“Una alarmante espiral que no para de crecer”. Con estas gruesas palabras alertaba hace apenas tres meses la Fiscalía General del Estado del aumento de delitos sexuales cometidos por menores de edad. Los datos lo corroboran. El año pasado, por ejemplo, se incoaron -llevar a cabo los primeros trámites de un proceso- 3.185 diligencias contra menores por delitos contra la libertad sexual. Un incremento del 8,07 por ciento con respecto a los 2.947 procedimientos que se abrieron en 2022. Pero si echamos un poco más la vista atrás y nos fijamos en los datos de 2017, ese año se abrieron 1.386 diligencias por estos delitos y en 2015 hubo 1.081 procedimientos. Es decir en menos de una década los casos se han triplicado.
No solo los datos de denuncias, las cifras de condenas de menores por delitos sexuales que recopila anualmente el Consejo General del Poder Judicial también refuerzan este aumento. Los últimos disponibles, del año 2022, reflejan un total de 636 condenas a menores por delitos sexuales, en comparación por ejemplo con los 408 menores condenados del año 2018.
“Banalización de las relaciones sexuales y de la intimidad en particular”
Con respecto a las razones de esta espiral, la Fiscalía advertía en la presentación de su memoria, que son variadas y “complejas”: “La carencia de una adecuada formación en materia ético-sexual, el consumo del alcohol, el acceso temprano a contenidos pornográficos sin una adecuada educación sexual” y también “la constatada banalización de las relaciones sexuales y de la intimidad en particular”. Por ello apuntaba a la “imperiosa necesidad de reforzar la prevención y educación sexual y digital”. “No están calando en nuestros jóvenes los grandes esfuerzos que se están realizando en la formación en igualdad, predominando una deficitaria educación en valores que el entorno educativo del menor no ha sabido paliar”.
José Antonio García Serrano, psicólogo sanitario experto en el abordaje psicológico de la violencia contra las mujeres y menores de edad, cree que existen ciertas características que podemos encontrar en la población adolescente que sí que merecen una atención especial. “En primer lugar, todo lo que tienen que ver con la influencia de las tecnologías, estas nuevas generaciones son nativos y nativas digitales y, por tanto, la violencia se extrapola y se nutre de estas herramientas que tienen consecuencias como la violencia digital, en violencia sexual a través de las redes sociales, grooming, chantaje sexual”.
“El sistema educativo falla”
García Serrano se pregunta: “Si decimos que existe un aumento de la violencia machista en los jóvenes, ¿cuántos protocolos se han activado en los centros educativos por violencia de género o sexual? La cifra es ridícula, irrisoria. El sistema educativo falla. Y no es normal que después, en los centros privados, mi compañeros y yo veamos a multitud de niñas que acuden por problemas de violencia con su familia, por la entidad de pueblo a la que han acudido y no por el sistema educativo. Y si rascas, ¿qué encuentras? La culpabilización. Te dicen: “No, yo se lo he dicho a mi tutor y ha mediado. ¿Mediación en casos de violencia? Si está prohibido por ley. “Se lo he contado a mi profesora de inglés, pero me ha dicho que es cosa de chavales”, ¿cómo que cosas de chavales? También cuando las niñas rompen el silencio tendríamos que dejar de infantilizar a la víctima y entender que es una víctima. Tenemos que actuar, no son cosas de niños. Al revés, por ser cosa de chavales tenemos que intervenir desde el principio, con ellas y con ellos.
Madre y padres, agentes socializadores
Con respecto a las familias, García Serrano entiende la preocupación, “pero le daría la vuelta a la situación porque es una oportunidad. Tienen que entender que son agentes socializadores importantísimos en la vida de los adolescentes. Están en un grupo de iguales en la escuela, las redes sociales están ahí, pero ellos también forman parte de ese todo. Lo que aprenden en casa marca un poco nuestra forma de ser y vivir en sociedad. Es la oportunidad perfecta para ver cómo nos relacionamos en casa, cómo resolvemos los conflictos, preguntarles: “¿Necesitas ayuda, quieres que busquemos algo? Como padres y madres es importante poder detectar si nuestra hija o nuestro hijo está realizando alguna acción, que no tiene que ser violencia de género, puede ser acoso escolar o puede ser violencia entre personas del mismo sexo o racismo. Si están preocupados se pueden formar para identificar estas circunstancias y cuando lo hagan, poder trabajar sobre ello. A las familias siempre les digo lo mismo, “da miedo, da inseguridad porque no forma parte de la educación frecuente, pero eso no quita que se pueda hacer y ahí es muy importante la comunicación”.