Tras dos décadas como fiscal delegada de Violencia contra la Mujer en la Comunidad Valenciana, Rosa Guiralt pasa a la Fiscalía del Tribunal Supremo en la sección Penal. Algo ha debido de hacer muy bien porque existe una cierta preocupación entre las asociaciones de víctimas por su marcha. Accesible y cercana, su puerta siempre ha estado abierta para cualquier mujer que necesitase ayuda. Reconoce que hace veinte años no entendía muy bien eso de la desigualdad de género, pero se propuso entender el fenómeno y se plantó en la Universidad de Castellón donde historiadoras y filósofas le ayudaron a comprender. Ingresó en la carrera fiscal en 1986, con destino en Barcelona. En 1991 tomó posesión como fiscal en la Fiscalía Territorial de Valencia. En 2004 fue nombrada Fiscal Coordinadora de Violencia Doméstica y en 2005 Fiscal Delegada de Valencia de Violencia sobre la Mujer, sección de la que fue nombrada decana en 2011.
Asciende al Tribunal Supremo, ¿cómo vive una fiscal este paso?
Con mucha ilusión porque sospecho que asciendo precisamente por una larga trayectoria de trabajo en la que se ha reconocido el valor del mismo. Estoy muy contenta, muy satisfecha y creo que es una recompensa a la labor y al trabajo.
Lleva veinte años como fiscal delegada de violencia en la Comunidad Valenciana. ¿Le da pena dejar el puesto?
Sí, da un poquito de tristeza, pero en el Supremo también se tocan temas de violencia, hay recursos de casación y espero hacerlo lo mejor posible. No me voy a olvidar de la violencia para nada, pero para nada. No me puedo olvidar porque soy una mujer feminista y creo que la igualdad entre hombres y mujeres es una cuestión muy importante.
En estas dos décadas, ¿ha notado un cambio social con respecto a la violencia de género?
Me hubiera gustado que el cambio hubiera sido igual que el de la seguridad vial donde hoy nadie va a una boda o una fiesta sin viajar en un autobús porque sabemos que no podemos conducir bajo la influencia de bebidas alcohólicas. Ese cambio tan grande que la sociedad ha experimentado no es tan acusado en violencia sobre la mujer, pero sí que la sociedad ha entendido que si escuchan unos gritos y sospechan, tienen que avisar a la Policía. Esto ha cambiado y es lo que pretendía la ley, es decir, la gente está mucho más concienciada. Sabemos que este tipo de comportamientos no son temas privados y no se deben tolerar.
Ha trabajado de cerca con las asociaciones de víctimas, ¿cómo ha sido esa experiencia?
Estupenda. Los profesionales que no tienen contacto con las víctimas, no las van a poder entender. Hay que atenderlas, tranquilizarlas, que sientan que las instituciones están con ellas. Si no quieren declarar, no decirles, por ejemplo, “usted denuncie”, sino “la entiendo, si en este momento usted no quiere declarar, no se preocupe, pero no olvide que estamos aquí para apoyarla y cuando usted quiera declarar puede hacerlo”. Que sepan que no están solas.
¿Se valora el trabajo, muchas veces en la sombra, de estas asociaciones que dan apoyo, atienden y cuidan a otras mujeres?
Menos mal que están las asociaciones, son muy importantes. Además de transmitirles que no están solas, buscan los medios para atenderlas y para empoderarlas. Decirles “puedes hacer cosas por ti misma. No necesitas a ningún hombre, lo puedes hacer tú y salir con tus hijos adelante”. Y eso lo hacen las asociaciones. Son fundamentales.
¿Ha visto el interrogatorio de Adolfo Carretero a Elisa Mouliaá?
Sí, me parece muy inapropiado y reprobable las preguntas, el tono. Igual de inapropiado que que esas declaraciones estén todo el día en televisión. Estamos hablando de temas muy personales de la víctima, de cosas muy íntimas, de su libertad sexual. Me parece increíble que estás imágenes hayan salido porque son un ataque moral a esa mujer.
¿Tendría que haber intervenido la Fiscalía en ese interrogatorio?
Yo lo hago. No tengo por qué decirle a un juez cómo debe interrogar, pero si las preguntas no proceden si puedo decirle: “Señoría, por favor está poniendo a la víctima en una situación muy complicada”. Lo hago y sé que soy de las pocas.
Era un juzgado de instrucción, ¿ocurren este tipo de situaciones en los juzgados de violencia? ¿Ha vivido alguna experiencia parecida?
Sí, sí. Por eso digo que yo intervengo. Llevo veinte años en Violencia contra la Mujer y, a veces, los interrogatorios son duros, procuro hacerlos de otra manera diciéndoles: “Sé que las preguntas son un poco duras, pero es importante que usted nos explique esto, que nos explique lo otro” o “no es que nos interese su vida íntima, pero si pudiera explicarnos cómo se desarrolla esto”. Existen distintas formas de interrogar. Muchas víctimas cuando se van me dicen “menos mal que la he encontrado a usted porque con su mirada me ha dado confianza” y eso vale mucho la pena, ¿no? Ellas buscan una mirada cómplice, de sosiego, de tranquilidad. Tenemos que demostrar que estamos ahí y que sí que las entendemos.
¿Se cumple con el Estatuto de la Víctima en los juzgados?
