La polémica

El juez que intimidó a Mouliaá y relajó a Errejón

En el encuadre de la grabación no se registra nunca el gesto del juez del 47 pero quienes pudieron presenciarlo ya vaticinaban que el que menos pasaría la prueba del algodón sería Carretero

El juez Adolfo Carretero

Trajeado con desenfado, Iñigo Errejón esperó su turno sentado en el banquillo con las piernas cruzadas y un cuaderno moleskine negro a mano, derrochando tranquilidad. Elisa Mouliaá, de largo hasta las rodillas, sin apuntes cerca, no pudo ocultar el nervio en su voz ni en el vaivén de sus dedos. La actitud de cada uno encajaba perfectamente con la de su interlocutor; un juez de instrucción, desdeñoso con ella y comprensivo con él.

“Le aviso de que algunas preguntas serán inconvenientes y pueden ser molestas, pero no tiene más remedio que contestarlas”, le aclaró el magistrado como preámbulo a una Elisa Mouliaá que se acercó al micrófono cauta, cual gacela sin posibilidad de huida, ante un interrogatorio que la actriz aguantó con dificultad a simple vista. Su rostro despejado, con el pelo recogido atrás, pretendía demostrar una calma que contrastaba con sus manos entrelazadas, el peso corporal cambiante de un pie a otro y unas palabras que a veces se le rompían antes de salir. A los veinte minutos, la mención a su hija febril la noche de autos estuvo a punto de sacarle la primera lágrima, que finalmente brotó al confesar que el miedo a Errejón le impidió denunciar antes. Nadie en la sala le ofreció un pañuelo.

La cámara del juzgado recoge cómo Mouliaá tuvo que recomponerse una y otra vez, recurriendo a un tono suave y a cierta espontaneidad, como si pretendiera obviar la tensión de un interrogatorio duro. Y así, sonríe al explicar alguna reacción de entonces, escenifica un estado de concentración cerrando los ojos varias veces y se le escapa un “hijo puta” al referirse a Errejón. Cuando el juez la amonesta, recurre a un gesto de súplica propio de una niña pillada en falta. Será la actitud comedida que más busque en su declaración, salvo al describir cómo se restregó Errejón contra ella, cómo la manoseó, hasta donde podía recordar. “Ya, super ebria (…). Claro, en shock”, reiteró el magistrado en varias ocasiones, recogiendo las palabras de la actriz, como si no fuera consciente de que con ese eco sólo parecía cuestionar su testimonio.

En el encuadre de la grabación del juzgado no se registra nunca el gesto del juez del 47, pero quienes pudieron presenciarlo en directo el pasado jueves ya vaticinaban que, de difundirse aunque sólo fuera el audio, el que menos pasaría la prueba del algodón sería Carretero. Es de la vieja escuela, no se la cree, circula en su entorno judicial. No es Ricardo González -el polémico togado del voto particular del tribunal de La Manada-, pero no le queda lejos, rematan.

Basta con darle al play al turno del acusado para comprobar el contraste. En un sistema garantista con el reo y la presunción de inocencia, Errejón no sufrió especialmente en calidad de investigado por un delito de agresión sexual. Hay quien lo atribuye a las tablas de su trayectoria política o a que ya se enfrentó hace dos años a un delito de lesiones del que resultó absuelto. Pero, sin ser un camino de rosas, lo cierto es que tampoco se topó con un magistrado espinoso y el efecto que causa en él es radicalmente distinto al que surte en Mouliaá. Si a ella cada vez se la percibe más dispersa y confusa, él se relaja a medida que avanza en la declaración.

A la posición de piernas firmes a cada lado del micrófono y hombros encogidos y tensos del inicio, suma una expresión de no haber roto un plató y de total incredulidad ante las preguntas de un Carretero que no oculta cierta sorna al reproducir en sus preguntas lo declarado por la actriz. En un momento dado, el juez la llega a imitar usando un tono agudo: “Entonces ella nunca le dijo sólo sí es sí, Íñigo, ¿no? Es sólo una fabulación”, le espeta al acusado como quien le deja al pichichi el balón botando ante una portería vacía. “Nada de que usted le tiraba, le empujaba, la tiraba contra una pared…”, le interroga dando por hecho la réplica. “Según usted, todo es falso de principio a fin”, le resume como colofón de un interrogatorio al que Errejón se limita a asentir, conteniendo el respiro de alivio de vuelta al banquillo. Totalmente contrario a cómo termina ella, exhausta, como si le faltara una bocanada de aire, aunque esa vez el magistrado al menos le ofrezca agua. “Ya queda poco”.