“Somos un trofeo para ellos y todo un juego de caza. Pura carne para alimentar su triste ego. El amor y la inocencia, una perdida batalla… El porno ha hecho los deberes y nosotras somos las cobayas”. Son las palabras de Elisa Mouliaá en Twitter apenas unos días después de formalizar una denuncia por agresión sexual contra Íñigo Errejón hace unas semanas. Su reflexión parece unir el consumo de pornografía con la cosificación de la mujer y la violencia sexual, un debate que ha florado en los últimos tiempos y para la que no existe una respuesta unánime. Se han realizado distintos estudios al respecto que arrojan resultados dispares. Ese es, quizá, uno de los grandes problemas a los que se enfrentan los expertos sobre este tema, faltan datos.
La razón no es otra que la ausencia de verdaderos estudios longitudinales, extendidos en el tiempo y exhaustivos para conectar el consumo de pornografía prolongado u ocasional con la violencia sexual. Sin embargo, los expertos trabajan con multitud de análisis que sí teorizan esa causalidad. Por ejemplo, el estudio Agresión y comportamiento sexual en los videos pornográficos más vendidos señala que la imagen femenina puede verse afectada por el consumo de pornografía y como altera la concepción de la relación sexual, llegando a convertirla en un acto donde la violencia o agresividad está aceptada y es parte del placer de la mujer. No es el único.
Estudios que reflejan un problema
Uno de Morelli de este mismo año establece que el uso de pornografía está asociado a la violencia sexual online y esta asociación es mayor cuando ya existe un sexismo hostil en la persona. En 2016 se llevó acabo un metaanálisis en más de 7 países que demostró que existe una clara asociación entre el consumo de pornografía y la agresividad física y verbal (Wright et al., 2016) y en 2022 otro donde se evidenciaba que el consumo de pornografía es un factor de riesgo para la violencia en pareja (Jongsma & Timmons Fritz).
Jorge Gutiérrez, director de la asociación Dale una vuelta, una asociación que lleva casi una década dedicada a ayudar a jóvenes y no tan jóvenes a desintoxicarse de un consumo patológico de la pornografía y que realiza importantes labores de prevención tanto a nivel divulgativo como en institutos y colegios, cree que la pornografía es, como mínimo, “un máster en desigualdad“. Está de acuerdo en que no afecta de la misma manera a todos los consumidores, hay quien solo busca evadirse y obtener placer y no traspasa ninguna frontera, pero sí piensa que el consumo prolongado de imágenes violentas puede traer aparejada “una pérdida de empatía y sensibilidad” con la otra persona y las relaciones. El paso a la violencia puede aparecer al considerar a las mujeres “como un objeto propio”, una idea dañina que puede favorecer que cuando una mujer se rebele y verbalice que no desea determinada práctica, el varón puede pensar que tiene derecho y persistir en la conducta.
Quince años del boom del porno violento
El director de Date una vuelta sí tiene claro que la pornografía “normaliza la violencia y cosifica a la mujer” y ese hecho “facilita el paso a la violencia, es un tobogán hacia el comportamiento denigrante“. Gutiérrez explica que el porno más violento aparece hace apenas quince años, alrededor de 2010, cuando surgen grandes plataformas como Pornhub, antes, no era posible encontrar tal cantidad de posibilidades en la red. Un espacio de tiempo demasiado ajustado para poder conocer las consecuencias de este consumo masivo a largo plazo.
A pesar de todo, Gutiérrez se muestra optimista, cree que la sociedad avanza y por eso ahora se eliminan muchos vídeos por la conciencia social, “la sociedad ha dicho basta, ahora se quitan millones de vídeos de material violento que no estaban verificados”.
“Escuela de violencia contra las mujeres”
El vídeo porno más visto en Internet suma un total de 225 millones de visitas. En él se recrea cómo cuatro hombres raptan a una mujer, la desnudan en contra de su voluntad y finalmente la acaban violando con una agresividad brutal. Mientras, ella intenta sin éxito zafarse de los violadores, llora y grita desconsoladamente, pero no lo consigue. Mónica Alario, investigadora en pornografía y violencia sexual, cree que sí existe esta relación entre consumo y violencia. Asegura que “la consecuencia principal es que se construye una sexualidad masculina en la que es compatible el obtener placer sexual con el ejercer violencia contra las mujeres. Hay casos de violaciones muy ligados a la pornografía, como el de las manadas”.
Ana Bella, de la Fundación que lleva su nombre, considera que podemos palpar cómo “la influencia de la pornografía vejatoria hacia la mujer se traspasa a las relaciones entre adolescentes que reproducen las violencias sexuales a las que tienen acceso ilimitado, anónimo y gratuito a través de las redes”. Asegura, además, que la mitad de los vídeos porno contienen agresiones verbales, y el 90 por ciento muestran agresiones físicas. “Los más vistos, siguen el mismo guion: los hombres quieren realizar alguna práctica sexual, las mujeres se niegan, ellos terminan ejerciendo algún tipo de coacción, violencia o de presión y ellas acaban accediendo. Con el porno los niños aprenden que el placer reside en dominar a la mujer”, explica.
Chelo Álvarez, de la asociación Alanna, lo tiene claro. “La pornografía es una escuela de violencia contra las mujeres. El resultado es un aprendizaje totalmente amenazante para las relaciones sanas. Ellos normalizan la violencia y ellas se someten”. Señala también que es otra puerta a la esclavitud sexual y al consumo de prostitución, lo q perpetúa las relaciones de desigualdad entre mujeres y hombres. “Este acceso temprano debe ser cortado sin duda alguna, tanto la familia como la propia escuela deben hacer su labor desde el espacio educativo. Es preciso que el Gobierno intervenga”, reclama.