De la sala de vistas a la imprenta: historias de violencia

Juezas y fiscalas reúnen en Hijas del Miedo diecinueve relatos que cortan la respiración y radiografían una realidad silenciada, la de las mujeres, niñas y niños víctimas del maltrato y el machismo

Las juezas y fiscalas, acompañadas por la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, Carmen Martínez Perza

Hay esperanza. En un momento en el que jueces y fiscales copan titulares y abren informativos, la otra cara de la moneda la representan un grupo de juezas y fiscalas que han unido sus fuerzas para visibilizar los entresijos de la violencia de género. Acostumbradas a redactar sentencias, se han quitado la toga y se han sentado a escribir diecinueve relatos reales en los que plasman todo lo que no se aprecia en un fallo. A qué huele y qué hay detrás de las historias de las que han sido testigo en las salas de vistas. Todo comenzó en el club de lectura, Almudena Grandes, de la magistrada, Adoración Jiménez, cuando, mientras charlaban, cayeron en la cuenta de que las vidas sobre las que habían decidido o habían intervenido, merecían convertirse en tinta.

Mujeres que no han podido olvidar y llevan consigo

Lo explica la magistrada del Juzgado de Violencia contra la Mujer de Getafe, Cira García Domínguez, “tenemos compañeras que ya habían escrito libros y hablando alguien dijo algo así como “me encantaría escribir sobre esas mujeres que me han acompañado, me acuerdo de ellas, las llevo conmigo“; otra contestó: “Yo solo escribo un libro, si lo hago con vosotras”. Dicho y hecho. “Nos dieron una clase de escritura, que realmente no sirvió de mucho porque cada una tenemos nuestra manera de expresarnos, y marcamos una fecha tope”, recuerda.

Se pusieron manos a la obra y esta semana presentaron Hijas del Miedo, de la editorial Península, en el Ministerio de Igualdad. La energía que se contagiaba en ese salón de actos podría mover montañas. Compañerismo, amistad, respeto y amor en un ejercicio de sororidad y responsabilidad con las víctimas que inspira. Pura magia. Tal y como apuntó la magistrada, María Gavilán, “ser jueza no está reñido con la empatía”, si acaso, solo revaloriza su labor. Porque por mucho que el sistema judicial colapsado las obligue a llevar un ritmo frenético y les complique su trabajo, no han olvidado a aquella mujer, adolescente, niña, niño que acudieron al sistema a pedir ayuda y se encontraron con su compromiso social.

Prólogo de Raquel Orantes, hija de Ana Orantes

Hubo lágrimas al recordar los casos, son historias duras. Abrazos y palabras de aliento cuando alguna se emocionaba o flaqueaba, ovaciones, aplausos, gritos de “brava” mientras explicaban, micrófono en mano, cómo había sido el proceso de creación y por qué habían elegido a cada protagonista. Estaban exultantes y no es para menos porque se han convertido en la voz de las que nadie recuerda y lo han hecho juntas. Se trata de una iniciativa de la Asociación de Mujeres Juezas de España (AMJE) y el prólogo del libro lo ha escrito Raquel Orantes, la hija de Ana Orantes, imposible no encogerse cuando leyeron sus palabras: “Gracias, Ana, por todo lo que nos has hecho avanzar y crecer como mujeres libres y empoderadas, por ser un referente y un refugio de tantas otras mujeres que, al igual que tú, gritaron a los cuatro vientos: Fui una mujer maltratada, pero SE ACABÓ. Eterna siempre“.

Una radiografía de la violencia y el sistema

El libro sobrecoge, debería ser lectura obligatoria. Humaniza a las encargadas de juzgar y acusar que, en algunos casos, se ponen incluso en la piel de las víctimas, literalmente. “Me llamo Aarón. Tengo cinco años y a día 23 de diciembre de 2013, a las tres de la madrugada, acabo de contemplar horrorizado cómo mi padre le ha clavado por sorpresa un arma blanca a mi madre”, escribe la fiscala Flor de Torres. “Sara Solano Fernández. La primera vez que leí tu nombre fue en el atestado. Estábamos de guardia y era verano”, narra María Gavilán. Hay quien relata una experiencia personal como la magistrada Glòria Poyatos Matas que recuerda una vivencia de su madre, o de sus hijas, como la magistrada Victoria Rosell.

Es una radiografía de las violencias machistas en todas sus vertientes: económica, vicaria, institucional, psicológica. Está dividido en cuatro partes: “la infancia no se toca”, “¿qué llevaba puesto?”, “las que están” y “las que no están”. Todo lo recaudado por Hijas del miedo irá a parar a la plataforma, Yo sí te creo, toda una declaración de intenciones por parte de las autoras. No se puede parar de leer uno tras otro estos diecinueve relatos tan necesarios, llenos de verdad y que son una bofetada, una llamada de atención. Consiguen trasladar todo ese miedo y dolor que viven muchas mujeres y, al igual que les ocurrió a ellas, sus historias no te abandonan.