Han absuelto a Dani Alves solo porque un tribunal considera que la víctima no es fiable. La idea no es nueva. Desde el inicio de los tiempos, para los hombres, que son los que han escrito la historia, las mujeres nunca hemos sido de fiar. Un arquetipo que ilustra Pandora al abrir la caja con, ni más ni menos, que todos los males de la humanidad o Eva, que mordió una manzana y condenó al mundo. El trazo con el que se dibujó a las primeras féminas pervive y no es complicado escuchar hoy en una conversación informal esa caricatura de señoras que acusan a los hombres de algún delito por vicio, para arruinarles la vida, como ya hicimos con Adán.
El diablo hablaba a través de las mujeres
Beatriz Gimeno, política y escritora, estudió filología bíblica y explica que “todas las religiones patriarcales (casi todas) albergan un mito fundacional en el que el mal llega al mundo por medio de una mujer y, generalmente, a través de la palabra. Desde el mismo comienzo de la cultura la palabra de la mujer es peligrosa y mentirosa. Hasta hace nada, y aún en bastantes países, el testimonio de una mujer vale la mitad que el de un hombre ante un tribunal”. ¿Les suena?
Gimeno recuerda que muchos insultos también están relacionados con la mujer y su palabra. “Se piensa que las mujeres hablan mucho y mal, que son cotillas y mentirosas, por lo que hay que callarlas, aunque según todos los estudios, hablamos mucho menos que ellos. Esta idea lleva con nosotros miles de años, no es fácil de desmontar. Muchos de esos mitos siguen funcionando hoy día. Aparecen al comienzo del patriarcado, es decir, de la historia y pasan a través de Grecia y Roma. Para estás religiones el diablo hablaba a través de las mujeres, de ahí el miedo a que ellas pronunciaran palabra. En realidad, era el miedo a que protestaran“, apunta.

Los sacerdotes se tenían que proteger de las mujeres
El historiador Lucio Martínez Pereda coincide en que “el diablo y la mujer compartían en el imaginario religioso medieval la capacidad para ocultarse, disfrazando sus intenciones para así engañar a los hombres y hacerlos pecar. Un dato muy significativo sobre esta cuestión es que los sacerdotes cuando eran preparados para administrar la confesión tenían que protegerse de las mujeres. En su experiencia confesora inicial impartían la confesión a niños, posteriormente podían hacerlo con hombres adultos y cuando se consideraba que habían adquirido la preparación y experiencia suficiente, sólo entonces, estaban autorizados y preparados para enfrentar la confesión de mujeres. La iglesia medieval estableció y extendió este imaginario cultural del carácter pseudo diabólico y mentiroso de la mujer por naturaleza”.
La socióloga, Alejandra Nuño, asegura que a lo largo de la historia, también “el cuerpo de la mujer ha sido objeto de desconfianza, ligado a lo irracional, lo incontrolable y lo peligroso. Desde mitos fundacionales hasta estructuras sociales contemporáneas, la feminidad ha sido interpretada como una amenaza al orden establecido, ya sea por su relación con la sexualidad, la maternidad o el poder. Esta percepción tiene raíces en discursos científicos, filosóficos y religiosos que han marcado a las sociedades humanas durante siglos”.
El útero errante de Hipócrates que causaba enfermedades
“Desde la antigua Grecia hasta la medicina del siglo XIX, el cuerpo femenino ha sido descrito como inestable y propenso a la histeria. La teoría del útero errante de Hipócrates sostenía que el útero podía desplazarse dentro del cuerpo, causando enfermedades mentales y emocionales. Esta visión reforzó la idea de que las mujeres eran irracionales e impredecibles, justificando su exclusión de la política y la educación”, señala Nuño.
Durante siglos, la mujer ha sido relegada al ámbito privado mientras que el espacio público se ha reservado para los hombres. Su irrupción en estos espacios ha sido recibida con desconfianza, cuenta Nuño, y pone como ejemplo, cómo en la Revolución Francesa, las mujeres que participaron activamente fueron vistas como “monstruos de la naturaleza” que desafiaban el orden establecido, asociando su participación con el caos y la anarquía.
Conspiradoras y brujas
Pero no solo éramos monstruos por luchar por nuestros derechos, en contextos históricos de crisis o cambio, las mujeres han sido vistas como conspiradoras, como recuerda la socióloga. “En la Edad Media, las brujas eran acusadas de pactos con el diablo, basándose en la idea de que eran más susceptibles a la corrupción espiritual. Esta desconfianza llevó a persecuciones masivas, reflejando el temor a su supuesta capacidad de manipulación y engaño. En muchas sociedades tradicionales, el cuerpo femenino ha estado vinculado a lo sobrenatural. La menstruación, el embarazo y el parto fueron vistos como fenómenos misteriosos y, por lo tanto, peligrosos. En culturas de África y América precolombina, existían restricciones sobre las mujeres menstruantes, bajo la idea de que podían debilitar a los guerreros o alterar el orden cósmico”.
