A Carol (nombre ficticio) le complicó la vida su propia abogada. La que se suponía que tenía que velar por sus intereses y poseía conocimientos de violencia de género. Tras años de sufrir todo tipo de violencias (física, sexual, económica y psicológica) se decidió a denunciar. Tenía partes de lesiones, grabaciones y su maltratador se encaró con la jueza durante la vista. Impusieron una orden de alejamiento y se suspendieron las visitas del padre con los hijos menores de edad de la pareja. Todo parecía ir por buen camino.
“Era como un pez al que movía la corriente”
Sin embargo, y sin saber muy bien por qué, la letrada convenció a Carol de que si permitía que los pequeños visitasen a su padre sería mejor para el procedimiento y podían ganar la simpatía de la jueza. Carol es profesora, no sabía nada de derecho, en ese momento, ni de la legislación en violencia de género. Se encontraba en una situación muy vulnerable tras años de maltrato. Tenía miedo, todo era nuevo y confió en quien se supone que debía confiar. “Yo era como un pez al que movía la corriente”, explica, para describir cómo apenas podía pensar y actuaba como una autómata.
La ley establece que se deben suspender las visitas con un hombre acusado o condenado por violencia de género, solo se contemplan esos encuentros como una excepción. Es cierto que se siguen concediendo porque es el juez o jueza quien decide, pero no se debería favorecer la revinculación con el progenitor en esas circunstancias.
Grabaciones agrediendo a la pequeña
La abogada de Carol no solo no estaba defendiendo los derechos de su clienta, lo cierto es que una de las grabaciones que tenía en su poder era un intento de agresión en la que el maltratador, al no poder golpear a Carol, zarandeó al niño en su carrito. No era la primera vez. Es decir, la letrada sabía que el padre había ejercido violencia contra una niña muy pequeña, en unas de las discusiones, y contra su hermano que era un bebé de meses en ese instante. ¿Por qué le iba a beneficiar a nadie permitir las visitas con él?
El juzgado entendió que Carol no consideraba peligroso al padre
Es difícil adivinar las intenciones de la letrada, pero Carol, perdida y destruida, se fío de ella y permitió que los pequeños viesen a su padre unas horas, un par de tardes a la semana. Lo que parecía una acción cargada de buenas intenciones, por supuesto, se le volvió en contra. Cuando la jueza se percató de que Carol había facilitado los encuentros entendió que no pensaba que corriesen peligro con él y decretó visitas, pernoctas y vacaciones.
Ahora no puede moverse de un pueblo donde no conoce a nadie
Esta decisión no solo fue un mazazo para Carol, sino que complicó y mucho su situación porque Carol y su maltratador vivían a una hora de distancia cuando se conocieron y ella se había trasladado a localidad donde residía él al encontrar una plaza cerca del pueblo. Ahora, ella no podía regresar con su familia, amigos y red de apoyo porque la jueza no le permite moverse al existir una custodia compartida. “No tengo a nadie aquí. Los niños se ponen malos, necesito ayuda, pero estoy sin poder moverme, sin poder rehacer mi vida”, cuenta.
El padre de los pequeños jamás se ha hecho cargo de ellos, ni de sí mismo. No hacía nada en la casa y se ponía violento cuando Carol le intentaba hacer ver que tenía que echarle una mano, que no podía con todo. Incluso cuando volvió a casa después de dar a luz a su segundo hijo por una cesárea, tenía que encargarse del recién nacido, su hija, la casa y hacerle la comida a su pareja.
Nunca se hizo cargo de sus hijos
Antes, cuando nació su hija mayor, tuvo que pedir una excedencia porque su pareja se negó a que ambos cogiesen una jornada reducida, a pesar de que sus trabajos eran similares en cuanto a remuneración. Ella se tuvo que sacrificar para encargarse de todo, como siempre e incluso tirar de sus ahorros para aportar a la familia.
Ahora, está atrapada en un pueblo, a la espera de varios juicios, con dos niños pequeños y el miedo metido en el cuerpo y todo, gracias a su abogada, a la que obviamente despidió en cuanto se enteró de la barbaridad que le había obligado a hacer.
Carol está desesperada porque, aunque el informe forense del juzgado acredita su situación emocional como consecuencia del maltrato y tiene grabaciones que lo demuestran, en el pueblo nadie la cree y ha tenido que soportar que la llamen mentirosa en más de una ocasión delante, incluso, de sus hijos. Sin amigos, ni familia cerca lucha cada día para que esta pesadilla llegué a su fin.