Crónica negra

Encerrada desde los 12 años por su padrastro: tuvo 9 hijos con él

Embarazada a los 15 años de un hombre que le triplicaba la edad, sometida a un infierno de brutales abusos, viviendo en condiciones infrahumanas. Geila logró escapar, y esta es su historia

Henry era un hombre de mediana edad, amable y servicial. Conoció a una mujer llamada Geila, que tenía una hija, Rosalyn, de 10 años. Era una niña feliz y aplicada en sus estudios y además tocaba el violín. Soñaba con convertirse en veterinaria. La relación entre Geila y Henry evolucionó rápidamente y en cuestión de meses se casaron. Ya bajo el mismo techo, Henry comenzó a tener acercamientos inapropiados hacia la niña. No tardó en inventar que había conseguido una excelente oferta de trabajo en otra ciudad, y convenció a Geila de mudarse con toda la familia. Pero su verdadero objetivo era otro: alejar a la familia de sus redes de apoyo y dejar a Rosalyn completamente a su merced.

Fue poco antes de que la pequeña cumpliera los 11 años, cuando Henry abusó de ella por primera vez. La amenazó para obligarla a guardar silencio, como hacen los depredadores. Mientras tanto, la convivencia se volvió un infierno para toda la familia. Henry ejercía violencia física y verbal contra Geila y sus tres hijos, a quienes insultaba y golpeaba con frecuencia.

La situación se volvió insostenible y Geila huyó con su pequeña. Buscó refugio en un albergue para mujeres víctimas de maltrato. Rosalyn volvió al colegio y, pese a lo vivido, aún soñaba con un futuro prometedor. Una mañana de enero, cuando la pequeña contaba con 12 años, fue llamada por la directora del colegio: alguien había ido a buscarla. Para su sorpresa no era su madre. Afuera la esperaba Henry. Sin autorización ni aviso, se la llevó por la fuerza en una furgoneta.

Durante el trayecto, Henry intentó calmarla diciendo que su madre se reuniría con ellos pronto. Cuando Rosalyn no regresó al albergue después del colegio, Geila se preocupó de inmediato. Llamó al colegio y le informaron que había sido recogida por su padrastro. Alarmada, contactó a la policía. Denunció que el hombre no tenía vínculo sanguíneo ni custodia de su hija, y que estaban en proceso de divorcio. Sin embargo, para entonces, ya era tarde.

Geila buscó ayuda en los medios de comunicación y en una organización de niños perdidos. “Repartíamos fotos todos los días. Estaban por todas partes. Pero era como si se la hubiera tragado la tierra”. Pasaron semanas. Luego, meses. No había pistas. Mientras tanto, Rosalyn vivía en condiciones infrahumanas, sometida a abuso físico, sexual y psicológico. Se quedó embarazada a los pocos meses de ser raptada. Recordemos: solo tenía 12 años. Perdió al bebé: su cuerpo de niña no estaba preparado.

Durante los años siguientes, Henry la mantuvo cautiva y en constante movimiento por Estados Unidos. Vivían en tiendas de campaña, chozas o caravanas, sin agua ni electricidad. Para despistar a la policía, le obligaba a escribir cartas que él dictaba, simulando que había huido por voluntad propia.

A los 15 años Rosalyn dio a luz al primero de los nueve hijos que Henry engendró durante su cautiverio. El parto tuvo lugar en la parte trasera de la furgoneta. Poco tiempo después cruzaron la frontera con México. Henry empezó a mostrarse en público diciendo que Rosalyn era su hija, embarazada de un novio mexicano que la había abandonado. Nadie sospechaba que aquel hombre era su captor.

Para sobrevivir, Rosalyn pedía limosna en las calles. Henry, mientras tanto, gastaba lo poco que tenían en alcohol y drogas. Así pasó más de una década, en la sombra, silenciada y escondida. Intentó escapar en varias ocasiones, y aunque logró hacerlo más de una vez, Henry siempre la encontraba. Las consecuencias eran terribles. Las agresiones de este sujeto rozaban lo indescriptible, pero ni siquiera su brutalidad logró destruir la fuerza interior de la joven. Por si esto fuera poco, tuvo que casarse con él, en una boda ilegal, bajo todo tipo de amenazas.

Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices: cientos de heridas repartidas desde la cabeza hasta los pies. Más tarde se supo que solo en el cuero cabelludo tenía 21 cicatrices. En sus testimonios Rosalyn relató cómo Henry la golpeaba con todo tipo de objetos: un bate de béisbol, tablas de madera, botellas de cerveza. Le provocó múltiples fracturas óseas e incluso le disparó con armas de fuego en varias ocasiones. Pero su objetivo no era matarla, sino someterla al dolor más atroz. Mientras ella se aferraba a la esperanza de reencontrarse con sus seres queridos, él hacía todo lo posible para que su familia se olvidara de ella.

Cuando Rosalyn cumplió 18 años Henry la obligó a acudir a una comisaría y declarar que se había ido de casa por voluntad propia. Así, lograron que su nombre fuera retirado del Registro Nacional de Personas Desaparecidas. Ella pensó en denunciarlo ese día, pero Henry tenía todo bajo control: aguardaba en su vehículo con tres de sus hijos. Antes de dejarla salir, le advirtió que, si no regresaba, no volvería a ver a sus pequeños. Ella sabía que él cumplía cada una de sus amenazas. Y así, con el destino de sus hijos en juego, obedeció.

La vida en México se volvió un infierno. Nunca permanecían demasiado tiempo en un mismo lugar; el período más largo de estadía en cualquier sitio era, como mucho, de tres meses. Vivían en la miseria. Faltaba comida, dinero y, sobre todo, libertad. Las agresiones de Henry eran constantes y recaían sobre todos los miembros de lo que no podía llamarse un hogar, sino una prisión. Incluso obligaba a los niños a mendigar, para luego quedarse con el dinero.

Durante dos décadas, la situación desesperada de esta familia pasó inadvertida. Pero a principios de 2016, algo empezó a cambiar. Fue entonces cuando Rosalyn conoció a Ian y Lisa, un matrimonio residente en Oaxaca. Eran amables y atentos, y comenzaron a formar parte de la vida de Rosalyn y sus hijos.

La primera vez que Lisa les vio fue en un supermercado. Rosalyn estaba junto a sus hijos, con dos carros de compra repletos. Pero al llegar a la caja, se hizo evidente que no tenían dinero suficiente para pagar. Sin pensarlo, Ian y Lisa decidieron cubrir el faltante. A Lisa le llamó la atención algo que no olvidaría: uno de los carros estaba lleno de carne, pero los niños, visiblemente delgados y pálidos, no parecían haber probado un buen plato en mucho tiempo. Más tarde descubriría que la carne era solo para Henry.

Lisa, una mujer con un fuerte sentido de la intuición, no pudo ignorar las señales de alarma. Los niños solían ir descalzos, y aunque al principio eran tímidos y retraídos —sobre todo en presencia de su padre— cuando lograban confiar en ella, estaban desesperados por hablar. Un día Ian y Lisa decidieron visitar la casa por sorpresa. Lo que encontraron los dejó con el corazón en un puño. Los niños se agolpaban en el balcón, emocionados por la visita. El interior de la casa era aún peor: un espacio diminuto donde dormían ocho menores sobre colchonetas rotas, en el suelo. No había puertas ni ventanas, solo agujeros. Supieron, sin necesidad de palabras, que aquella familia estaba atrapada en un infierno.

Henry —posiblemente bajo el efecto del alcohol— cometió un error: mencionó su edad. Dijo tener 62 años. Lisa hizo los cálculos: Rosalyn tenía 32 y el hijo mayor 17. La conclusión era ineludible: había quedado embarazada a los 15 años de un hombre que le llevaba casi tres décadas. Era hora de actuar.

Semanas después, Henry se desmayó tras una noche de consumo excesivo. Rosalyn supo que era su única oportunidad. Reunió a sus hijos y huyeron. Ian y Lisa les acogieron sin dudarlo. Denunciaron a Henry y pronto fue arrestado. “Mentira. Yo nunca la violé. Yo hice el amor a mi mujer. Estábamos casados”. En el juicio Rosalyn declaró que “fui repetidamente violada, golpeada y torturada. Sabía que si no salía de allí, me volvería loca o acabaría muriendo y dejando a mis hijos con ese hombre”. El monstruo fue condenado a cadena perpetua. Rosalyn tiene actualmente 37 años y ha concedido varias entrevistas. En ellas ha relatado su infierno y, a la vez, agradece tener a sus hijos y la vida en libertad que ahora tiene. Es una gran mujer.

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