Recuerda Cristina Fallarás, escritora y periodista que las mujeres de la china milenaria, en el siglo III inventaron un alfabeto propio, ajeno a los hombres, el idioma fonético Nüshu. Huérfanas de un sistema que les diera voz, que les permitiese relatar y contarse sus penas, se lo inventaron. En algunas comunidades de África las mujeres se comunican con su propio pelo, envían al resto mensajes a través del peinado para alertar de ciertos comportamientos masculinos. El silencio en torno a la violencia que sufren las mujeres siempre ha existido y la necesidad de crear herramientas para romperlo, afortunadamente, también. Por eso la comunicadora lleva años perfeccionando un canal para denunciar violencias sexuales. Una idea que nació al calor del movimiento #Metoo, cuando Fallarás cayó en la cuenta del potencial de las redes sociales como herramienta testimonial y movilizadora, sin embargo le quiso dar una vuelta de tuerca para evitar que los negacionistas pudieran achacar a aspiraciones hollywoodenses los relatos españoles.
Así que en 2018 lanzó en Twitter #Cuéntalo, no te tenías que sumar a una denuncia, si no que relatar tu propia experiencia. Fue un éxito y una muestra más de ese vacío, ese silencio en el que se encuentran la inmensa mayoría de las víctimas de agresiones sexuales, ya que en España, recordemos, solo se denuncia el ocho por ciento de estos delitos. Desde hace más de un año, comparte las historias de toda mujer que sienta la necesidad de “contar” en su cuenta de Instagram y hace unas semanas, uno de esos testimonios precipitó la caída de Íñigo Errejón. Ella lo vivió de lejos, cuenta, cuando le comenzaron a llegar mensajes de amigas y compañeras explicando que se le estaba señalando: “Pensé, pues lo mismo es él. No se lo pregunté a la mujer que me lo había enviado ni ella me lo dijo“, insiste.
Porque esa es una de las claves de su refugio, los testimonios son anónimos. A pesar de lo que muchos repiten sin cesar su archivo no busca linchamientos en la plaza pública, si no “crear una memoria colectiva”, una construcción testimonial, alejada de los cauces ordinarios. “Errejón dimite porque se reconoce en los relatos y eso es fundamental, que el testimonio de una mujer sirva también como un mecanismo de identificación que no existía”, explica.
Amenazas y una agresión en la calle
Fallarás realizó sesenta entrevistas en menos de una semana para explicar su proyecto y si ya se cuestionaba su forma de trabajar en susurros, una vez que cae Errejón, las críticas son estruendo. “No es casual que el cuestionamiento a mi trabajo se intensifique cuando dimite un político”, asegura. Como tampoco cree que sea una cuestión de azar que muchas de esas críticas provengan “de periodistas y medios supuestamente progresistas” o que haya recibido amenazas de muerte por crear un canal donde las mujeres narran esas violencias. Es el sistema.
No es la primera vez que intentan intimidar a Fallarás. La comunicadora sufrió una agresión física en plena calle por la que acabó en el hospital cuando estaba inmersa en el movimiento #Cuéntalo. Un ataque que perpetró un ultraderechista y que sirve de termómetro para entender la resistencia a dar voz a las víctimas de violencias sexuales. Algo que le pasa a todas las que rompen ese silencio y pone como ejemplo a Elisa Mouliaá, Nevenka Fernández y la víctima de la manada de Pamplona. Tres mujeres que sufrieron y sufren constantes ataques por el mero hecho de denunciar, llegando incluso dos de ellas a abandonar España ante el acoso y la presión. “Existe un terror social, la violencia sexual está en el centro de todo (desde la infancia) y la Justicia, la Policía y los medios de comunicación tradicionales forman parte de las herramientas del silencio”, apunta.
Dos testimonios por minuto
Desde que saltó el caso Errejón los testimonios que recibe se han disparado, si antes recibía alrededor de cincuenta relatos al día, ahora mismo le llegan dos por minuto. Invierte mucho tiempo en esta labor que hace por el convencimiento personal de que es algo “intrínsicamente bueno” y con la premisa de no lucrarse con ello. Todos los días, al alba, dedica dos horas a leer, contestar y publicar, otra hora y media por la noche, y el resto, a ratos, si viaja saca un hueco en el Metro, autobús, sala de espera, donde pueda arañar algo de tiempo. Contesta a todas las mujeres y les da las gracias porque tiene muy presente los distintos momentos por los que ha pasado esa víctima desde la primera vez que piensa en compartir su historia, se decide, se sienta a escribirlo y lo envía. Un proceso doloroso y sanador.
Si cree que se puede identificar al agresor en el relato, avisa y lo modifica, no quiere que las puedan rastrear. Si le llega un testimonio de una víctima de violencia de género que en ese instante está expuesta a un ataque, le recomienda los pasos a seguir. Alguno de sus testimonios ha prosperado en denuncia y muchos otros los analizan alguno de los dos gabinetes jurídicos con los que trabaja para asesorar a estas mujeres. Testimonios de víctimas de políticos como el de Errejón le han llegado muchos y los ha publicado sin mayor problema, pero no es la profesión más común en su cuenta. “Me llegan más relatos de médicos que de políticos, muchos hombres de empresa, profesores y curas lo que más. Si publico un testimonio de violencia sexual en la infancia, me llegan muchos más, si se habla de violaciones dentro del matrimonio, igual, va por oleadas“, explica.
“El silencio es un arma de represión más potente que el fuego”
Fallarás ha creado escuela y ya son muchos los buzones y las redes feministas que sujetan a estas mujeres mientras relatan la violencia. Porque esa es la finalidad, romper el silencio. “El silencio es un arma de represión más potente que el fuego y que los asesinatos. Los movimientos autoritarios lo primero que imponen es ese silencio, como ahora a las niñas y mujeres afganas que les han prohibido hablar en público y entre ellas“, apunta. Desde luego a ella que “lleva mucho rock´n roll a sus espaldas” no la van a callar ni le rozan las críticas, pero sí cree que dibujan un retrato de ese problema del que nadie habla y no hemos solucionado, de toda esa violencia sexual invisible y autoimpuesta que daña más que el fuego.