LA DUDA Y EL DELITO

La losa de la víctima perfecta que sufre Elisa Mouliaá

El imaginario colectivo tiende a estereotipar el comportamiento de una superviviente de violencia sexual antes y después del ataque. Los expertas advierten de este error y de las ideas preconcebidas que rodean este tipo de agresiones

No existe un comportamiento determinado para las víctimas de violencia KiloyCuarto

¿Existe una idea preconcebida de cómo debe comportarse una víctima de violencia sexual? El imaginario colectivo ha estereotipado lo que se espera de una mujer que ha sufrido un ataque íntimo. El machismo estructural y la cultura de la violación impregnan los sesgos de tal manera que parece existir una idea preconcebida de cómo debe reaccionar una superviviente en primer lugar, a la agresión: resistirse, defenderse, huir; y después del asalto: denunciar enseguida, contarlo y que se pare su vida.

La actitud de una víctima antes y tras el ataque se analiza con precisión para poder evaluar si damos credibilidad a su relato. Si habla, si no se encierra en casa y sufre, si volvió a exponerse a la violencia que no detectó, si da una entrevista, como hizo Elisa Mouliaá la semana pasada. Cada detalle parece ser vital para hacer un juicio de valor. La ciencia desmiente estos mitos como ocurre con la violencia de género. Es la falsa idea de la víctima perfecta.

Qué ropa llevaba puesta o si había bebido

Noemí Álvarez Boyero, psicóloga experta en trauma y que lleva más de dos décadas trabajando como terapeuta con víctimas de violencia sexual cree que “no debería existir un perfil de víctima porque volvemos a poner el foco sobre la mujer, sobre qué está haciendo mal, igual que hacíamos antes cuando pensábamos que podía influir en la agresión la ropa que llevaba puesta, el beber alcohol o el dar pistas de que vive sola. De alguna forma es continuar con esa discriminación. Somos nosotras las que tenemos que llevar a cabo determinadas conductas para protegernos de que no nos pase algo. Hay que dejar de poner la lupa, la culpa o la vergüenza en las víctimas y centrarnos en en los agresores porque son los que no tienen que agredir”.

Disociación social

Insiste en que no existe un perfil de víctima. “Pensar que una mujer por tener, por ejemplo, estudios o por tener un trabajo o por su situación socioeconómica es más difícil que pueda acabar dentro de una dinámica de violencia es erróneo”. Álvarez señala un tema interesante con respecto a este fenómeno como es la disociación social. “A veces nos interesa no creer ciertas cosas porque son temas peliagudos y no nos gustan. Igual que nos disociamos cuando estamos dentro de una dinámica y de alguna forma nuestro cerebro deja de ser consciente de lo que nos está pasando. Dejo de percibir el peligro, anulo los episodios violentos y me voy quedando con los momentos buenos.

Al final me compongo una especie de irrealidad que no es lo que está pasando y es la manera que tiene el cerebro de intentar afrontar eso que está sucediendo, que es tan sumamente duro, que juega un poco a quitarnos la sensación de conciencia. A nivel social lo hacemos también. Muchas veces yo veo especialistas super reconocidos o escucho hablar a gente que debería tener conocimientos que hacen afirmaciones erróneas como que no hay tantos abusos de niños, señores, miren las cifras. Esto no es un tema de creer, no es un tema de fe es una realidad que es molesta, que no nos gusta y a veces es más sencillo pensar que no ocurre que afrontar que pasa”.

El único delito en el que se duda de las víctimas

Porque a pesar de que las cifra de violencia sexual son incontestables, cada hora y media se denunció una violación el año pasado y se calcula que solo se ponen en conocimiento de las autoridades el ocho por ciento (macroencuesta de Igualdad) las mujeres que formulan este tipo de acusaciones son siempre puestas en entredicho. Es el único delito (junto con la violencia de género)  en el que se duda de la víctimas, no sucede así cuando denuncias un robo como repiten todas las expertas.

