“Fui víctima de violencia vicaria cuando todavía no tenía nombre”

Samuel Sebastian no fue consciente de que su padre le utilizaba para herir y dañar a su madre hasta que se convirtió en un hombre adulto. Hoy alerta de los efectos de ese maltrato cotidiano y pide espacios seguros para la Infancia

Samuel fue víctima de violencia vicaria antes de que se acuñase el término Germán Caballero

Samuel Sebastian no lo sabía, pero su madre se separó de su padre tras recibir una paliza. No era la primera. Sufrió años de malos tratos en una época en la que no existía ni el divorcio. Él era un bebé de nueve meses y nadie le contó ni explicó nada. Su padre era un hombre querido y respetado, muy popular en el barrio porque era maestro en el colegio al que él acudía, tenía contacto con la gente y una muy buena reputación. A pesar de ese sentir general, era un padre ausente, aparecía cuando le apetecía. Él creció pasando temporadas con su madre y en la casa de sus abuelos paternos.

Samuel, durante una de sus charlas sobre violencia vicaria

Su padre y sus abuelos le contaban mentiras de su madre

Era un niño confundido. Por un lado disfrutaba del tiempo que pasaba con su progenitora, estaba a gusto, tranquilo, feliz; pero todo lo que le contaban de ella le hizo dudar, y verla a través de esa mirada ajena consiguió que le diese vergüenza salir a la calle con ella o acudir a ciertos sitios. Escuchó que su madre engañaba a su padre (era justo al revés), que estaba con otros hombres, que se prostituía. Nunca le vestían con la ropa que su madre le compraba, le arreglaban y peinaban con excesivo afán para demostrar de cara a la galería que ellos sí se ocupaban y preocupaban por él. Se debatía entre lo que él veía y sentía y esa verdad inventada que sus abuelos paternos, y ese padre tan ilustre, le repetían sin cesar.

Vivió en una infancia marcada por la ambivalencia

Creció en esa ambivalencia tan dañina para la mente de un niño. No tenía herramientas ni madurez para sacar sus propias conclusiones y si no se hubiese fiado de su instinto esta historia podría ser bien distinta. Cuando tenía once años decidió que lo que sentía por su madre era más fuerte que lo que le contaban y se fue a vivir con ella de forma permanente.

Así llegó a la edad adulta. Viviendo una especie de mentira y sin saber nada de la violencia que su madre había vivido. Cuando cumplió veinte años se independizó y la edad le llevó a alejarse de su progenitora. Tenían buena relación y se querían mucho, pero estaba descubriendo el mundo y construyendo su propia vida y las llamadas y visitas se espaciaron.

 

Samuel Sebastián ha conseguido transformar su experiencia y utilizarla para ayudar a los demás

A su madre le detectan un cáncer y con 26 años conoce la verdad de su vida

A ella le detectaron un cáncer irreversible y esa cercanía a la muerte le empujó a preguntar lo que, en el fondo, nunca le había cuadrado. Tenía 26 años cuando la verdad le aplastó como una losa. De pronto, toda su biografía no era más que una irrealidad. “Lo que creía que era mi infancia había estado manipulada por mis abuelos y mi padre“, explica. Se enteró también, porque vio las transferencias bancarias, que su madre tenía que pagar a su padre para poder verlo. Tuvo que encajar las piezas de la que creía había sido su vida. Un golpe emocional que le llevó a un estado de disociación y a sentirse completamente perdido.

El incidente que marcó un antes y un después

Para entender hasta qué punto se ejercía violencia, Samuel recuerda una situación que deja helado. Su padre se volvió a casar y tuvo una hija. Cuando fue a conocer a su hermana al hospital, su progenitor se ausentó de la habitación para ir a la cafetería. Al despedirse, le preguntó desde cuando no sabía nada de su madre. Samuel, le contó que lo cierto es que llevaba tiempo sin hablar con ella. Ahí quedo la cosa. Un par de semanas más tarde, se enteró de con quién se había encontrado su padre en el bar ese día. Ni más ni menos que con familiares de su madre que le contaron que estaba enferma, que la estaban operando a vida o muerte y que llevaban tiempo intentando localizar a Samuel para informarle y para que donase sangre en caso de que fuese necesaria una transfusión.

Su padre no les dijo que estaba tan solo unas plantas más arriba, ni a Samuel que le buscaban, que su madre estaba grave e ingresada, que le necesitaban. Una sangre fría que le provocó un terremoto interior tal que cuando le confrontó un tiempo después, fue la última vez que se vieron y hablaron. De eso hace 22 años y Samuel sigue convencido de su decisión.

Fue un shock, pero al mismo tiempo un alivio”

Siempre ha sido un tipo concienciado y ha colaborado con distintas ONG y un día se topó con Alanna, una asociación de víctimas de violencia de género que le abrieron las puertas y escucharon su historia. Fue allí donde hace una década escuchó que lo que él había vivido tenía nombre y se llamaba violencia vicaria. “Fue un shock, pero al mismo tiempo un alivio”, recuerda, porque existía un término que explicaba su vida y sus emociones incluso antes de que que se acuñase el término. “Fui víctima de violencia vicaria cuando todavía no tenía nombre”, apunta. Hizo terapia, la huella del maltrato había hecho mella en él y hoy colabora dando charlas para concienciar y ayudar a quien pueda haber vivido lo mismo.

La violencia vicaria cotidiana

Sabe que existen casos más graves, que nunca sufrió violencia física, pero como ocurre con la violencia machista, las secuelas de la violencia psicológica pueden ser más profundas que los golpes. Por eso insiste en que lo que muestran los medios de comunicación, los crímenes, son solo la punta del iceberg de este fenómeno. La violencia vicaria también es la cotidiana y sus efectos, demoledores. También se pregunta hasta dónde podría haber llegado su padre si su actitud o la de su madre hubiera sido distinta. Su madre falleció y él sigue sin saber nada de su maltratador.

Hoy pide espacios seguros para la Infancia para que ningún otro niño o niña tenga que sufrir lo que él padeció. Él sabe cómo te abruma la confusión cuando no tienes edad para entender del todo lo que ocurre a tu alrededor y te utilizan como un arma arrojadiza. Los pequeños necesitan solidez, estabilidad y seguridad. Reconoce que, muchas veces, la ley no ayuda a estos niños y existe esa idea de que mienten. Por eso dedica siempre que puede su tiempo a contar su historia para que quien se sienta identificado con él, pueda romper el silencio y pedir ayuda.