“Mi nombre es Carmen Giménez, soy atleta paralímpica, porque mi pareja de entonces me tiró desde un tercer piso; pero eso es lo menos doloroso que hizo. Lo más grave fue toda la violencia psicológica y emocional que sufrí durante los casi dos años de relación”. “Soy Claudia Campillo, superviviente de violencia sexual. Mi abuelo decidió que tenía el cuerpo de niña perfecto para satisfacer sus necesidades sexuales desde los 11 años”.
Es necesario poner nombre, apellidos y testimonio a cada víctima de violencia de género, para entender la brutalidad de lo que esconden las estadísticas. Y así lo ha hecho Artículo14 en el marco de Examen14 contra la Violencia Sexual, a través de los testimonios de dos víctimas, que en la actualidad están volcadas en visibilizar y apoyar a otras mujeres en su misma situación. Junto con Andrea Cáceres, que, desde la Asociación Trabe, trabaja en la educación de los jóvenes.
“La violencia física es la menos frecuente de las violencias dentro del ámbito de la violencia de género”
Destrucción
Escuchar la historia de Carmen Giménez es desgarrador. Atleta paralímpica, campeona de atletismo, ha sufrido en dos ocasiones la violencia sexual. La primera por parte de su expareja, la segunda en manos de su exentrenador: “Asociamos violencia de género con violencia física, que es la menos frecuente de las violencias dentro del ámbito de la violencia de género. Probablemente de las personas que estamos aquí a casi ninguna su pareja o expareja le ha golpeado, pero seguro a alguna le han despreciado o controlado. Esa violencia psicológica y emocional te daña la esencia de tu ser, destruye tus pilares y pasas a no ser nada a no valer nada”.
En la charla-coloquio, Giménez, alertó del problema estructural de la violencia, que va más allá de la física y que muchas mujeres no son conscientes de vivir, porque se trata de comportamientos que están muy arraigados en la sociedad. Tras recordar cómo hasta hace poco menos de 50 años las mujeres no han podido ejercer derechos básicos, como votar, abrir una cuenta o correr una maratón, incidió en que “vivimos una violencia estructural, que tiene como base la desigualdad histórica de género, dado que algunos hombres consideran que tienen unos privilegios y unos derechos superiores a los de las mujeres”.
Protección a las víctimas
Giménez alertó de que, en base a su experiencia personal, el sistema de protección a las víctimas no está funcionando. Su primer caso, quedó sobreseído (algo que ocurre en entre el 40% y el 50% de las denuncias). En el segundo, cuando fue a denunciar a su exentrenador, el policía especializado trató de disuadirle de que prosiguiera adelante. “Es inaceptable que una mujer que haya pasado por una situación de violencia, cuando decide denunciar tenga que pasar por un maltrato institucional lamentable”, lamentó.
De ahí, que la deportista se haya volcado en visibilizar el problema ante unas cifras oficiales que no reflejan la realidad. “Las mujeres asesinadas suponen el 0,5% de las denuncias en materia de violencia de género. Y según los datos del Consejo General del Poder Judicial tan solo un escaso 20% de mujeres de sufren violencia denuncian. Por lo tanto, no es que no conozcamos el nombre de las mujeres que la padecen; tu madre, tu vecina, tu amiga,… con toda certeza alguna de las personas que tenemos a nuestro alrededor sufre violencia de género. Yo agradezco que estemos aquí visibilizándolo y hablando de ello porque las que estamos aquí no somos números ni somos estadísticas”.
“He tenido que convivir muchísimos años en silencio con la culpa, la vergüenza y el miedo”
Desapercibido
El testimonio de Claudia Campillo, superviviente de abusos sexuales en la infancia y creadora de The Innocent Box, refleja las secuelas físicas y emocionales por la somatización de los sentimientos de culpa que esta violencia, que pasa desapercibida en el entorno familiar y escolar, deja en los niños que la sufren. Campillo alertó de la importancia de la educación sexual y de enseñar a los niños el sentido del consentimiento. “Mi abuelo decidió que tenía el cuerpo de niña perfecto para satisfacer sus necesidades sexuales durante quince años, desde los 11 a los 22. Yo sabía que lo que estaba pasando no era lo normal, pero por falta de educación sexual no sabía ponerle nombre. Seguí viviendo, pero somaticé toda la ansiedad, toda la culpa, la vergüenza y el miedo por proteger a familia. Así, viví durante muchísimos años, sin decir nada y sin que mi familia, ni mi entorno escolar, ni las instituciones se dieran cuenta”, explicó Campillo.
