Fani lo conoció por Facebook y le hizo gracia. Pensaba que trabajaba en Amazon y tenía una vida normal; nada le hacía sospechar, al principio. Es cierto que, en ocasiones, su comportamiento le resultaba extraño, como cuando, de repente, le dio dos mil euros diciendo que los había heredado de su padre, fallecido en Santo Domingo, o aquella carpeta que siempre llevaba consigo. Así que, cuando un día, al volver de hacer la compra, se topó con ella en el maletero, decidió abrirla. Lo que encontró le cambió la vida para siempre.
Los papeles que leía, sin dar crédito, eran denuncias por robos, atracos, secuestros, estafas, violencia de género y agresiones sexuales, entre otros delitos. Fani se quedó en shock. Estaba con un delincuente. “No entendía nada, no me lo podía creer. Soy una mujer muy normal y me costó asimilar todo aquello, pero no me alejé. Decidí hablar con él”, recuerda.

Fani vive aterrorizada, a pesar de que su maltratador está en la cárcel
Fue en su busca y, cuando lo tuvo delante, le dijo que cada uno debía seguir su camino, que ella tenía tres hijos, llevaba una vida humilde y que tenían que dejarlo. Como respuesta, recibió su primera paliza. Hasta ese momento, su maltratador nunca la había agredido físicamente; sin embargo, al reflexionar, se dio cuenta de que siempre iban juntos a todas partes, que no le gustaban ninguna de sus amigas y que, en realidad, siempre intentó controlarla y aislarla.
No se atrevió a contar nada por vergüenza
Después vinieron más golpes, acompañados de frases como: “Se te tiene que meter en la cabeza que somos una familia”. Pero Fani no se atrevió a contárselo a nadie porque le daba vergüenza. “Estaba hundida y muy triste”, admite. Además, empezó a comprender cómo funciona el ciclo de la violencia: tras las palizas, él se ponía a llorar y le pedía perdón, alegando que perdía los estribos por miedo a perderla. Luego, todo volvía a ser maravilloso… hasta la siguiente paliza.

Fani sufre amenazas continuas de los compinches de su expareja
Un día, mientras ella estaba en casa, él apareció y, amenazándola con un cuchillo, le espetó: “Vámonos, que te voy a matar y te voy a meter en un pozo donde tengo otro cadáver”. Fani se aferró al sofá y le habló de sus hijos, intentando hacerle entrar en razón. Pero él lo tenía todo pensado: “Los dos mayores tienen padre y van a estar bien”, respondió fríamente. Sin embargo, no se la llevó a ningún sitio y le hizo creer que todo seguiría como antes, que nada había cambiado.
Una casa de emergencia complicada para su hijo con autismo
Con la excusa de acompañar a su madre a recoger unos resultados médicos, acudió a la comisaría a denunciarlo. La trasladaron a una casa de emergencia, una solución que no se ajustaba a sus necesidades, ya que Fani tiene un hijo con autismo al que los cambios afectan de manera muy intensa. A su agresor le impusieron una orden de alejamiento, pero quedó en libertad.
Se saltó la medida de protección en infinidad de ocasiones: la amenazaba por redes sociales, la llamaba constantemente y, un día, incluso se lanzó contra su coche cuando ella llevaba a sus hijos al colegio. En el juicio celebrado por aquel quebrantamiento, la jueza le dijo al finalizar: “Sal ya, porque él va a salir en diez minutos”. Fani no entendía por qué la justicia lo ponía en la calle una y otra vez, mientras ella seguía aislada en la casa de acogida.
Comenzaron las amenazas de miembros de la banda de su expareja
No pudo aguantar más en el centro de emergencia: su hijo empeoraba y necesitaba recuperar su vida. En ese momento, además, su maltratador perpetró un atraco que salió en los medios de comunicación. Le pusieron en busca y captura y, finalmente, acabó en la cárcel. “No por lo que me hizo a mí, sino por robar”, especifica.

Fani está en tratamiento psicológico
Cuando llegó el día del siguiente juicio, ya con un vídeo de una agresión grabado por las cámaras de su portal, Fani se sintió completamente superada. Le dijeron que pondrían una mampara y que no lo vería, pero ella podía hasta olerlo. “Decidí no declarar. Estaba aterrorizada, lo tenía a dos metros y tampoco me había servido de nada hablar en las veces anteriores, así que dije que no me acordaba de nada”, recuerda.
“Solo quiero sentirme segura”
Aunque su maltratador estaba en prisión, el calvario de Fani no terminó. Él pertenecía a una banda organizada y empezaron a llegarle amenazas de desconocidos: “No hagas nada, no denuncies”, le decían. También se acercaban a su domicilio, le rompían las ventanas y le pinchaban las ruedas del coche. Una situación que sigue viviendo a día de hoy. “Pero ya no denuncio más porque tengo miedo y nadie me ha ayudado en nada”, se lamenta.
Fani vive aterrorizada con sus tres hijos en un piso de una habitación y 46 metros cuadrados. Tiene un contrato de alquiler social del 2016 que especifica que es temporal hasta que esté disponible otro adecuado en la Mesa de Emergencia. Por eso pide que alguien le busque una nueva ubicación, en cualquier otra provincia. “Solo quiero sentirme segura, aparcar el coche sin pensar que me va a pasar algo, recuperar mi vida”, suplica.
Está en tratamiento psicológico y sufre ansiedad, depresión e insomnio. “No sé cuándo va a salir, pero para mí es como si siguiera fuera, porque no sé qué pueden hacer conmigo y con mis hijos los de su banda”, admite.
Todo este infierno tiene un lado bueno y está ayudando a Fani a “no volverse loca” y es un proyecto que ha comenzado para idear una pulsera antimaltrato. Como mujer que convive con el miedo sabe que son vitales y podrían ayudar para que nadie tenga que pasar por lo que ella ha pasado.
Sin embargo, a ratos se desespera. “A veces pienso que, si me quemo a lo bonzo en la puerta del Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramanet—donde vivo—, quizá mis hijos tengan un futuro mejor. He ido puerta por puerta y nadie me ayuda”.
Solo pide eso: que la crean y la ayuden.