La plataforma Steam ha retirado de su catálogo el videojuego No Mercy, una presunta “novela visual” que no solo glorificaba la violencia sexual, sino que lo hacía desde una perspectiva profundamente misógina, cruel e intolerable.
La decisión ha sido fruto de una intensa presión social que logró reunir casi 70.000 firmas, promovidas por organizaciones feministas que denunciaron el carácter delictivo y humillante de sus contenidos. El Gobierno británico, además, intervino públicamente exigiendo su retirada inmediata.
La polémica en torno a No Mercy ha puesto en el centro del debate público una realidad incómoda: la existencia de contenidos digitales que, amparados bajo el paraguas de la ficción o la libertad de expresión, incitan de forma directa al odio, la violencia y la deshumanización de mujeres y niñas.
‘No Mercy’: la banalización extrema de la violencia sexual
El argumento de No Mercy rozaba el delirio y caía de lleno en lo abominable. El jugador asumía el papel de un hombre que, tras descubrir la supuesta infidelidad de su madre, inicia una cadena de agresiones sexuales contra las mujeres de su propia familia. El juego incluía escenas en las que se violaba a una mujer, se la dejaba embarazada y posteriormente se la asesinaba junto con el bebé.
Según Newsweek, No Mercy carecía de clasificación por edades o advertencias de contenido explícito. Fue descrito por múltiples usuarios como un auténtico “simulador de violación”. La existencia de un producto así no puede desligarse de una visión enferma de la sexualidad y del poder masculino. Una que reduce a las mujeres a objetos de dominación sin rostro ni voluntad.
La violencia como entretenimiento: un síntoma de la manosfera
El caso de No Mercy no es aislado. Se inscribe dentro de una tendencia mucho más amplia: la proliferación de la llamada “manosfera”. Hablamos de un ecosistema digital formado por hombres supremacistas, misóginos y antifeministas.
Este submundo promueve la cultura del odio hacia las mujeres, reivindica la violencia como forma de reafirmación masculina y trivializa conceptos tan graves como la violación, el incesto o la humillación como fetiches legítimos.
No Mercy es, en efecto, la expresión digital de una corriente ideológica profundamente peligrosa. Representar la violencia sexual como un juego, como una fantasía recreativa, no es una forma de arte transgresora. Es una incitación al delito. La retirada del videojuego por parte de Steam no es censura. Se trata de protección ante una forma de violencia simbólica que legitima y normaliza el abuso.
Un ataque directo contra los derechos humanos de mujeres y niñas
Desde el punto de vista jurídico, No Mercy vulnera los derechos fundamentales de las mujeres y niñas. Así lo recogen normativas internacionales como la Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW), cuyo artículo 5 insta a los Estados a modificar patrones socioculturales que perpetúan la idea de superioridad masculina.

En el mismo sentido se pronuncia el Convenio de Estambul, que obliga a prevenir y sancionar todas las formas de violencia contra las mujeres, incluidas aquellas expresadas simbólicamente a través de medios digitales. La existencia de videojuegos así socava directamente estos principios. Y debe ser entendida como una forma de violencia estructural.
La decisión de Steam de retirar No Mercy es un precedente, pero no basta. Las plataformas digitales tienen la responsabilidad de ejercer un control preventivo sobre los contenidos que comercializan. No todo vale bajo la excusa de la creatividad. La libertad de expresión no se puede utilizar como escudo para justificar la difusión de material que incita al crimen.
No Mercy es una línea roja que no debe volver a cruzarse. Mientras algunos sectores insisten en defender estos productos como ficciones inocuas, la realidad demuestra que sus efectos son letales: contribuyen a perpetuar una cultura donde la mujer es despojada de su dignidad, su libertad y su humanidad.