pero ahora eso es un motivo de orgullo, un síntoma de rebeldía”, cuenta. Tampoco ayudan las declaraciones en el ruedo político ni quien entretiene a los jóvenes. “Hay portavoces de partidos políticos a nivel nacional que se enorgullecen de hablar de esa hombría y creadores de contenido como Jordi Wild o Roma Gallardo que hablan de ser un macho duro”, señala.
“Ser un machista lo que significa es que te sientes superior a las mujeres y las vas a tratar así en cualquier ámbito de tu vida, incluido el de relaciones sexuales y además, ser machista implica otras cosas, que es lo que llamaba Celia Amorós, la fratría: un pacto entre hombres para someter a las mujeres” , sentencia Bonete.