Si escuchásemos a alguien decir “nunca he dado motivos para que me roben” o “no he dado motivos para que me secuestren” posiblemente nos parecería una frase incomprensible, absurda.
Sin embargo, y lamentablemente, aunque por supuesto reaccionamos con indignación y con dolor, todos entendemos el sentido de la frase “nunca le he dado motivos para que me pegue”. Esa frase nos horroriza, pero comprendemos lo que se nos está diciendo.
Una expresión que sería absurda en cualquier forma de violencia, se vuelve terriblemente comprensible cuando se trata de la violencia contra las mujeres. Creo que esas apenas nueve palabras dicen mucho sobre la violencia contra las mujeres, sobre sus causas, sus raíces, también sobre cómo combatirla.
Nos dice, por ejemplo, que por más que se empeñe el negacionismo, la violencia contra las mujeres no es como otras formas de violencia, ni siquiera hablamos de ella como de otras formas de violencia. Ni es igual, ni nos referimos a ella igualmente, ni debemos responder ante ella igualmente. Nos dice también que ese algo que diferencia la violencia contra las mujeres no se refiere sólo a la víctima, tampoco al maltratador, sino que nos afecta a todos nosotros y a todas nosotras.
Violencia normalizada
Creo que la normalización de la violencia contra las mujeres que deja ver esa frase, y que no se da en otras formas de violencia – como el robo, la extorsión o el secuestro- es nuestro peor enemigo, la mayor amenaza que tenemos y el mayor obstáculo para combatirla.
Las palabras importan y tras esas palabras se ocultan hechos. Desde 2003 han sido asesinadas 1248 mujeres y 55 niñas y niños por violencia de género desde el 2013. Una de cada dos mujeres ha sufrido violencia machista a lo largo de su vida. En España se denuncia una violación cada cuatro horas. Ya basta. Ya es hora de que los negacionistas reconozcan que la violencia contra las mujeres no es un problema personal ni privado, ni familiar. Es un problema público y social, es un ataque a las mujeres y una amenaza a toda la sociedad.
El mayor problema en la lucha contra la violencia que sufrimos las mujeres es la normalización, y es cierto que existe el riesgo enorme de que simplemente por su frecuencia nos habituemos y nos resignemos a ella. Es algo que debemos combatir con todas nuestras fuerzas. El terror no se puede normalizar porque sea cotidiano, se debe combatir con más fuerza precisamente porque es cotidiano. Pero creo que tras esa normalización de la violencia contra las mujeres no está solo su dramática frecuencia, que hay algo más profundo de lo que debemos ser conscientes.
Durante prácticamente toda nuestra historia -y a diferencia de otras formas de violencia -, la violencia machista no ha sido vista como un ataque contra la colectividad, contra todos nosotros. A diferencia de esas otras formas de violencia, como el robo o la extorsión, la violencia contra las mujeres, no ha sido considerada un factor de disolución social y una amenaza a la sociedad.
La dimensión privada (y no social)
Es más, durante siglos ha sido considerado precisamente como un elemento más en el mantenimiento de un determinado orden social, un orden de dominio en el que las mujeres quedan relegadas a la privacidad. Y si el lugar de las mujeres es la privacidad, la violencia contra las mujeres es violencia privada, no pública, por lo tanto no es una amenaza a la comunidad, no es un ataque a la sociedad. Y eso, no tratarlo como un asunto público y político, como una amenaza y un ataque a toda la sociedad, es el mayor obstáculo en la lucha contra la violencia machista.
Porque la realidad, y no podemos cansarnos de repetirlo una y otra vez, es que la violencia contra las mujeres no es una sucesión de hechos aislados. No es algo que afecte exclusivamente a algunas mujeres en situaciones peculiares, particulares o marginales, sino una parte integrante de una forma de ver el mundo que, aunque hoy se encuentra en franco repliegue, sigue estando muy presente entre nosotros con un dramatismo brutal.
Por eso el discurso de los negacionistas que intentan equiparar la violencia contra las mujeres con otros tipos de violencia es un peligrosísimo retroceso que nos amenaza como mujeres y ataca a toda la sociedad. Porque mientras no consideremos la violencia contra las mujeres un problema social no podremos desterrarla de nuestra sociedad.
Mientras no veamos que es un tipo de violencia diferente a los demás, que tiene raíces diferentes de las demás, ante la que reaccionamos de una forma diferente a las demás y que, por todo ello, debe ser combatida de una forma diferente a los demás, no conseguiremos erradicar la violencia contra las mujeres. Y por eso, porque es un problema de toda la sociedad, la batalla contra la violencia de género es una batalla que hemos de ganar en todos los ámbitos, en el terreno económico, en el político, en el familiar, en el social y en el cultural. Porque es ahí donde podemos y debemos desterrar para siempre la desigualdad en la que se sujeta la violencia de género.
Alma social, liderazgo político
Por eso, porque la desigualdad y la violencia de género son problemas de toda la sociedad, es por lo que las políticas de igualdad no son políticas para minorías, ni son leyes para las mujeres. Son leyes de país y que hacen país, que sustentan nuestra democracia. Desterrar la violencia de género de nuestra sociedad, conseguir que no haya una sola mujer que la sufra, nos exige ir más allá, nos exige combatir los valores y los roles en los que se sustenta.
Nos exige luchar contra ese sustrato de prácticas injustas y pautas heredadas sobre el que se mantienen los residuos de la cultura patriarcal y en el que sigue arraigando la semilla de la desigualdad. Por eso es necesario seguir hablando de IGUALDAD, con mayúscula, en todos los foros. Porque la lucha por la justicia de género debe tener cuerpo de ley, pero también alma social y liderazgo político.
Liderazgo político para hacer correr el cauce de la igualdad a través de todas las políticas públicas, para combatir la discriminación y la desigualdad allá donde se presente, en todos los ámbitos de la vida social. Desde la administración pública hasta los comités de empresa. Desde la universidad hasta los medios de comunicación. Desde las prácticas económicas, políticas y sociales, al arte y la cultura., implicando a los profesionales de la salud, educadores, funcionarios públicos, fuerzas de seguridad, medios de comunicación. Incidiendo especialmente en la educación en igualdad como la mejor de nuestras herramientas para ganar la batalla decisiva por las ideas y los valores.
Justicia de género
Porque es ahí donde más necesaria es una política de igualdad activa y progresista. Es ahí, en el terreno de las ideas y los valores, donde se cambia el mundo, donde se construye la realidad presente y futura. Y es ahí donde debemos defender la política activa de igualdad frente a los que dicen que la justicia de género llegará por sí misma.
Frente a los que critican la paridad como una intromisión en el ámbito privado pero no dudan en decirnos lo que debemos creer, con quién nos debemos casar y hasta cuántos hijos debemos tener. Sí, es cierto, luchamos contra siglos de prejuicios, alcanzar la igualdad real llevará mucho tiempo, pero eso no lo hace más difícil, sólo más urgente. Sí, es cierto, la violencia ha existido siempre, pero eso sólo hace que el compromiso de todos con la igualdad sea más irrenunciable y no vamos a bajar la guardia.