En 2019 su ex se saltó la orden de alejamiento, destrozó la puerta de su casa y el coche, pero todavía está a la espera de juicio

Dos víctimas explican cómo la lentitud de la justicia ha afectado a su día a día y cómo la inacción de los juzgados ha conseguido incluso arrebatarle a una de ellas a su hijo

La saturación de los juzgados deja desprotegidas a las víctimas Shutterstock

Un día de 2018 Paula (nombre ficticio) no pudo más y denunció a su pareja por malos tratos. Hubo un juicio rápido, le condenaron y le pusieron una orden de alejamiento. A los meses, en enero de 2019, él se presentó en su casa, rompió la puerta a golpes, se puso a dar gritos, a insultar, a amenazar y destrozó su coche. A día de hoy, no se ha celebrado el juicio por ese quebrantamiento de condena. Paula es solo una de las muchas víctimas de violencia de género que sufren en su piel la saturación de los juzgados. Un problema estructural, que en los casos de violencia machista, no solo suponen una indefensión como ciudadana, sino un peligro.

Esta joven conoció al que sería su pareja trabajando. Ambos se dedicaban a la hostelería, coincidieron y comenzaron una relación. Al principio, todo iba bien, pero cuando se quedó embarazada todo comenzó a cambiar. Como suele ser habitual en estos casos fue un proceso lento, no mutó de la noche a la mañana. Un día insultaba, otro daba un golpe encima de la mesa, otro amenazaba, pero por encima de todo, la quería aislar. De hecho, consiguió convencerla para irse a vivir a un pueblo alejado y donde vivía no había nada a un kilómetro a la redonda.

El perito llamó tres años después del ataque

Hubo idas y venidas. Ella le dejó, pero no es tan sencillo romper el ciclo de violencia y terminó perdonando todos sus desmanes. Hasta que un día de 2018, él la agredió y Paula se decidió a dar el paso de denunciar. Al principio, la justicia respondió, pero su siguiente ataque sigue impune. Es tal la desconexión del sistema con la realidad que el perito llamó a Paula para evaluar los daños del coche en 2022, tres años después del quebrantamiento de la orden de alejamiento. Para entonces, ella ya lo había arreglado y vendido. “¿Cómo iba a seguir con las ruedas pinchadas y el maletero destrozado?”, se pregunta.

A día de hoy, Paula sigue mirando las ruedas de su coche cada vez que lo coge. El miedo no ha desaparecido, a pesar de que no le consta que su ex pareja sepa donde vive. “Durante mucho tiempo miraba siempre a mi espalda y todavía vuelvo a casa por un camino distinto. Sigo teniendo la sensación de que alguien me vigila“, explica. Paula no entiende cómo la justicia es tan lenta para este tipo de casos. “Si me dijeras que se tiene que juzgar un robo o algo más elaborado, lo entendería, pero estos casos deberían ser una prioridad”, subraya.

La ex pareja de Beatriz se llevó a su hijo

En el caso de Beatriz (nombre ficticio) la falta de agilidad de los juzgados propició una situación endiablada. Ella, tras una vida de maltrato, denunció, pero la juez consideró que no existían pruebas suficientes para condenarlo; Incluso, le recriminó que no llorase durante la vista. Así que presentó una demanda de divorcio y tuvo que convivir con su verdugo durante un año “horrible” plagado de “perrerías”.

Tras el calvario, se estableció que ella se quedase en la vivienda y se hiciese cargo de la custodia del hijo de ambos, pero él tenía otros planes y un día no devolvió al niño. Beatriz acudió a los tribunales para pedir que se cumpliese la ley  y se ejecutase la custodia que dictaba la sentencia, pero en absoluto fue algo rápido. Además, al mismo tiempo, su ex pareja pidió la modificación de la sentencia para tener él la custodia del menor. Tardaron año y medio en devolverle a su hijo, y para entonces el menor ya estaba convencido de que quería vivir con su padre.

las piernas de una mujer que anda por la calle

La lentitud de los juzgados deja a las víctimas desprotegidas

 

¿Cómo nadie hace nada?

Beatriz cree que de haberse cumplido la ley y haber estado el niño a su cargo su vida sería hoy muy distinta. “No entiendo cómo puede pasar algo así y que nadie haga nada, que no pase nada”, se queja. De momento, está la espera de que el examen que el equipo psicosocial forme parte del caso, pero no pinta bien. Cuando su hijo volvía a casa después de estar con el padre llegaba avisando: “Cuando tenga 14 años me iré con papá“, le decía. “Dejaron que conviviera con él cuando era más manipulable e influenciable”, repite. Nadie hizo nada y ahora su vida se ha desmoronado. “No sé qué está pasando, hay más niños asesinados que nunca. No sé cómo no se dan cuenta de que algo se les está escapando, que algo pasa”, finaliza.

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