En España hay sesenta y nueve centros penitenciarios ordinarios. Solo cuatro son exclusivos de mujeres. Se encuentran en Ávila, Madrid, Sevilla y Barcelona. La mayoría de las internas están en centros mixtos. Es decir, en módulos de mujeres dentro de prisiones hechas para hombres. Primera barrera. Pero… ¿cómo viven estas mujeres dentro de los centros mixtos? ¿Y si, además, tienen adicciones? Los programas de tratamiento para desintoxicarse en la cárcel son voluntarios. Cada interna, en este caso, es la que decide si entrar o no.

Meritxell Pérez Ramírez
Las mujeres son un colectivo minoritario en prisión
“Las mujeres son un colectivo minoritario en prisión. No llegan a representar el 10 por ciento de la población penitenciaria”. Meritxell Pérez Ramírez es investigadora, criminóloga, profesora en la Universidad Pontificia de Comillas y secretaria general de la Fundación FIADYS. Ella y su equipo han indagado sobre las barreras que tienen las mujeres en prisión a la hora de acceder a este tipo de tratamientos. Han escuchado en primera persona a las internas a través de entrevistas personales y test psicológicos.
El cómo cada interna empezó a consumir es completamente diferente. El primer motivo que se viene a la cabeza son las amistades durante la adolescencia, pero muchas de ellas llevan en la espalda una mochila que pesa mucho más. Abusos sexuales durante la infancia, maltrato físico, psicológico, familias desestructuradas con progenitores también consumidores.
“El padre de mi hijo consumía y yo caí”
“Muchas de esas mujeres han sido testigos de cómo su padre maltrataba a su madre. También han sido víctimas de su entorno. A veces de un tío, de un abuelo o de un hermano que les maltrataban. Hay un porcentaje muy importante de mujeres así en prisión”, explica la investigadora Pérez Ramírez. “Cuando se drogaba, me maltrataba y abusaba de mí. Yo me hacía la loca porque yo también tenía un problema de drogodependencia”.
Claudia, nombre ficticio, (nf) reside en el Centro Penitenciario de Tenerife II. Habla de su exnovio. Y como ella, también lo hace Nuria (nf) desde el centro de Madrid VII: “El padre de mi hijo consumía y yo caí. Caí porque como me decía que me quería, pues yo decía, si me quiere tanto como él dice, entonces lo dejará por mí. La culpa fue mía, yo puse el brazo”.
“Me llegué a prostituir y todo, por una micro que vale 10 euros”
La culpabilidad es uno de los sentimientos que más atormenta a las mujeres, dentro y fuera de prisión. Pero eso daría para otro artículo. Estas mujeres son conscientes de las acciones que algunas han llegado a realizar por conseguir dinero para comprar droga. “Yo me llegué a prostituir y todo, por una micro que
vale 10 euros”. Algunas lo hicieron estando embarazadas. Drogarse y prostituirse. Tamara (n.f.) está arrepentida: “Me han quitado a mi hijo porque pasaba de él. Fui tonta, prefería las drogas a pasar tiempo con mi hijo”.
Diferencias entre hombres y mujeres consumidores en prisión
Esto es un punto de inflexión. Aquí entran los estereotipos de género. Segunda barrera. No se ve de la misma forma en la sociedad a un hombre, padre, consumidor que, a una mujer, madre, consumidora. Ella suele ser más juzgada y abandonada por sus actos. Así lo muestran los resultados del último informe de la Fundación FIADYS ‘La situación de las mujeres con problemas de consumo de sustancias en centros mixtos. Análisis de las barreras de acceso al tratamiento’.
Ellas tienen más miedo a conseguir un empleo, a perder la custodia de los menores y una peor relación con sus familiares. Los hombres tienen más apoyos fuera de prisión que ellas y consideran que no es tan complicado conseguir un trabajo. O que, al menos, no lo tendrían tan difícil. Este pensamiento es compartido por gran parte de las internas entrevistadas. Laura (nf) lo ejemplifica: “He salido de prisión y no he tenido una puerta a la que llamar”. Mónica (nf) comparte, sin saberlo, su experiencia con Laura: “Estoy sola. Mi madre falleció y solo la tenía a ella para hablar y para ayudarme. Tengo a mi hermano, pero él no demuestra ganas de que vuelva con ellos por mi pasado y mi consumo. No le importo a nadie“.
Hay que saber primero qué es lo que les ha llevado a consumir
Está claro que todas las mujeres entrevistadas en este informe están en prisión por haber cometido uno o varios delitos. Pero para poder tratar su adicción de forma eficiente hay que saber primero qué es lo que les ha llevado a consumir, de qué están hechas las piedras que llevan en su mochila y que tanto, tantísimo, pesan.
Según analizan las investigadoras en el informe, es fundamental tratar la adicción con perspectiva de género. Es decir, ir a la raíz del problema. Algo que, de momento, no ocurre o no tanto como debería.
“Acudí al médico porque me vieron muy afectada. Empecé a tener crisis nerviosas, crisis de agresividad… Intenté buscar ayuda. Me dieron Alprazolam y Lorazepam de dos miligramos“, relata Marta (nf) del Centro Penitenciario de Tenerife II. Esta es la tercera barrera, porque, sí, los programas se ofrecen a las mujeres, pero si no se tiene en cuenta el pasado de esta interna es muy probable que acabe rechazando el tratamiento.
Más complicado para víctimas de violencia de género
“Hay que poner en primer plano el hecho de que son víctimas. Luego también son consumidoras. Son victimarias, delincuentes e internas. Pero si no ponemos en primer plano el hecho de que son víctimas y que eso tiene un impacto en esa persona de su realidad… es muy difícil”, apunta la investigadora. Aquí reside el mayor problema para las mujeres “solo queremos un poquito más de atención, más apoyo psicológico aquí para todas“. Muchas no quieren ir a esos programas de tratamiento porque se encuentran en un lugar hostil, con hombres que les recuerdan a su pasado traumático y lo que podría suponer una auténtica traba para avanzar en su proceso de recuperación y reinserción en la comunidad.
“Si has sido víctima de violencia de género cuando estabas en libertad, antes de ingresar en prisión, lo más seguro es que no haya podido haber un proceso de trabajo terapéutico. Es decir, de reparación de esa victimización. Y de repente, que te ofrezcan un programa de tratamiento con hombres… por mucho que sea para consumo de sustancias puede dificultar que esas mujeres se sientan cómodas”, concluye la investigadora Meritxell Pérez.