El último baile del juez del beso “no consentido”

El juez del caso Rubiales ha conseguido difuminar el “efecto-Carretero”. El tono de Fernández-Prieto con los primeros testigos ha llenado titulares. Discreto y en retirada, no imaginaba esta sobreexposición al final de su carrera

Al juez no le gusta ir con retraso. Era el mensaje más repetido este lunes en la Audiencia Nacional antes de arrancar la primera sesión de la causa del beso de Luis Rubiales a Jenni Hermoso tras la final del Mundial de 2023. “¿Estamos ya todos?”, preguntó José Manuel Fernández-Prieto sobrevolando con la mirada la macrosala. De los presentes, solo la fiscal lo tenía testado. Lo que no evitó que también se revolviese en su asiento.

De trayectoria penalista, Fernández-Prieto cumplió el pasado 2 de enero cuarenta años en la carrera judicial. Entró por oposición, se estrenó en un juzgado de Badajoz y salvo el primer año siempre ha ejercido en Madrid; en instrucción, en la Audiencia Provincial y desde 2019 en la Audiencia Nacional.

Nunca ha buscado focos ni titulares. No ha pedido destino ni puestos de ascenso. Al preguntar por él en la judicatura muchos confiesan con asombro que desconocían su puesto actual. “Es de los que no hacen ruido. No aparece en los papeles ni para bien ni para mal”. Los más veteranos lo definen como un hombre tranquilo, un juez invisible que fuera de sala pasa desapercibido.

Como muchos otros magistrados, al llegar a la jubilación pidió la prórroga para ejercer hasta los 72 años y seguirá en el cargo hasta noviembre de 2026. “Yo creo que esperaba retirarse tranquilamente, que no esperaba toparse a estas alturas con un juicio mediático como este porque lo habitual es que un caso así no caiga nunca en la Audiencia Nacional”, señalan fuentes cercanas. Pero el beso fue en Sídney, tras la final de un Mundial, y el volumen de testigos era tan elevado como para necesitar su macrosala de la Audiencia Nacional.

“Todo este revuelo en realidad no es por el tono del juez como por el de los testigos -lo justifican-. Basta con escucharlos. Parecía que estuvieran en un campo de fútbol y no en una sede judicial”, recalcan sus defensores. Aunque en rigor, tanto la fiscal como los letrados se han llevado algún toque de atención, sobre todo si Fernández-Prieto entendía que sus preguntas dilataban la sesión: “La señora Hermoso ha respondido hasta la saciedad que el beso no fue consentido, estalló en varias ocasiones.

Cansado de las reiteraciones, pendiente del reloj (“bastante lo ha preguntado ya la fiscal durante hora y media…”), si en lugar de toga hubiese llevado manto real y corona habría dado perfectamente el pego. La sala de vistas es su reino, al más puro estilo Enrique VIII. Cierto es que la silla de oficina se bamboleaba demasiado como para ser un trono, pero el efecto a simple vista es el mismo. Sólo le ha faltado espetar un “por qué no te callas”.

Al seleccionador Luis de la Fuente le soltó un “usted viene a hablar de lo que se le pregunte” y a un confuso Miguel García Caba le reconoció que él tampoco estaba entendiendo los interrogantes al exvicesecretario: “Estamos perdiendo el norte”. El único que rozó lo más parecido al “¡que le corten la cabeza!” fue el director de Comunicación de la RFEF: “Mi paciencia está llegando al límite. Basta ya de esas contestaciones. Quiero claridad, no chulería”. A Pablo García Cuervo se le quedó la sonrisa congelada.

De pronto abrupto pero educado, el veterano magistrado no ha generado el mismo efecto que su colega en el caso Errejón. No le han incoado diligencias informativas ni consta el mismo volumen de quejas que recibió Adolfo Carretero. La expectativa está puesta ahora en Rubiales. Si en el banquillo de acusados Fernández-Prieto ya lo amonestó por sus susurros, está por ver qué tal supera el cara a cara con el juez.

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