No hay manera fácil de empezar a contar algo tan duro. Por eso, quizá, lo mejor sea arrancar por el momento en el que todo cambió. “Mi hijo se puso a llorar y me dijo que papá le había dado con la pichurra en el culete y le había hecho daño”. María, que en realidad no se llama María, nos cuenta que eso es lo que su pequeño, de 7 años y con trastorno del espectro autista, le dijo un día al volver de casa de su padre. Trae consigo varias (muchas) carpetas de informes y denuncias. Le pedimos un nombre, aunque sea ficticio, para hablar del menor. Prefiere no dar ninguno. “Por si acaso”.
Ella y el que fuera su marido están en pleno proceso de divorcio tras toda una vida juntos. “Desde los 14 años”, matiza. Tiene 55. “Pegarme no me ha pegado nunca. Yo no voy a decir una cosa que no es”. Pero sí nos habla de años de maltrato psicológico. “Era insoportable en casa. Estaba todo el día detrás. Me paraba el lavavajillas para ver cómo había metido los cacharros, me deshacía la cama para ver si la sábana estaba bien puesta, me chillaba, me miraba el móvil todo el rato … La primera vez que se lo llevó la policía estaba como loco. Me dijo que no le extrañaba que matasen a las tías tan hijas de puta como yo.
Cuando vino la Guardia Civil a casa, él mismo lo reconoció. Le dijo a la Guardia Civil que me había gritado eso”. Esa vez se lo llevaron detenido. “A la mañana siguiente estaba en casa”, nos dice. Pero no fue la única. Ha habido varias detenciones. “Luego otra, que fue al colegio del niño y empezó a insultarme, a grabarme con el móvil y una mamá que estaba allí me salió a defender, se empezó a meter con ella… y se fue él a denunciarnos. Pero yo llevo un teléfono de seguridad de la Cruz Roja y cuando llamé, enseguida estaba la Guardia Civil allí. Al final, le dejaron detenido a él”.
Todo eso es grave, tan grave como para que ella pidiera el divorcio. Pero lo determinante, la presunta agresión sexual a su hijo, llegó, según María, cuando ya estaban viviendo separados. Cuando volvemos a hablar de ello, nos enseña fotografías de la espalda amoratada del pequeño. Después, empieza a sacar informes, privados y no, que desaconsejan que el niño vea a su padre a solas. Informes que destacan que, al tener autismo, la comunicación con el menor es complicada y que hablan de ira al referirse a su padre. “Papá me pega y me hace daño en la pichurra. No me gusta papá”. El informe de la psicóloga es mucho más detallado. Permitan que paremos aquí.
Ha sucedido, según María, en al menos dos ocasiones. Por eso el niño está en seguimiento para ver si tiene alguna ETS y ha tenido que someterse a mil pruebas médicas. El proceso no es agradable y, teniendo autismo, retraso madurativo y ataques epilépticos, todo es más complicado.
“Él dice que es todo mentira. Que el niño se lo ha inventado y es un liante. Y por eso la jueza me obligó a que lo viera tras ocho meses. Fue entonces cuando empezamos otra vez con lo mismo”. Pero el pasado 29 de junio, cuando según su relato volvió a pasar, María suspendió unilateralmente las visitas.
No se explica por qué no están activándose los protocolos. Ella cree que parte del problema podría ser la falta de comunicación porque un procedimiento es civil y el otro penal. Está a punto de recibir la sentencia de divorcio y espera que salga favorable, que le impida a su exmarido que esté con el niño a solas. Ella es reacia incluso a las visitas en un punto de encuentro. “Si me obligan a que le lleve, lo haré. Pero el niño no quiere. Estoy esperando la sentencia del juicio y espero que salga a mi favor”.
En realidad, María no pide mucho. Solo que se sepa su historia y que se tenga en cuenta todo lo que el niño cuenta, pese a su autismo.