Todos hemos visto las imágenes. Hemos escuchado los testimonios, las voces entrecortadas, las lágrimas, la narración del pánico, pero hay quien ya estaba viviendo en un infierno, cuando otro vino y les arrasó. Son las víctimas de violencia de género, mujeres que conviven con el miedo a diario y cuya situación a consecuencia de la DANA ha empeorado y lo más aterrador: se han vuelto invisibles. En una emergencia las violencias machistas parecen no ser prioritarias, a pesar de la vulnerabilidad de las víctimas y de sus hijos e hijas en estos contextos. Afortunadamente, las redes feministas funcionan con motor propio y donde no llega el Estado, acudieron ellas, un grupo de mujeres de la asociación Alanna que apenas unas horas después de lo peor del temporal, ya tenían en la cabeza a las que no se nombra.
Tras asegurar sus viviendas, contactar con familiares, comprobar el estado de los suyos, el siguiente pensamiento fue para ellas. Entre el caos, la desinformación, la falta de movilidad y la escasez de recursos no tardaron en organizarse, tenían que localizar y ayudar a estas mujeres con las que no podían contactar. Chelo Álvarez, presidenta de Alanna, ya estaba preocupada el primer día, “temíamos un repunte, el estrés, abandonar la rutina y la confusión son un caldo de cultivo para la violencia”, asegura. Con la cobertura que iba y venía consiguieron formar un grupo para lanzarse a la calle a buscar víctimas de violencia. Mientras todos se disponían a achicar aguar y limpiar el lodo, estas mujeres se equiparon para salvar a las sin voz, de las que nadie hablaba y por las que nadie preguntó.
Sin cobertura no funcionan los dispositivos de control telemáticos ni las mujeres pueden llamar para pedir ayuda
El grupo se compone de varios equipos psicosociales con psicólogas formadas en emergencias y trauma, trabajadoras sociales, educadoras sociales y todo tipo de voluntarias. La misión la tenían clara, ir de pueblo en pueblo rastreando a estas mujeres, pero no sabían que su trabajo se iba a complicar. En la mayoría de las localidades había y hay un número importantes de zonas sin cobertura lo que significaba que las pulseras de control telemático no funcionaban ni podían llamar para pedir ayuda si la situación se volvía violenta y, por supuesto, no podían dar con ellas para asegurarse de que estaban bien. Así que, como si de una película se tratase, estas brigadas se mancharon de barro y fueron en busca de “sus mujeres” tanto las que han denunciado y el sistema conoce su situación, como las que no han dado el paso y no están controladas.
Al llegar a muchos de estos domicilios se dieron cuenta de que un número importante de estas mujeres se habían quedado sin casa y que no era tan sencillo como llamar al timbre. Tenían que tirar de ingenio y dotes investigativas, preguntar a una vecina, a otra, y otra hasta conseguir la ubicación exacta de una determinada víctima. “Cuando las encontramos es una sensación difícil de explicar, la sonrisa, la emoción, el abrazo la tranquilidad y alegría de ellas y de sus criaturas, es algo indescriptible“, cuenta Álvarez. La certeza de saber que hay alguien que está pendiente de ti, que saben que tu situación es complicada y que no se han olvidado entre el desconcierto de tus necesidades especiales es abrumadora. No solo para las víctimas, también para las voluntarias. Describen algo mágico.
“Es muy importante que sientan que hay alguien ahí todos los días, que no están solas”
Una vez que se han achuchado y congratulado por seguir vivas, estas expertas registran las necesidades que tienen a nivel social, sanitario y de psicoterapia y gestionan la petición de recursos a los que ellas no llegan. “Es muy importante que sientan que hay alguien ahí todos los días, que no están solas y acompañarlas”, apunta Álvarez. “Se han quedado sin casa, sin vehículos, sin seguridad, ahora mismo hay mucho nerviosismo, están en modo hay que sacar barro, hay que conseguir tener un espacio habitable, pero está claro que estas mujeres, sus familias, vecinos y voluntarios van a caer, en el sentido del trauma, no somos conscientes de lo que ha pasado aquí, pero falta organización hay que estar a pie de calle con las víctimas, decirles que estén tranquilas que sabemos que están aquí y que estamos con ellas, necesitan seguridad“, insiste.
Las brigadas de voluntarias no descansan, se turnan para que no quede ni una sola mujer sin localizar y sin sentirse arropada todos los días. Son como hadas madrinas aparecen entre el lodo para ofrecer lo más importante: amor, comprensión y empatía. Solo las mujeres que viven estas situaciones saben lo afortunadas que somos por las redes de autocuidado que han creado. Da pánico pensar qué haríamos en este país sin las asociaciones de víctimas de violencia de género.