¿Qué piensa un maltratador? ¿Cómo funciona su mente? ¿Se pueden rehabilitar? Sabemos que no son enfermos, ni psicópatas. La gran mayoría de ellos están integrados en la sociedad, tienen trabajo, familia y amigos. Existen tantos perfiles de agresores como colores, pero al abordar la violencia de género se suele poner el foco en las víctimas. Sin embargo, trabajar con ellos resulta indispensable porque una vez cumplida su condena, estos hombres vuelven a la sociedad y las posibilidades de que repitan comportamientos violentos, con la misma u otra mujer, son altas.

“Pienso en salvar a mujeres”
Soledad Romero Maya es educadora social, trabaja con mujeres maltratadas en la asociación Alma y una de sus grandes preocupaciones, en los últimos tiempos, ha sido precisamente cómo evitar que un maltratador se convirtiese en reincidente. Cuando surgió la oportunidad de trabajar con agresores, no se lo pensó, sentía que podía aportar y que serían las hipotéticas futuras víctimas las grandes beneficiadas.
“No pienso en la calidad de vida de estos hombres, pienso en salvar a mujeres. Van a volver a la sociedad y van a volver a relacionarse con mujeres. Esa es mi finalidad. Estoy trabajando para que esas mujeres no corran peligro, no hay más”, asegura. Por eso modera el Plan de Intervención con Agresores (PRIA) para condenados por violencia de género, en un centro penitenciario, e imparte los cursos para los maltratadores obligados a realizar servicios comunitarios.
No fue sencillo. Se preparó psicológicamente para enfrentarse a estos agresores machistas, y la noche anterior al primer encuentro apenas durmió. “Cuando llegué pensaba ‘pero, ¿dónde estoy? ¿Cómo lo planteo, cómo me enfrento a esto?‘, pero en poco tiempo cogí confianza y seguridad”, recuerda.
Los agresores tienen entre 21 y 70 años
Hay internos que tienen la obligación de acudir a estos cursos por orden del juez y otros los realizan de manera voluntaria. La psicóloga del centro penitenciario selecciona los perfiles de los maltratadores que cree que mejor pueden aprovechar la oportunidad, después se entrevista con Soledad y se coordinan para elegir qué tipo de perfiles encajan.
El grupo suele estar formado por entre diez y doce reclusos de entre 21 y 70 años. Romero Maya se entrevista de forma personal con ellos, de manera previa, para que se pongan cara y el comienzo sea algo más amable. No obstante, el primer contacto suele ser tenso porque los agresores están a la defensiva.
Todos son inocentes y están ahí por una denuncia falsa
Soledad explica, que, en ese primer momento, todos, en general, aseguran ser inocentes y víctimas de una mujer que les ha metido entre rejas o les ha condenado a realizar trabajos comunitarios. Además, repiten, uno a uno, los bulos de la ultraderecha y la manosfera: las denuncias falsas, que el sistema está pensado para las mujeres, que el feminismo ha llegado demasiado lejos, que la mujer quiere estar por encima del hombre, que ahora todo se hace para atacar al hombre y todas las leyes van en contra de ellos…
“Muchos tienen tan interiorizada la violencia que no la identifican como maltrato, sobre todo la violencia psicológica. Piensan ‘es algo que hago porque así le demuestro que la quiero y punto’. Incluso hasta obligarlas a mantener relaciones sexuales no lo identifican como una violación”, alerta.

Soledad además, representa físicamente todas esas ideas que tienen en la cabeza de feministas radicales. “Llevo el pelo rojo y visto de un modo alternativo por así decirlo, pero tras varias sesiones, los estereotipos se caen, los agresores bajan la guardia y algo aprenden”.
Trabajar la responsabilidad y la gestión de emociones
¿En qué consiste el curso? “Lo primero es trabajar sobre la responsabilidad ética, ‘he hecho esto y lo asumo’. A partir de ahí, es cuando empiezo a intervenir. Trabajamos la gestión de emociones, la identificación de la emoción, los celos, por ejemplo, la canalización de agresividad, de qué manera ha afectado la educación que han recibido para llevar a cabo las acciones que han llevado con sus parejas, el origen”, apunta.
