Una niña va a vacunarse a su centro de salud, desaliñada y con una mirada triste. Un episodio cotidiano que puede esconder una situación de vulnerabilidad y violencia o un mal día de la menor, sin más. Si en vez de ponerle una inyección y pasar al siguiente paciente, se pregunta a sus padres si están pasando un mal momento, si llegan a fin de mes o si han notado apenada a la niña en los últimos tiempos; se podrían detectar problemas ocultos con más asiduidad y antes incluso de que cristalicen.
Prestar atención a los detalles cuando un menor acude a los sistemas sanitarios es fundamental para descubrir negligencia, violencia y maltrato y para ello es esencial la implicación y formación de todos los profesionales que interactúan con la infancia y la adolescencia en estos contextos.
De eso trata la pediatría social, una especialidad que abarca todas aquellas situaciones en las que la salud del niño sufre por una causa externa social, y al revés, cuando la salud del niño repercute sobre su entorno.
Antonio Gancedo, pediatra social en el Hospital Universitario Fundación Alcorcón, lo explica así: “cuando nos dan el título, nos dicen que somos especialistas en pediatría y sus áreas específicas, que son dos. La primera es la pediatría clínica, la que conoce todo el mundo. Si tienes un hijo con un soplo en el corazón, acudes el cardiólogo pediátrico, tu hija tiene diarreas o dolores abdominales recientes, te va a ver el digestivo pediátrico, esa es la pediatría clínica. La otra área específica es la pediatría social y salud pública, donde nos dedicamos a valorar al paciente en su entorno familiar, escolar y social”.
Cree que son un elemento fundamental en la detección, orientación y sensibilización de la infancia. Además, son los encargados de notificar sus sospechas, si las hubiera, a servicios de otro tipo como, por ejemplo, el judicial. Si tras observar y escuchar sospechan que algo no va bien, que el niño o niña puede estar viviendo una situación de maltrato, de negligencia, de abusos sexuales, acoso escolar hasta incluso el riesgo o detección de una mutilación genital, dan la voz de alarma.
No siempre es fácil. Se encuentran también con resistencia dentro de las propias familias si sus conjeturas señalan un problema específico, llegando incluso a recibir denuncias por un diagnóstico. “Hay días que dan ganas de rendirse y piensas me voy a ver catarros, diarreas y mocos”, se queja Gancedo.
Asimismo, señala que no es necesaria una gran inversión. “Somos baratos. No tenemos que comprarnos un escáner, ni un ecógrafo con una sonda de última generación. Se trata de escuchar, hablar, empatizar, comprender, deslindar. Hacemos una medicina de escucha y de atención. Esa valoración del entorno siempre se hace bajo un prisma de respeto a los derechos del niño”.
Para Carme Vidal, presidenta de la Sociedad de Pediatría Social, “todo pediatra tendría que estar formado en pediatría social”. No solo ellos, apunta, si no todo el personal que trata de alguna forma con menores. Desde la escuela, hasta los trabajadores sociales y el cuerpo judicial al completo.
Vidal subraya la importancia del trabajo en red en la pediatría social. Crear una especie de comunidad para conseguir una fotografía real de la vida de los niños y adolescentes. Hacer reuniones con la escuela, con trabajo social, hablar con protección de menores, con la familia y con quien consideren que pueden ayudar al menor si piensan que tiene un problema.
“Nos pone a prueba como sociedad”
Considera que hay mucha infancia en peligro y que los casos que atienden muestran únicamente la punta del iceberg. “Cada vez tenemos más casos de violencia en las unidades, violencias de todo tipo”, explica. Hace tres años, contabilizó 12 unidades de pediatría social en toda España. Muchas comunidades ni siquiera cuentan con esta especialidad, aunque la tendencia está cambiando.
Unas cifras que sonrojan teniendo en cuenta que, a día de hoy, hay cerca de 8.000 menores en riesgo de violencia vicaria en España o que las llamadas a la Fundación ANAR que se encarga de ayudar a niños y adolescentes en situación de riesgo, recibió el año pasado 3.541 llamadas de niños y adolescentes que manifestaban vivir violencia de género en el entorno. Casi un 20% más que en 2022.
Porque para ellos, el relato del menor es capital y hay que tenerlo en cuenta. Son testigos de la manipulación que sufren algunos menores en casos como la violencia vicaria, o las consecuencias cuando son testigos de los malos tratos a sus madres. “Tiene que haber cuidados específicos para las violencias contra la infancia y la formación es esencial”, repite.
“Nos pone a prueba como sociedad. Tenemos que demostrar que protegemos a la Infancia y a la adolescencia, que nos preocupa y que no les dejamos desprotegidos”, apunta Vidal.
Desarrollan una labor esencial y poco conocida que piensa en el futuro más que en el presente. Un trabajo de cuidados para los más vulnerables y los que apenas tienen voz con una bata blanca en lugar de capa. “No es que seamos héroes. Somos pediatras que nos dedicamos a otra visión de la de la infancia, más a largo plazo”, culmina Gancedo.