Conmigo sí. Siempre les digo, “usted tiene derecho a entrar con una persona de su confianza, pero por favor que no sean testigos. ¿Ha tenido usted una entrevista con una persona de la Oficina de Atención a la Víctima?, ¿Usted está más cómoda con esa persona? Pues puede entrar con ella o con su policía custodio”.
¿Falta formación en los operadores jurídicos? ¿Cómo debería ser esa especialización?
Sí, falta formación, formación en igualdad. Deberíamos tener en cuenta las circunstancias de estas mujeres, entender que, en unas circunstancias determinadas, actúan como creen que deben hacerlo. No juzgarlas porque tenemos estereotipos y lo que hay que hacer es quitarnos de encima esas ideas preconcebidas.
¿Qué opinión le merece todo lo que está ocurriendo con Juana Rivas?
Tengo la costumbre de, si no conozco exactamente los detalles, no opinar, pero lo que sí que puedo decir es que puede que hayamos cometido un error judicial porque ella lo advirtió hace años. Pienso que el tiempo pone las cosas en su sitio. Y parece que esa mujer no mentía cuando decía que tanto ella como sus hijos habían sido maltratados. Han vivido una situación que se puso de manifiesto y que bueno, puede que nos equivocáramos, puede ser. Hay situaciones muy complicadas, muy difíciles de resolver.
El año pasado tuvimos un récord de víctimas mortales por violencia vicaria. ¿Se puede encontrar una razón que explique este repunte?
No soy socióloga, ni psicóloga, pero sí entiendo que cuando el maltratador pierde a aquella persona que le hace a él sentirse fuerte, porque todo esto lleva mucha lastra de personajes que tienen una baja autoestima, cuando pierden todo aquello que a él le da poder, lo que hacen es tratar de hacer el mayor daño posible. ¿Cómo entender a estos individuos que hacen daño a sus propios hijos? Es muy difícil, pero es tanto el odio que le tienen a ella que son capaces de hacer verdaderas barbaridades.
¿Entendería que ese concepto de violencia vicaria se reformulase para incluir también al resto de los familiares de la víctima, sus madres, padres, hermanas?
Sí, claro que sí.
Más de la mitad de la víctimas mortales por violencia en 2024 eran mujeres migrantes. ¿Puede ser que haya un problema o algún tipo de sesgo racista que nos impida proteger a estas mujeres?
Creo que ellas tienen menos posibilidades, pero eso no quiere decir que que las abandonemos en absoluto, por lo menos en la Fiscalía no están olvidadas. Las mujeres extranjeras tienen los mismos derechos que las mujeres españolas, lo dice la Constitución.
¿Está el sistema pensado, quizá, para un tipo determinado de víctima? Las jóvenes reconocen que los recursos no están adaptados para ellas.
Esto es una cuestión multidisciplinar y es posible que dentro de lo que son servicios sociales en general no tengan espacios para las mujeres jóvenes o que no les lleguen. Lo que hay que hacer es tener recursos para todo tipo de mujeres: jóvenes, extranjeras, españolas, gente culta, gente rica, pobre. La violencia machista la sufren todo tipo de mujeres.
Una de de cada tres mujeres asesinadas el año pasado habían denunciado. ¿Qué está pasando? ¿Qué falla?
Siempre le digo a las mujeres “una vez que has puesto la denuncia, que has sido valiente ahora viene lo duro”. El sistema judicial es pesado, no da la tranquilidad ni el sosiego que necesitan para contar todo lo que les ocurre. Se requiere mucho tiempo para que estas mujeres narren. Cuando me viene una mujer y me dice “quiero denunciar ante usted”. Les digo “me parece muy bien, empiece desde el principio”, pero esto no ocurre en el juzgado de Guardia. ¿Por qué? Porque está para solucionar problemas acuciantes en ese momento, no está para una verdadera instrucción. Entonces, cuando paramos la instrucción en el propio juzgado de Guardia: declaración de ella, declaración de él y ya lo tenemos todo, seguramente vamos a fracasar. Para ellas ese fracaso supone mucha pena y además piensan, “no me han creído, esto no es justicia, esperaba otra cosa”.
¿Hacen falta investigaciones más exhaustivas?
Sí, por supuesto que sí. Por ejemplo, en una violencia habitual difícilmente podemos probarla con una sola declaración, tenemos que estar apoyados en otras declaraciones, en otras circunstancias. Hay que hablar con la familia, con los amigos, con los servicios sociales, ver si hay partes médicos. Tenemos que estar atentos.
La inmensa mayoría de las mujeres maltratadas no va a denunciar nunca. Se les pide insistentemente que lo hagan ¿No sería más efectivo que cuando pidiesen ayuda se asesorasen, se recuperasen y después pusiesen la denuncia?
Sí, sí, efectivamente. Los cimientos no se ponen por el tejado, se ponen en el suelo y de ahí a levantar el edificio. Muchas de ellas no denuncian por miedo. Porque piensan “y si no me dan la orden de protección y me voy a mi casa, y si me voy a mi casa y resulta que me mata”. Luego hay otro tipo de mujeres que a lo mejor no saben que están siendo víctimas de violencia porque piensan que lo normal es que te insultan, que te digan “tú cállate, vaca burra”. Por eso hay que ver las señales y la gente tiene que conocer la existencia de estas señales. Tenemos un problema estructural y educacional. No sé por qué no denuncian, pero entiendo los motivos para no denunciar.