Vamos directos a los datos para abrir los ojos: el 80% de los agresores sexuales de niñas y niños de entre 0 y 12 años son familiares de las víctimas. Ocho de cada diez agresores forman parte del entorno más cercano, del que no percibimos el riesgo. En el 50% de los casos, es el padre o la pareja de la madre, pero también pueden ser tíos, abuelos o hermanos. “Detrás de estos abusos hay un largo proceso de actuación en el que el agresor se prepara para ir conociendo los límites de la víctima”, apunta Natalia Prado, psicóloga infantil experta en prevención de abusos sexuales en la infancia.
Empiezan, cuenta Natalia, con caricias, “con mimos que al niño le pueden parecer agradables. Y cuando ya conocen a la víctima, empieza la agresión”. Agresiones invisibles en la mayoría de los casos, porque sólo vemos el riesgo en el exterior. “Eso hace que las agresiones sexuales infantiles se prolonguen mucho en el tiempo. Nos cuesta mucho entender que alguien de nuestra confianza esté haciendo algo de tal violencia”, afirma. En el 26% de los casos, las víctimas son agredidas a diario y por un tiempo superior a un año. “Los agresores juegan con el placer y con la confusión. Los niños más pequeños no conocen qué está bien y qué está mal; por tanto, ellos ni saben, ni confirman, ni aceptan, ni conocen lo que está sucediendo”, añade.
Normalmente no se les cree
La estrategia de los agresores está focalizada, primero, en conquistar a la víctima haciéndole sentir especial. “La línea es tan confusa que para los niños no es traumático. No es que les estén dando una bofetada, es algo aparentemente placentero y que ellos no saben identificar”. Con la víctima ya conquistada, construyen y apuntalan su gran muro de protección: el secreto. “El agresor siempre hará responsable al menor con el secreto. Les cargan con tanta responsabilidad y tanto sentimiento de culpa que se garantizan el silencio de la víctima”, cuenta Natalia. Un silencio que suele prolongarse durante años. Imaginen un muro construido a base de miedo, culpa, vergüenza y tristeza. “Ese muro es su barrera, su freno para contarlo. Y el problema es que cuando consiguen romperlo, normalmente no se les cree”, añade. Y nos explica por qué: “sobre todo por la incongruencia de ‘a mí no me lo hizo’. Son agresores que no tienen antecedentes de este tipo. Es habitual que las madres entren en negación, que minimicen, ya será menos… y eso pasa por lo difícil que es entenderlo y por el impacto que tiene a nivel familiar”.
El 44% de las agresiones sexuales se cometen en la propia casa
Más datos: casi la mitad (44%) de las agresiones sexuales se cometen en la propia casa. Las más frecuentes son tocamientos (51%), penetración (19,4%), besos (11,2%), masturbación (10%) y casi un 9% de los menores son obligados a ver actos sexuales. Son datos del estudio ‘Agresión Sexual en Niñas y Adolescentes según su testimonio’, de la Fundación ANAR, extraído del análisis de los datos de casi 5.000 niñas y niños que pidieron ayuda entre 2019 y 2023. En esos cinco años, las llamadas se incrementaron un 55,1%.
Víctimas y terapeutas, coinciden: se puede sobrevivir a un abuso, pero nunca se olvida. “Es una huella que queda marcada en tu cuerpo para siempre”, confiesa Susana, superviviente de ASI (abuso sexual infantil).
No referirse a los genitales con eufemismos
Pero, ¿qué podemos hacer las familias para detectar estos abusos invisibles? Natalia Prado nos da las claves: “La prevención es clave. Primero, es básico que desde muy pequeños les pongamos nombre a los genitales, que no nos refiramos a ellos con eufemismos. Y hay que explicarles que no se tocan, que cada uno se lava el suyo. El pene y la vulva no deben ser un tabú”.
Y abramos los ojos ante las señales, porque las hay. “Si vemos niñas y niños con conductas hipersexualizadas, que dicen cosas que no corresponden a su edad, que tienen dificultades a la hora de cambiarse la ropa, que evitan el contacto físico o que sufren alteraciones de sueño, hablen con ellos. Háganles preguntas abiertas, desde el cuidado: ¿Cómo te encuentras? ¿En algún momento alguien te ha hecho sentir incómoda? Y también desde la inocencia: ¿Alguna vez has visto un pene que no sea el tuyo? ¿Y cómo era? ¿Estaba arriba o hacia abajo? Pregunten siempre desde la tranquilidad y la confianza. Transmítanles empatía, calma, y ofrézcanles ayuda”, recomienda Natalia. Y fíjense también en su juego, en cómo interactúan con los muñecos o los amigos: “si en el juego hay una intención con un muñeco, por ejemplo, reproduciendo o imitando alguna postura sexual, pregúntenle desde la calma, nunca desde el castigo, ¿eso dónde lo has visto? ¿Qué estabas haciendo? ¿Lo has hecho con alguien alguna vez? Pero háganlo siempre desde el desconocimiento”. Porque solo así conseguiremos derribar el muro y desenmascarar el secreto.