Instantes después del episodio del baño de la discoteca Sutton la víctima de Dani Alves no quería denunciar la agresión. Lo sabemos porque la cámara que portaba el mosso que la atendió grabó la escena. En ella se puede ver cómo la joven explica a los presentes su gran temor: que no la van a creer y que no quiere acusarle formalmente porque intuye que no van a confiar en su testimonio. La absolución de Alves, al considerar el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que, efectivamente, sus declaraciones no son fiables no es más que la confirmación de una intuición, una sospecha de una joven de 23 años que, que se sepa, no había denunciado antes una agresión machista.
No es la única mujer que casi puede adivinar cómo reaccionará el sistema. En España, solo se ponen en conocimiento de las autoridades el ocho por ciento de las agresiones sexuales, según la macroencuesta de Igualdad, y entre las razones que alegan para no denunciar el estudio señala que un 25,9 por ciento no lo hace por vergüenza y un 20,8 por el temor a no ser creída.
De hecho, muchas de las que sí han denunciado advierten que de haber sabido a qué se enfrentaban y cómo se iban a desarrollar los acontecimientos, no lo hubiesen hecho. La propia víctima de “la manada de Pamplona” lo explicó así: “Lo peor no fue la situación vivida (la agresión) sino todo lo que vino después (el proceso judicial)”. Hace unos meses, Gisèlle Pélicot hacía una reflexión parecida: “Desde que llegué a esta sala de audiencias, me siento humillada. Me han llamado alcohólica, cómplice del señor Pélicot. He oído de todo, se necesita un grado de paciencia muy alto para soportar todo lo que tengo que escuchar. ¡Tengo la sensación de que la culpable soy yo, y que los 50 de detrás son las víctimas!“. ¿Qué ocurre para que las mujeres sientan que no van a encontrar justicia y reparación a través de los canales que ofrece el Estado?
El cuestionamiento que existe en la sociedad, continúa en la respuesta judicial
Miguel Lorente, médico forense y exdelegado del Gobierno conta la Violencia de Género, cree que este tipo de actitudes reflejan muy bien lo que es la construcción cultural que hay tras la violencia que sufren las mujeres. “Existe una clara conciencia de que cada uno de los casos está insertado en una serie de elementos de naturaleza social o cultural que justifica, minimiza y que culpabiliza a las víctimas. Ellas son conscientes que lo que se percibe como esa situación de violencia no es solo una conducta individual aislada de un hombre, sino que juega con las referencias que existen para llevarse a cabo: la idea de que las mujeres provocan, o que se meten en el baño con su agresor, como en el caso de Dani Alves”.
“Como esas mujeres forman parte de la sociedad han oído o incluso compartido ese tipo de comentarios porque es cultura, no es una cuestión de genética del hombre, entonces tú misma desconfías de lo que esta sociedad dispone para resolver el caso, es de cajón. El cuestionamiento que existe en la sociedad, continúa en la respuesta judicial. Es explicable que eso ocurra, porque el sistema no ha respondido ni se posiciona claramente contra la violencia, contra los que la niegan, justifican o la minimizan”. Lorente pone un ejemplo ilustrativo: “Imagínate una consulta, un hospital, donde se dice que la Covid no existe, ese es su planteamiento, tú tienes síntomas, tienes malestar ¿irías a esa consulta?”.
20.000 denuncias y solo 4.000 condenas
Además, las agresiones sexuales apenas se condenan. En 2023 ese exiguo porcentaje del 8% supuso un total de 21.825 denuncias. El año pasado, cada dos horas, una mujer acudía a una comisaría o a un juzgado y denunciaba una agresión sexual con penetración y cada hora dos víctimas ponían en conocimiento de las autoridades otras agresiones sexuales hasta sumar 54 al día, también sabemos que cada dos días se denuncia una agresión sexual en grupo. Pues bien, todo apunta que de todas esas denuncias solo el veinte por ciento acabará en condena. En 2023, hubo apenas 3.923 sentencias condenatorias por agresiones sexuales. Los datos de denuncias y condenas no coinciden de forma exacta porque muchos procesos judiciales tardan en consumarse, pero la diferencia entre denuncias y condenas es parecido a lo largo de los años.
Los delitos de agresión sexual son difíciles de probar porque, en general, se cometen en la intimidad, no hay testigos y no siempre hay pruebas directas de lo ocurrido, muchas veces se trata de la palabra de la víctima contra la del agresor. Sin embargo, resulta llamativo que sean delitos que apenas se denuncian y cuando lo hacen, menos de la quinta parte acaben en condena.
Al contrario de la creencia popular de que la violación tiene que dejar secuelas físicas visibles, solo el 25,0 por ciento de las mujeres que han sufrido una violación ha tenido cortes, rasguños, moratones o dolores y el 18,7% lesiones en los genitales, según la encuesta.