Las mujeres no tenían criterio y por eso no podían votar
Para el sociólogo y antropólogo David Veloso, todas estas ideas parten de “una cultura que ha estructurado los saberes y las instituciones en torno a una visión androcéntrica de la humanidad, en la que la racionalidad de las mujeres se ha definido históricamente por el predominio de lo emocional frente a la razón. Esta idea se basa en que las mujeres son inestables, histéricas y en última instancia poco confiables“. Veloso cree que se aprecia de forma muy clara en los debates de la época sobre el sufragio universal, “en el fondo está la desconfianza hacia el criterio propio de las mujeres en la toma de decisiones. No nos olvidemos que, en términos históricos, el derecho al voto de las mujeres es una conquista muy reciente de nuestras democracias”.
Las “mujeres fatales”: seductoras, traicioneras y peligrosas para los hombres
En el cine negro y la literatura de la posguerra, se popularizó la figura de la mujer fatal, representada como seductora, traicionera y peligrosa para los hombres, lo que para Alejandra Nuño refleja un miedo a la independencia femenina. “A lo largo del siglo XX, las mujeres fueron excluidas de la ciencia y la política con el argumento de que eran demasiado emocionales e incapaces de tomar decisiones racionales. Incluso figuras como Rosalind Franklin, quien contribuyó al descubrimiento del ADN, fueron marginadas en su momento”.

La idea de que las mujeres no somos fiables, como hemos visto, viene de lejos y resulta obvio, tras la sentencia de absolución de Dani Alves, que sus coletazos nos siguen golpeando en la cara a día de hoy. Marta Cabezas, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, doctora en Antropología e investigadora en estudios de género, cree que “hay narrativas de las que debemos sospechar en función de sus efectos, y esta es una de ellas. Cuando se trata de efectos sistémicos que refuerzan el poder, debemos diseccionarlas, porque sirven para justificar una subordinación o una dominación estructural. Es decir, cuando determinados argumentos que resuenan en los juzgados –como que las mujeres realizamos denuncias falsas y somos mentirosas- sirven para desactivar los resquicios que la justicia patriarcal nos permite, hay algo de lo que debemos sospechar”.
El bulo de las denuncias falsas y el falso SAP
“Este tipo de creencias y estereotipos -como el de la mujer mentirosa- sustentan la creencia de que las denuncias de las mujeres por violencias machistas son falsas. Esta descalificación de las mujeres debe hacernos reflexionar sobre movimientos, conscientes o inconscientes, más o menos organizados políticamente, o más difusos en la sociedad, que se oponen a la emancipación de las mujeres”, advierte Cabezas.
La antropóloga señala “los movimientos feministas han ido abriendo brecha en la justicia patriarcal. Celebramos la aprobación de determinadas normativas y leyes que empiezan a nombrar aquello que produce dominación – como la violencia machista. Pero estos avances se esfuman cuando, una vez llegamos al juzgado, somos tachadas de mentirosas y sufrimos, además, violencia institucional machista. Y eso también es algo ante lo que debemos estar alerta y vigilar muy de cerca dónde y cómo contraataca el patriarcado”.
Se invierte el rol de víctima y agresor
“En los tribunales tenemos que defendernos frente a la justicia patriarcal. Además del riesgo de ser acusadas de mentir, existe un discurso muy típico de la ultraderecha en el que se invierte el rol de víctima y agresor. Lo que ocurre con esta inversión tan perversa, es que se convierte a la mujer víctima de violencia patriarcal en culpable de acusar falsamente a su agresor, mientras que los hombres pasan a ser vistos como víctimas de esas ‘malas mujeres’, mentirosas e histéricas, cuya palabra no merece ser escuchada. Este retorcimiento discursivo, además, se extiende en la sociedad, desacreditando a las mujeres y al feminismo en su conjunto”.
La quintaesencia de esta figura de la mujer embustera, explica Cabezas, se manifiesta también cuando una madre acude al juzgado a denunciar violencia. “Lo que sucede es que se presenta una contradenuncia en la que ella acaba siendo acusada del falso Síndrome de Alienación Parental (SAP). Lo que se hace entonces es clausurar esa denuncia, aunque la madre presente indicios, a veces muy sólidos: pruebas médicas, peritajes, informes escolares. En ese punto, el sistema judicial se revuelve contra el propio Estado, cuando esos informes que acusan al padre -y que ya conllevan una autoridad institucional- son cuestionados en sede judicial porque la contradenuncia sugiere que la madre estaría alienando a su hijo o hija. Lo que ocurre entonces es que se genera un cierre sistémico patriarcal, donde son las mujeres las que pueden acabar en la cárcel cuando intentan proteger a sus hijas e hijos. Ellas, de hecho, se llaman a sí mismas ‘madres protectoras’, pero están siendo criminalizadas”, concluye.