Todos odiamos esperar, aunque nos pasemos la vida entera haciéndolo aún sin darnos cuenta. Es más, la vida en sí es una larga espera fragmentada por días señalados que se convierten en citas, reuniones, cumpleaños, fechas de exámenes, fines de semana, días festivos, dadas de alta, primeros de mes y funerales que marcan el fin de tanta conformidad y días tachados en el calendario.
Allá por el año dos mil uno, yo esperaba (del verbo esperar) ansiosa la llamada que me confirmaría si había sido seleccionada para ser una de las doce concursantes que entrarían en la casa de Guadalix de la Sierra para aquella segunda edición del reality más famoso de todos los tiempos con nombre alusivo a la novela distópica o ya no tanto, de George Orwell con ese poderoso ojo que todo lo ve, todo lo vigila. Finalmente, otros once compañeros y yo cruzamos la puerta de aquella casa que, en vez de telarañas por sus numerosos rincones, contaba con cámaras que no tenían ocho ojos, pero sí una sola lente, con una mordedura virtual que resultaría ser más peligrosa que la de la más venenosa de las tarántulas.
Por aquel entonces la chica que era yo, también esperaba (del estado de ánimo, sinónimo del verbo confiar) que algún día aparecería en mi vida el hombre que lo cambiaría todo y recuerdo que pensaba que tal vez estuviera entre esas cuatro paredes en las que me iba a recluir de forma voluntaria. Y acerté. Bueno, di en el clavo porque efectivamente en la casa de Gran Hermano encontré al hombre que le daría la vuelta a mi vida, pero no pude estar más equivocada al pensar que lo cambiaría todo para bien.
Esperar, también esperé muchas cosas durante los dieciséis años que pasé junto al que ahora es un fugitivo al que nadie parece encontrar. En primer lugar y antes que nada, esperé (como forma de espera y deseo a la vez) que me llegara a querer como lo quería yo a él. Mejor dicho, como lo amaba yo a él.
Porque en realidad, las mujeres que viven relaciones de abuso, siempre viven esperando a que la persona que quieren y que las hiere una y otra vez, deje de hacerlo el día en el que alguna manera todo cambie y al fin ese hombre las valore. Así sin darse cuenta, es como se entra en la rueda interminable de la espera de esa hora en la que todo parezca tener sentido, cuando ella cree que logrando encajar las piezas del rompecabezas puede conseguir que él se no enfade y pierda el control.
Esperar a ser querida, esperar curarlo algún día, porque él le dice que es el que sufre y que después de todo ella es la única que lo puede curar. Los cuentos de hadas no existen, pero la disonancia cognitiva sí y resulta que es amiga cercana de la indefensión aprendida quien a su vez suele ir de la mano del síndrome de la salvadora.
Durante mi vida con él, deseé y esperé. Deseé que algún día todo cambiará y que la violencia desapareciera, no sin dejarme la piel en ello y para eso no dudé en entregarlo todo. Mi entrega fue tal, que me olvidé hasta de quién era yo en el camino.
Recuerdo todas esas esperas… La de esperar que no me gritara por cualquier cosa, esperar que algún día dejara de decirme palabras hirientes con ese tono suave que puede ser peor que cualquier alarido. En mi mente sigue vagando el recuerdo de mi mano sobre la suya, no en un gesto de amor, sino en uno de desesperación, mientras rogaba por dentro que dejara de apretarme el cuello con ella.
Y llegó el día en que empecé a esperar ser feliz lejos de él, volví a encontrarme en el espejo y sobre la tierra. Y deseé la libertad, porque acabé recordando que yo también la merecía. Cuando decides salir de la cárcel emocional y pedir ayuda a otros poderes más seculares como pueden ser los de la justicia, también tienes que saber tener paciencia y entender que las esperas van a ser prolongadas y que pese a tener la tranquilidad de saber que la verdad es tu compañera de viaje, te vas a tener que armar de paciencia y valentía para revivir un sinfín de dolores emocionales durante el proceso legal.
Tres años de espera para que se dictara sentencia en contra del ahora fugitivo y cinco años hasta que se le comunicó el día en que debía entrar en prisión. No hubo prisión preventiva ni pulsera telemática de esas que tienen a la persona condenada, localizada hasta su ingreso en la cárcel. Al hombre condenado por maltratarme, le instaron a presentarse un día determinado en un juzgado y el resultado fue una desaparición digna del Houdini más criminal.
Hay esperas de todo tipo, pero las injustificadas son las peores. Ahora me toca ser la cara visible de todas las mujeres que viven la desesperación que conlleva saber que existe una cuenta atrás en la que cada día que pasa significa una victoria y una bofetada sin mano hacia las fuerzas del estado por parte de los fugitivos condenados, a los que tienen en una búsqueda llamada pasiva, pero también es una cuenta atrás para las que fueron sus víctimas, sabiendo que si ellos logran huir de la justicia el tiempo suficiente para que sus penas queden prescritas, podrán llegar con total impunidad hasta ellas. La espera puede matarte y por desgracia los criminales sueltos puede que también.
Hace algo más de un año que la persona que fue condenada por hacerme daño y declarada posteriormente en busca y captura, concedió una entrevista a uno de los periódicos más importantes de este país con una camiseta clamando ser una víctima. Posteriormente ha contado con la colaboración de otros periodistas para darle cobertura a distintas declaraciones que ha realizado desde su escondite. Fugitivo condenado, maltratador huido de la justicia y mi torturador en la distancia.
Sigo esperando a que las fuerzas de la ley lo encuentren. Todas seguimos esperando a que los encuentren. Por favor, no conviertan ese fin de la espera en desesperación.