En su caso, fue una charla durante sus estudios de integración social con 19 años la que le alertó con una crisis de ansiedad que terminó en urgencias de lo que había vivido –“por eso creo tan firmemente en los testimonios en primera persona”-. A partir de entonces, Campillo vivió un proceso de agorafobia, un tumor benigno en un ovario de 2,5 kg y, cinco meses después, una operación de corazón. Un año después, tuvo que someterse a una craneotomía porque tenía los nervios cruzados. “Ningún médico se atreve a decirme que lo que he vivido ha sido consecuencia de lo ocurrido en mi infancia, pero yo digo que sí, porque son nervios con los que he tenido que convivir muchísimos años”, señaló Claudia durante su intervención.
Violencia infantil
Su lucha prosigue, con un trastorno de autocastigo y de conducta alimentaria en una situación de normo-peso, que le ha llevado a estar ingresada durante más de dos años, además de la necesidad de someterse a una intervención especializada en Japón para tratar los espasmos faciales. Ante la falta de medios para costearse el coste de la operación (15.000€), Campillo lanzó una petición en las redes sociales hace más de un año. No solo logró estos fondos, sino que ahora, acumula más de 150.000 seguidores. “Estoy segura de que todas las personas que me han ayudado, con su aportación -aunque sea 1 euro-, están dando dinero a su historia. Siempre se habla de las consecuencias emocionales, que son infinitas, pero las que yo cargo son también físicas. Y por eso lucho para visibilizar los abusos sexuales en la infancia”, explicó Campillo, que diariamente recibe alrededor de 80 mensajes de personas contándole historias muy dolorosas y que te hacen replantear si el sistema funciona.
Prevención
“Yo creo que las supervivientes nos planteamos que el sistema no funciona. En mi caso, porque nadie se dio cuenta y no supieron detectar; pero también por lo que he ido recogiendo. Yo soy la voz de muchas que hoy no pueden hablar y que algún día podrán”, afirmó Claudia, que en esta lucha a emprendido tres proyectos de lucha. Entre ellos, The Innocent Box con el que busca prevenir y detectar los abusos sexuales infantiles a través del juego. Este tipo de agresiones la sufren una de cada cinco niños, según los datos de Unicef. En el 82% de los casos por parte de un familiar o una persona muy cercana a la familia. Frente a su sensación de que las instituciones no están apoyando este proyecto, Campillo ha decidido apostar para “visibilizar la realidad con la que yo me encuentro y como persona referente ayudar a la gente que está pasando o ha pasado algo así”.
“Un 20% de las niñas están viendo porno y lo que hacen es normalizar que la violencia hacia las mujeres”
Andrea Cáceres, de la asociación Trabe, que trabaja en la educación de los jóvenes, coincidió con Jiménez en señalar el patriarcado como el origen de la violencia machista y advirtió de que las “violencias más visibles, como pueden ser los asesinatos, son la punta de la pirámide, que tiene una base muy fuerte como es un sistema patriarcal”. Incidió en la importancia de la educación sexual en las aulas y en las familias, ya que en España “la sexualidad sigue siendo un tabú, pero hay que integrarlo como una parte esencia de la vida de las personas”.
‘Neomachismo’
La experta alertó de que la violencia machista no es algo del pasado, sino el “machismo de siempre adaptado a los nuevos formatos como las redes sociales o la pornografía, por eso me gusta definirlo como ‘neomachismo’”. Subrayó la gravedad del consumo de pornografía por parte de los menores, que pues esta se convierte en el referente de su educación sexual y normaliza la violencia hacia las mujeres. Al porno no solo acceden los varones, sino también las mujeres jóvenes. “Hay un 20% de niñas y preadolescentes que también están viendo porno que lo que están haciendo es normalizar que la violencia hacia las mujeres. Cómo van a reaccionar en el futuro estas menores cuando vean que ellas no están disfrutando con ese tipo de sexualidad y piensen que es algo que está mal en ellas”, avisó.
Educación
De ahí, la importancia de la educación para transmitir la empatía hacía la otra persona: “Al final, la base es educar para construir un futuro mejor. Cuando voy a los colegios y hablo con las niñas y los niños, me doy cuenta de que ellos normalizan conductas que son violentas”. Según explicó esta situación se produce porque las ven en sus casas, en las películas,… dejando huella porque nuestro sistema de aprendizaje es conductual. “Hay que hacer entender los principios básicos de igualdad de respeto y de no violencia desde la infancia”, señaló.
Las tres ponentes coincidieron en la importancia de visibilizar una realidad normalizada en el entorno, que muchas veces pasa desapercibida, como es el caso de la violencia infantil; así como apostar por la educación para cambiar el paradigma de los jóvenes. No quisieron despedirse sin un último mensaje: no quedarse quietos ante cualquier situación de violencia contra las mujeres en el entorno. Como señalaron, siempre se puede hacer algo para ayudar.