“Pienso en mis hijos, en mis nietos, por ellos he librado esta lucha”. Gisèle Pelicot, 72 años, se ha convertido en símbolo mundial del feminismo, en una referencia global sobre los derechos de la mujer, en la evidencia de que, lejos de lo que muchos proclaman, queda todo un océano por hacer. Sus entradas y salidas del tribunal estaban acompañados por los ánimos y los aplausos de grupos de gente que la exhortaba a seguir adelante, ella sola frente al mal, contra un entorno infernal en un episodio tan espeluznante como nauseabundo.
Gisèle fue sometida a un rosario infinito de violaciones durante once años por individuos convocados en las redes por su marido, quien la drogaba y la entregaba bajo el argumento de que estaba poseído por un espíritu diabólico.
Día a día, Gisèle se plantaba en la sala de audiencias frente a sus violadores, 51 tipos deleznables que ocultaban cobardemente el rostro con sombreros, capuchas, mascarillas, y que no osaban mirarle a la cara. Ella, se presentaba al principio con gafas negras pero poco a poco, se fue desprendiendo de ellas, para proclamar que quien ha de avergonzarse, quien ha de hundirse, quien ha de pedir perdón es el agresor, el verdugo, y no la víctima.
Gisèle es una heroína de nuestro tiempo, un referente vivo de cuanto representa la se ha convertido en la heroína de un drama execrable, en el estandarte de un combate que se antoja interminable. Veinte años después de la aprobación de la Ley de Violencia de Género, los datos en nuestro país resultan desalentadores.
¿Cuántas mujeres deben morir para que la sociedad rectifique? Este año se han registrado 47 asesinatos de mujeres a manos de sus parejas. Educación y represión han de ir de la mano, pero no parece que la gestión de este drama está dibujando un panorama alentador. “No hubo muertos, no es para tanto”, decían algunas voces mientras se desarrolla la audiencia del caso Gisèle. ¿Es que hay que esperar a que se registren más muertes para que la sociedad rectifique? ¿Es necesario que la tragedia supere los estremecedores datos actuales para que se produzca la unánime reacción, más allá del grito y la denuncia? Mucho se ha avanzado, ciertamente, no hay que caer en el pesimismo estridente ni en la desolación desgarrada. Casos ejemplares como el de Camille luchando, casi en solitario, contra el mal, pueden suponer un punto de inflexión en el combate contra esta lacra terrible, esta epidemia de violencia que nos sacude y nos angustia.
Merçi, Gisèle, titulaba un rotativo francés el primer día de su comparecencia ante el juez. Una sociedad agradecida no debe conformarse tan sólo en el gesto de dar las gracias. Es necesario dar un paso adelante, en todas las instancias, en todos los ámbitos. No puede haber ni más Gisèle ni más víctimas. Esta lacra no es una maldición irremediable. Hay que combatirla con más armas y mayor determinación. Hasta que finalmente el bien se imponga. Costará, tardará, pero Gisèle, y tantos otros ejemplos, nos ha mostrado el camino. Por nuestros hijos, por nuestros nietos.