No hay atascos, el ritmo de vida es más tranquilo, respiras aire puro, nadie te molesta. Vivir lejos de las grandes urbes parece tener muchas ventajas, pero si te encuentras atrapada en una situación de violencia de género el entorno rural puede ser una jaula sin salida. Como muestra, las cifras: En lo que llevamos de año han sido asesinadas diez mujeres por violencia de género, siete de ellas, residían en municipios rurales.
Si ya es difícil de por sí recurrir a las instituciones cuando las tienes a un paseo desde tu domicilio, en un municipio pequeño la cosa se complica. Primero, porque el aislamiento al que te somete tu agresor se incrementa cuando tus posibilidades de comunicarte y pedir ayuda son escasas. Lo mismo tu casa se encuentra apartada, el vecino más próximo está a varios kilómetros, nadie puede socorrerte si gritas, no hay testigos que puedan alertar de tu situación. Estás vendida. Además, si un día sientes que tu vida está en peligro ¿adónde acudes?
El 35% de los hogares en pueblos de 10.000 habitantes solo tienen acceso a un único servicio público. Lo que significa que los municipios más pequeños no cuentan con un juzgado, puesto de la Guardia Civil, centro de salud o centros específicos de atención a la mujer.
Una circunstancia que tiene efectos en las víctimas y que se puede palpar. Tanto es así, que a medida que disminuye el número de habitantes de un municipio, se reduce el porcentaje de mujeres que verbalizan el maltrato. Denuncian el 83,3 por ciento de las víctimas que viven en municipios de 100.000 habitantes; el 78,5% en municipios de entre 10.000 y 2.001 habitantes, mientras que en los municipios de menos de 2.000 solo han denunciado el 66,9% de las mujeres, según la asociación Afammer.
Hay más factores que la falta de accesibilidad a los recursos especializados. La idiosincrasia de los pueblos juega también un papel importante a la hora de romper el ciclo de la violencia. El Ministerio de Igualdad realizó un estudio en 2020, a través de la asociación Fademur, donde se señalaba varias circunstancias que permitían invisibilizar, en mayor medida, las situaciones de malos tratos en el mundo rural. El hermetismo, el secretismo y el miedo al “qué dirán” de este tipo de poblaciones complica la denuncia. Lo mismo que el “cotilleo y las envidias” que se cuecen en estos ambientes. "La falta de anonimato, la falta de credibilidad y cuestionamiento de las propias víctimas así como la ausencia de solidaridad de la sociedad: “La gente prefiere mirar para otro lado”, señalaba el estudio.
El rol estereotipado de los hombres está también más marcado en los pueblos donde existe una fuerte masculinización de la sociedad rural. Hombres y mujeres, en general, realizan distintas tareas lo que favorece la dependencia económica y tener un poder absoluto sobre tu pareja. Suelen ser espacios donde predominan creencias más conservadoras y esto dificulta dar el paso y verbalizar la situación de violencia en las que están envueltas las víctimas.
Gloria Gabasa, una de las responsables del área de violencia de género de Fademur, insiste en la especial vulnerabilidad de las víctimas en entornos rurales. Pide más estudios sobre este fenómeno para frenar la invisibilidad de este problema y pone como ejemplo que el Consejo General del Poder Judicial no desglose sus estadísticas por el tamaño del municipio, lo que dificulta tener una buena fotografía de la situación.
Sin perspectiva de ruralidad
También se muestra preocupada por el cumplimiento de las órdenes de protección y señala la brecha digital como uno de los problemas para proteger a estas mujeres. Si el acceso a internet es deficiente o limitado, si no hay buena cobertura "las pulseras de protección fallan". Con el peligro que conlleva no poder detectar a tu maltratador.
Además, plantea la dificultad del cumplimiento de las órdenes de alejamiento en espacios reducidos. "Se toman medidas sin perspectiva de ruralidad. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado están a 5km en lugar de a 500 metros", insiste.
Carmen Quintanilla, presidenta de Afammer, cree también muy necesario acabar con la brecha en el acceso a la atención sanitaria entre las zonas rurales y las urbanas en España, explica que se encuentra "entre las más elevadas dentro de la Unión Europea. En total, 32 municipios de localidades rurales de las provincias de Cáceres, Guadalajara, Huesca, Salamanca o Palencia, se encuentran a más de 100 kilómetros de distancia del centro sanitario más próximo, esto supone que los habitantes de las zonas rurales tiene que recorrer 22 kilómetros de media para ir a un centro de salud y 17 km para llegar a una estación de tren".
Los centros de salud son una pieza fundamental para detectar la violencia de género ya sea porque atienden lesiones que pueden visualizar un problema o porque las víctimas encuentren en estos profesionales la confianza para hablar de lo que están viviendo.
Quintanilla reclama también "más programas de asistencia específica que garanticen el desarrollo personal de las mujeres en el medio rural; apostar por un modelo educativo que visibilice a las mujeres en todos los ámbitos y prestar atención especial a las víctimas de violencia de más edad que residen en el medio rural y a aquellas que sufren discapacidad pues son aún más vulnerables".