Invisibles y vulnerables. La violencia de género en la tercera edad

La educación recibida, el estigma, el no tener independencia económica, los sistemas de ayuda sin perspectiva de edad y hasta los hijos. Las mujeres mayores tienen todo en contra para denunciar malos tratos

A menudo se confunde la violencia de género a mujeres mayores con la violencia familiar

La brecha de género en las pensiones es mayor con más edad. Shutterstock

Son invisibles y las más vulnerables. Las mujeres de más de 65 años que sufren violencia de género lo tienen todo en contra. Se criaron en una época donde el propio término “violencia de género” ni siquiera existía ni el maltrato tenía el reproche social actual. Convivían en una sociedad más machista donde se podía contar como chiste el “golpea a tu esposa todas las mañanas; si tú no sabes por qué, ella sí lo sabe”. Una permisividad con los malos tratos que, a día de hoy, sigue pesando. Les cuesta identificar como un problema la violencia. Les pasa a todas. Una mujer joven tarda una media de dos años en denunciar, a partir de los 65 años, la media sube a 26 años.

Porque muchas de ellas, además, llevan veinte, treinta y hasta cuarenta años sufriendo violencia de género. Lo tienen normalizado y forma ya parte de su rutina vital. Si ya es complicado romper el círculo de la violencia cuando esa situación no se ha alargado en el tiempo, cuando casi es tu identidad, es mucho más difícil. No se reconocen como víctimas y eso las convierte en las víctimas más vulnerables.

Han trabajado en casa

Los estereotipos de género están mucho más marcados en esta generación. Una gran cantidad de estas mujeres han trabajado en casa durante toda su vida y se han dedicado a los cuidados sin remuneración alguna. Se han ocupado de los hijos, la casa, la compra, la comida, la colada, la limpieza y todo el duro trabajo que ello implica. Por eso no se han desarrollado profesionalmente, no han cotizado ni tienen patrimonio que las pueda sostener en caso de decidir empezar una vida solas. Una circunstancia que las impide, en ocasiones, plantearse romper con sus maltratadores. Por ello el riesgo de pobreza y exclusión social se incrementa en este tipo de víctimas.

No solo tienen todo eso en contra. ¿Qué pasa cuando deciden dar el paso? ¿Están los sistemas preparados para que una mujer mayor se sienta cómoda y segura denunciando? Parece ser que no. La red de apoyo a las mujeres maltratadas no está pensado para ellas. Según el estudio, Violencia de Género y mujeres mayores en la comunidad de Euskadi, de 2021los recursos especializados adolecen de perspectiva de curso vital y no se adaptan a las características que reviste el impacto de la violencia de género en las mujeres mayores de 65 años”.

El informe señala que “los malos tratos en esta franja de edad requiere un enfoque específico, tanto en lo que respecta a su proceso de concienciación como víctimas, como a la información sobre sus derechos y los recursos de protección y apoyo disponibles. La orientación de las políticas públicas y los recursos de atención a las víctimas (alojamiento, tratamiento psicológico, asesoramiento jurídico, ayudas económicas…) también deben incorporar una perspectiva de edad, adaptándose al público objetivo, a la diversidad cultural y a la situación local (ámbito rural, semi-urbano, grandes ciudades, etcétera)”.

El error de considerarlas frágiles y dependientes

¿Y si tu maltratador también es tu cuidador? A menudo se confunde la violencia de género a mujeres mayores con la violencia familiar ejercida por el cuidador cuando éste es la pareja, asociándola erróneamente al estrés del cuidador y justificando de alguna manera al agresor. “Cuando esto ocurre se cae en el error de considerar a las mujeres como ancianas dependientes o de salud frágil, aún cuando sean autónomas y gocen de buena salud. Con ello se invisibiliza una violencia basada en el control y el poder y que responde a los patrones de la violencia machista“, explica el informe.

El estigma social y el qué dirán

Ana Bella, de la Fundación que lleva su nombre, coincide en que estas víctimas lo tienen más complicado porque su situación se ha prolongado en el tiempo y tienen más dificultades para separarse. Señala también a los hijos como otro de los problema. A veces, “nos encontramos con hijos que les dicen que ya que han aguantado toda la vida, que ahora no reculen. Son la propia familia cercana la que se niega a que rompan la relación. Hemos ayudado a muchas mujeres a separarse y pasar a depender de sus hijos y sus hijas tampoco es fácil”, apunta.

Recuerda Bella un caso en la que su Fundación ayudó a denunciar a una mujer de 81 años. “Aunque me quede un año de vida, uno,  voy a ser feliz, me lo merezco“, decía. También han llegado a la Fundación Ana Bella  mujeres que ya reaccionaban a los malos tratos y pedían que las enseñaran a volver a ser sumisas. Ahí tenían que trabajar con ellas para que entendieran su situación. “Una nos contaba que ella se tenía que comer de postre las heces de su marido, viven situaciones muy complicadas. La violencia de género no tiene edad, pero las mayores ven menos salida a su situación son de las víctimas más vulnerables, a las que las es más difícil de salir por la de la relación de dependencia emocional generado por tantos años y el estigma social y el qué dirán que también está ahí”, subraya.

Los hijos no suelen apoyar estas separaciones

Olga Caldera, presidenta de la Asociación AMAR, cree que la violencia de género en la senectud es muy distinta, primero “por la cultura recibida de estas mujeres, el machismo que de sus propias madres llegaron a recibir y tienen anclado en cada célula de su cuerpo, lo aceptan más que una mujer 20 años, lo aceptan porque piensan que es lo que les ha tocado, lo aceptan porque se llevaba ocultar los trapos sucios en casa, porque sus propios hijos, pocos apoyan una separación de una madre tan mayor”, explica.

Cree Caldera que lo aceptan porque creen que “ya no tienen nada que hacer y han tirado la toalla. Después de tantos años, no les quedan ni fuerzas ni autoestima para dar el paso y vivir lo que les quede tranquilas, no creen que pueda haber tranquilidad para ellas, por eso trabajar con ellas es más difícil, lo tiene muy arraigado y aceptado”, remata.

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