El programa PRIA dura nueve meses y se reúnen una vez por semana. En este tipo de cursos se tiene suficiente margen para poder profundizar porque claro, cada uno allí, “tiene problemáticas diferentes”. En cambio, en el taller de servicios a la comunidad para agresores apenas interviene con ellos en una decena de ocasiones. “Cuando ya no están a la defensiva y puedes actuar, el curso de acaba. Es una pena”, se lamenta.
No sufren un cambio radical, pero aprenden
A los que considera que puede seguir ayudando una vez se acaban las sesiones les invita a continuar su formación de manera voluntario, es el Plan Rescate. Alrededor de un par acceden.
“Cuando empezamos les digo: ‘Vosotros ya habéis sido juzgados, no estoy para juzgar a nadie. Yo, ante todo, soy una profesional, mi ideología queda fuera. Estoy aquí para intentar reeducaros para que lo que han pasado las mujeres que han estado con vosotros, si volvéis a tener futuras parejas, no vuelvan a pasarlo”.
La educadora social apunta que “siempre está el típico que está allí porque el juez se lo ha ordenado, está cumpliendo y ya está. Pero a nivel general, lo que percibo es continuamente el querer aprender y el querer entender. No puedo decir que sufren un cambio radical en su vida o en su mente, eso no lo puedo decir nunca, pero es verdad que se llega a un razonamiento, a una forma de ver las cosas que anteriormente no se planteaban e identifican ‘por qué puedo llegar a hacer esto, por qué me siento así o por qué solo soy violento con mis parejas y no con el resto de personas”, señala.
Los agresores ven el documental de Ana Orantes
“Las ideas machistas están tan sumamente generalizadas a nivel social que es abrumador. Cuando -los agresores machistas– entienden lo que es el feminismo, cuando tratamos la ley contra la violencia de género, se sorprenden. “Si hubiera tenido esta educación, esta conciencia hace años, no hubiera llegado a muchas cosas“, me dicen.
Por eso Romero Maya está convencida de que si se impartiese como obligatoria la asignatura de igualdad en los colegios desde la edad infantil se evitarían muchos de los casos de violencia de género, de acoso escolar y muchos otros temas.
Las clases son interactivas, les hace representar determinadas situaciones, les pregunta, les invita a abrirse. Hay veces que Soledad prepara la sesión, pero los pensamientos y razonamientos de algún interno mejoran lo que tenía pensado. Una de las actividades es ver el documental de Ana Orantes y, resulta curioso, porque todos parecen empatizar con ella y sus circunstancias, según cuenta.
Los celos y la dependencia emocional muy comunes
El talón de Aquiles de estos maltratadores suelen ser los celos, las inseguridades y la dependencia emocional. “Siempre piensan ‘esta me va a dejar, se va a ir con otro‘. Esa inseguridad provoca que la acosen constantemente. He tenido casos muy fuertes, que han hecho auténticas barbaridades, pero ellos no lo ven como un maltrato. De hecho muchos no entienden por qué tienen órdenes de alejamiento de sus hijos si nos los han agredido físicamente. Les digo: ‘¿Qué ha presenciado tu hijo para que un juez decida que no te puedes acercar? Plantéate qué es lo que ha presenciado’ y se quedan parados y asombrados con el concepto ‘ostras, presenciar sin presenciar’, me contestan”.
“Hay que actuar en la causa, no solo en la consecuencia”
“Muchas veces me preguntan mis compañero o mi entorno, ¿cómo eres capaz de intervenir con agresores? ¿Cómo eres capaz de estar en la misma habitación que ellos sabiendo lo que han hecho? Y les digo: ‘Porque si nos centramos solo en trabajar con la consecuencia –las víctimas– ¿qué hacemos con la causa?‘ Si la apartamos, no se interviene, no se reeduca, no se hace algo, no se puede prevenir. Esa es mi función. Intento reeducar agresores para que las mujeres que están libremente en sociedad puedan continuar su vida tranquilamente y con calidad de vida. Estoy contenta porque sé que estoy consiguiendo cosas. Estoy consiguiendo razonar, estoy consiguiendo muchísima reflexión y eso es importante”, concluye.