Es difícil que la violencia machista ocupe espacio en los medios de comunicación. Si no asesinan o atacan de forma brutal a una mujer no suele conseguir espacio mediático. La dimisión de Íñigo Errejón a raíz de varias acusaciones de acoso sexual y maltrato ha conseguido colocarla en primera plana, abrir el debate. Tanto las circunstancias de las denuncias como la renuncia del político han dibujado una realidad donde la violencia está normalizada de tal manera que es casi invisible a nuestros ojos. Decía el filósofo y poeta, George Santayana que “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Quizá por ello sea buen momento para no olvidar qué ha pasado y qué podemos aprender de lo que ha sucedido. Estas son algunas de las lecciones que deberíamos interiorizar del “caso Errejón”.
La violencia machista es transversal
Muchos se sorprendían porque un político de izquierdas fuese acusado de agresiones y acoso, pero lo cierto es que la violencia contras las mujeres no entiende de ideología, clase social, ocupación u origen y así lo demuestran los estudios y las estadísticas. No existe un perfil de agresor. De hecho, muchos repiten que no les encajaba con la personalidad de Errejón y su imagen pública, pero es bastante común que tanto agresores como maltratadores sean personas normales, incluso encantadores, estén integrados y nadie sospeche nada.
Es estructural
La violencia está integrada en el sistema, en la estructura social, y eso significa que es la misma sociedad quien la tolera, minimiza y consiente. Está tan normalizada, que a pesar de existir una denuncia anónima de hace más de un año, nadie lo consideró lo suficientemente grave como para investigarlo o tomar medida alguna. La carrera de Errejón no se resintió y de hecho se convirtió en portavoz en el Congreso de Sumar.
Paraliza, daña y provoca miedo
Hay quien se pregunta por qué sus víctimas no han acudido a las autoridades, pero las consecuencias de una agresión machista provocan una serie de consecuencias psicológicas entre las que destacan el miedo y la culpa que pueden llegar a paralizar y a confundir a estas mujeres. Muchas puede que ni siquiera entendiesen, en un primer momento, lo que les había sucedido y no lo reconociesen como una agresión. Los efectos de las agresiones sexuales son brutales a nivel psicológicos y, en general, se necesita terapia para encarar el proceso de recuperación.
Las víctimas tienen derecho a no denunciar
Las mujeres que han sufrido un ataque no están obligadas a acudir a las autoridades. Ellas son las únicas que pueden decidir, en función de su situación vital, cuándo, cómo y dónde verbalizar lo que les ha ocurrido. No todas están preparadas ni quieren convertirse en heroínas. Además, el propio sistema garantiza los mismos derechos a todas las víctimas, hayan presentado denuncia o no. En España apenas se denuncian el 11,1 por ciento de las agresiones sexuales.
La dificultad de acusar a un hombre poderoso
Errejón lleva cerca de una década en la primera línea política, se trata de un hombre con poder, bien relacionado y con una importante presencia en los medios. Denunciar una agresión machista de alguien anónimo ya es de por sí complicado, acusar a un personaje público coloca a las víctimas en una posición muy vulnerable. No solo porque él pueda utilizar su influencia para parar el golpe, si no porque de saltar a los medios de comunicación, su entorno se enterará, se las cuestionará, se analizará su vida y su testimonio se pondrá en entredicho. Una revictimización a la que muchas no están dispuestas o preparadas para exponerse.
El sistema no está diseñado para denunciar estas violencias
Si hay algo que ha quedado claro en este caso es que las víctimas han tenido que buscar un lugar seguro lejos de las instituciones y los medios de comunicación tradicionales para poder denunciar las agresiones y el acoso de un personaje público. El sistema judicial y policial no está pensado para la violencia contra la mujeres y la periodista Cristina Fallarás detectó este déficit y creó un refugio donde las víctimas no se sienten cuestionadas, se las cree y se las acompaña. La caída de Errejón ha sido un triunfo del feminismo y de las redes feministas.
El tratamiento mediático de las víctimas
Los medios de comunicación no suelen contar con especialistas en violencia en sus tertulias cuando las tratan, lo que provoca que muchas veces se revictimice a estas mujeres y se las cuestione al no entender las dinámicas, las consecuencias psicológicas de las agresiones y cómo enfocarlas con perspectiva de género. La víctima de la manada, por ejemplo, sufrió diversos ataques desde los platós y en redes sociales hasta que se vio obligada a abandonar el país ante el acoso que sufría. Antes de la denuncia de la actriz Elisa Mouliaá, y a pesar del reconocimiento de los hechos por parte de Errejón y su dimisión, cuestionaban los testimonios anónimos.
La omertá
Son muchos los que aseguraban al saltar la noticia que las actitudes y comportamientos de Errejón era un secreto a voces que medio país conocía y el otro medio encubría. El pacto de silencio, ese minimizar sus agresiones y sus consecuencias, incluso para un político de un partido de izquierdas y feminista, explica la impunidad y la normalización de la violencia machista.
Los protocolos de acoso no funcionaron
La denuncia anónima de junio de 2023 no dio pie a ninguna investigación. Es más, la víctima contaba que una responsable del partido se puso en contacto con ella para frenar el escarnio público. No solo no se inició ningún protocolo, si no que, al parecer, sus compañeros de formación se afanaron en protegerlo y acallar a la víctima. Tampoco Sumar, a pesar de los rumores, puso en marcha el sistema anti acoso del partido e incluso lo ascendió a portavoz parlamentario. Los protocolos no sirvieron de nada.