José Bretón confiesa ahora, cuando no lo hizo ante la policía ni el juez. Tampoco cuando Ruth Ortiz le suplicó, mirándole a los ojos, que le contará dónde estaban y qué le había hecho a sus hijos. Era diciembre de 2011, apenas llevaba dos meses entre rejas, pero clamó su inocencia con la misma desfachatez que en su alegato final recriminó que en lugar de juzgarle ese tiempo no se empleara en seguir buscando a sus hijos desaparecidos. Han tenido que pasar catorce años para que asuma el doble crimen, por boca de un escritor. Luisgé Martín ha sido el elegido por no ser un periodista, según le cuenta el asesino. Por lo visto, sólo buscamos destruirlo.
¿Por qué ahora? ¿Qué le ha llevado a romper un silencio que a estas alturas nadie le pedía? La primera vez que el escritor escribió al preso fue en 2021 y su relación epistolar se prolongó hasta una llamada que culminó en una visita carcelaria clave, pues en ella se fragua la derrota que buscaron sin éxito la policía y la propia Ruth. La diferencia parte de una necesidad que antes no existía, la del propio Bretón. “Necesitaba decir que me arrepiento”, revela. Paradójicamente, es una confesión proyectada. La hace en tercera persona: “El hombre que mató a Ruth y José quiere pedir perdón por el daño que hizo”. No hay un yo. No son sus hijos. En palabras de Martín, no titubea.
Es complicado salir indemne de ‘El odio’. ¿Cómo olvidar a cada página que se está dando voz al parricida que montó una pira para quemar a sus hijos? ¿Cómo no indignarse al leer la aseveración de que los niños no sufrieron porque, como reconoce ahora, los drogó hasta matarlos antes de quemarlos? “Confiaron en mí. No hubo miedo”, matiza ahora su padre.
¿Qué iban a hacer si no unos pequeños de seis y dos años? Como me relató el investigador de Homicidios que sirvió de policía sombra para intentar derrotarlo, lo difícil en este caso era pensar que siendo quien era hubiera sido capaz de matarlos con esa crueldad. No busquen esa reflexión en el asesino en casi doscientas páginas.
Atreverse. Es el verbo que emplea el escritor para averiguar si con este paso busca el perdón de su exmujer. “¿Te atreverías a pedirle perdón a Ruth?”. Sin apuntar que ella ha verbalizado su deseo de que le impusieran una prisión permanente revisable como su temor a que salga en 2036. La respuesta es una licencia que bordea lo imperdonable: “Si hubiera sido al revés, si Ruth hubiera matado a nuestros hijos, yo la habría perdonado, porque es un sentimiento que me sale con naturalidad”. Habla el asesino piadoso.
“Mataste a tus hijos para hacerle daño a Ruth, para vengarte de ella”, le aprieta el autor en un momento dado. Como le presionó la policía en 2011, asegurándole que no tenía escapatoria mientras él insistía en que los había perdido en un parque de Córdoba, a plena luz del día. Nunca le creyeron en su mentira. ¿Es posible creerle en su verdad?: “Si quieres llamarlo venganza, puedo reconocerlo. Pero yo no tenía el sentimiento de venganza, creía que estaba protegiendo a mis hijos de un futuro terrible”. Así que les privó de todo futuro, causando el mayor daño posible a su exmujer, justo tres semanas después de que ella le pidiera el divorcio.
La incertidumbre, las dudas, la impaciencia. Bretón se expresa en esos términos. Al igual que define la cólera e impulsividad con las que, asegura, actuó sin planificar nada. El parricida sólo se impuso dos condiciones a sí mismo, “que murieran sin sufrimiento y que los cuerpos desaparecieran luego para que no los encontraran”. Nada más y nada menos que el objetivo final de todo asesino: que no le pillen, quedar impune.
En un momento dado, el escritor se enfrenta al dilema del cuestionarse el trasfondo del libro y si quizás está sufriendo el síndrome del confidente, al sentir compasión del condenado convertido en paria para la sociedad y su familia. Desde 2022 ni siquiera tiene letrado que lo asista. ¿Puede que esta pseudo-confesión sea fruto de esa soledad?, se cuestionan algunas voces. A saber. Dejo aquí como referencia lo que apuntó el comisario Serafín Castro en el libro Territorio Negro. Crímenes reales del siglo XXI, “que cualquier día, ahora que su caso se ha olvidado y no sale en televisión, el padre del asesino de sus dos hijos en Córdoba, confesará por fin sus crímenes. Y lo hará por el mismo motivo por el que los cometió: para hacer daño, otra vez, a su exesposa”.