En el vivero de misoginia y masculinidad tóxica que brota en internet, la historia del controvertido influencer británico Andrew Tate se parece a un cuento moral sobre el lado oscuro de las redes y su reflejo deformante de la realidad. Criado en Luton, una de las áreas más deprimidas de Reino Unido, campeón de kickboxing antes de su propulsión a la fama y particular emprendedor, con un negocio online basado, fundamentalmente, en su explosivo credo, hace tan solo dos años su nombre llegó a recabar más búsquedas por internet que Donald Trump, o Kim Kardashian.
Su virulento sexismo y sus arengas de culto al macho recabaron una legión de fans, sus “soldados”, que decían sentirse representados en la narrativa motivacional y de ultra defensa de la superioridad masculina preconizada por Tate. Prácticamente desconocido hasta su expulsión de Gran Hermano en 2016 por golpear a una mujer con un cinturón, un acto, según ambos, consensuado, ocho años después, Tate se encuentra, junto a su hermano, a la espera de ser juzgado por violación y tráfico de personas en Rumanía y se enfrenta a un proceso similar en el Reino Unido.
Vetado de las redes sociales
Tras su arresto en diciembre de 2022 y manteniendo su histrionismo hiperbólico, Tate dijo ser “víctima de Matrix”, en referencia a la realidad virtual de la saga dirigida por Lana y Lilly Wachowski, anteriormente conocidos como los Hermanos Wachowski. Por entonces, llevaba meses vetado en la mayoría de las redes sociales, el terreno que sustentaba su popularidad, y aunque el veto de los gigantes digitales parece un pecado menor, comparado con los delitos que se le imputan, como en todas las fábulas, cada lance del guion resulta imprescindible para comprender la parábola en su conjunto.
Meta había sido el primero en actuar, por violar su política de “individuos peligrosos”. En agosto de 2022, cerró las cuentas de Facebook e Instagram de Tate, quien, en el caso de la segunda, contaba con casi 5 millones de seguidores. Días después le seguiría YouTube, donde contaba con más de 600.000 seguidores, por la repetida vulneración de sus reglas contra el llamado ‘discurso de odio’; y TikTok también le impidió tener una cuenta, si bien contenidos con el hashtag de Andrew Tate, diseminando sus alocuciones y su ponzoñoso ideario, han sido vistos miles de millones de veces.
“Las mujeres pertenecen al hogar y son propiedad de sus maridos”
Entre las perlas habituales de sus vídeos figuran declaraciones como que las mujeres pertenecen al hogar, que son propiedad de sus maridos, que la depresión no es real, que los hombres tienen que ser ricos, o que las víctimas de violación tienen responsabilidad sobre el ataque. Medios como YouTube o TikTok amplifican dramáticamente el granero de consumo, al tratarse de fórmulas de inmersión ilimitadas, que ofrecen horas y horas de narrativas que se retroalimentan. Por si fuera poco, cuando la batalla por la definición de masculinidad se libra en las redes, la influencia sobre los más jóvenes puede ser irreversible: en Reino Unido, los menores de entre 12 y 15 años reconocen pasar más tiempo en internet que con sus amigos; y un 91 por ciento de los niños de 11 años tienen móvil.
X (anteriormente Twitter) ha sido la única que restableció su cuenta, una decisión adoptada tras la toma de posesión de la compañía por parte de Elon Musk. En X, Tate actualmente cuenta con 8 millones de seguidores, si bien su sermones misóginos continúan pululando en la red a través de su ejército de seguidores, que se aseguran de mantener en circulación su venenoso legado. Un análisis del Centre for Countering Digital Hate (CCDH, Centro Para Contrarrestar el Odio Digital) identificó en noviembre de 2022 más de 100 cuentas de TikTok que promovían habitualmente material de Tate, con unos 250 millones de visitas y 5,7 millones de seguidores.
Y es que pese a las intervenciones, las plataformas continúan siendo caldo de cultivo para la doctrina del autodenominado “rey de la masculinidad tóxica”. La simbiosis es inevitable cuando se trata de compañías cuyo modelo de negocio se sustenta en ampliar y retener audiencia, para lo que emplean complejos algoritmos que acaban generando cámaras de resonancia, ofreciendo contenido más extremo y más polémico cada vez, dada la facilitad de mantener el consumo e instigar comentarios.
Yotube ganó 2,8 millones de euros con sus vídeos
De ahí que los gigantes del sector hayan sido acusados de dar pábulo a figuras como Tate, en nombre de los beneficios. YouTube, por ejemplo, habría llegado a acumular unos 2,4 millones de libras (2,8 millones euros) en ingresos generados por anuncios en canales con contenidos de Andrew Tate, según un estudio del CCDH. Una investigación por parte de Vice News mostró cómo la academia de negocios digital creada por Tate, The Real World, que llegó a acumular más de 450 millones de visitas, hacía uso de las redes para capitalizar el potencial de sus usuarios.
Y es que más allá de su abominable cosmovisión, Tate demostró astucia al detectar la oportunidad que le ofrecía internet. En cuanto concluyó su carrera en el kickboxing, estableció una compañía de cámaras web en la que dijo que hasta 75 mujeres, algunas de ellas ex parejas suyas, trabajaba para él. Posteriormente confesaría que era un “total fraude”, una vez ya reconvertido en pseudo-gurú de auto-ayuda a través de su pérfida concepción de la masculinidad. La denominada Hustler University, una plataforma de enseñanza online fundada antes de The Real World, llegó a reclutar 127.000 miembros, que pagaban unos 35 euros mensuales por consejos de estilo de vida y gestión financiera de Tate.