Resistencia a creer el relato que se sale del imaginario colectivo

Álvarez Boyero cuenta que “en temas de agresiones sexuales existe una idea que comentamos muchos entre los especialistas y es que se sigue pensando que una agresión sexual es una cosa que ocurre de forma puntual a una mujer que anda sola por un callejón oscuro y que es agredida por un desconocido. Esa idea al final de alguna manera ha calado en la sociedad y cuando salimos de ese parámetro nos cuesta creérnoslo. De hecho, hay mucha más resistencia a creerte que un padre puede abusar de su hija al ejemplo de la mujer que camina de noche sola cuando es muchísimo más frecuente y las cifras lo corroboran”.

Por eso la psicóloga recuerda que “la sociedad puede ser un factor de protección, pero también puede ser un factor de revictimización dependiendo del tipo de acogida que tenga. Es cierto que, a veces, se machaca más a las mujeres cuando son atractivas, cuando tienen algún tipo de relevancia. Como Elisa que es actriz y tiene proyección pública, este tipo de cosas también incita mucho más el odio”.

No existe un patrón de comportamiento de las víctimas

¿Se parecen las víctimas de agresiones sexuales? Álvarez Boyero lo tiene claro: “Es cierto que hay una sintomatología y unas secuelas que sí que suelen ser comunes, el estrés post traumático, por ejemplo, pero cómo cada una afronta incluso las mismas secuelas depende de muchos factores y no podemos esperar que reaccionen de la misma manera. Hay víctimas que sus síntomas depresivos las obligan a no querer salir de casa o no arreglarse y en cambio, hay mujeres que cuando tienen un mal día lo que hacen es vestirse y peinarse. Intentan salir más a la calle porque así piensan menos y le dan menos vueltas a la cabeza“.

Ni más ni menos víctima

La experta en trauma reconoce que “socialmente simpatizamos más con esas personas que se encierran, que llevan ese duelo con la forma que tradicionalmente entendemos que es la oportuna. Pero no es real, es un error. Cada persona, en función de sus circunstancias, su personalidad, sus propios factores de afrontamiento, puede tomar unas u otras decisiones, y eso no la hace ni más ni menos víctima. Lo que le ha ocurrido es igual de terrible e incluso sintomatología puede ser muy grave”.

“Tradicionalmente las víctimas no se exponían. Hacían lo que se esperaba de una mujer, que se callara. Recuerdo un caso en que una mujer joven iba andando por la calle y empezaron unos chicos a decirle, guarradas. En un momento dado, ella se enfadó, se volvió y les insultó. La reacción de los jóvenes, sorprendidos, fue decirle que era una maleducada. Cómo esperamos al final que la chica se comporte, que se callen que sigan andando y que no diga nada. Es decir, puedes estar diciendo cualquier barbaridad, pero se sigue esperando de alguna forma que las mujeres no contestemos”.

Las apariencias engañan

Las apariencias engañan para Álvarez Boyero. “Por mucho que una mujer tenga habilidades, sea echada  para delante también estará pasando por un montón de conflictos internos: la vergüenza, el escarnio público, que se la cuestione. Si encima la maltrato y la violento aumentó todas esas emociones. A Mouliaá se la ve en su declaración, cómo titubea, los nervios. Me preocupa que no se pueda saber la verdad de las cosas que ocurren, porque están tratando a la víctima de una o de otra manera. Además de que para la víctima es volver a abrir una situación traumática y puede aumentar la sintomatología”. 

Una superviviente quizá no está en el momento más óptimo de su vida. Es una situación vulnerable y desde ese punto, pues por ejemplo, puede tener problemas de atención y de memoria. Si realmente quiero entender lo que ha pasado, necesito tener una sensibilidad para darme cuenta y para que esa persona tenga la suficiente sensación de seguridad para poder hablarme de ello. Si yo estoy acosando una persona en una situación personalmente vulnerable, pues igual la verdad no es lo que voy a conseguir“, finaliza la psicóloga.