“A mi hija ser buena le ha costado la vida”. Blanca Gutiérrez es la madre de Carla, una joven de 26 años, a la que su expareja, Toni, la asesinó en agosto del año pasado en Girona. Se conocían desde el instituto. Él estaba siempre solo, separado del resto, era un chico retraído. “Como mi hija había sufrido acoso escolar cuando llegó a clase y lo vio tan apartado, le dio pena y se sentó en el pupitre de al lado”. Eran adolescentes y, unos años más tarde, mantuvieron una relación de pareja que acabó al poco tiempo y quedaron como amigos. Tampoco íntimos. Sabían el uno del otro cada varios meses. Blanca le conocía. Había estado en su casa, se habían ido a cenar juntos, lo normal. No sospechaba de él, pero sí admite que le advirtió a su hija que: “Mientras esté de tu lado, bien, pero el día que lo tengas en contra, no tiene nada que perder”.
“Su obsesión era mi hija y los videojuegos, estaba enganchado“, explica. De hecho, Carla se compró un piso hace tres años y cuando se encontraron por la calle y se lo comentó, él le propuso compartir la vivienda y así le ayudaba a pagar la hipoteca. Los padres de Toni se quejaban de la cantidad de horas que dedicaba a la consola y un nuevo espacio le permitía tener la libertad de jugar el tiempo que quisiese. Carla era “muy inocente y crédula”, si Toni le decía que se había apuntado a judo y que ella tenía que hacer más deporte, Carla le hacía caso y se apuntaba a un gimnasio, por ejemplo. Blanca describe el control que ejercía sobre su hija y el empeño en aislarla de sus amistades y su propio novio, porque Carla mantenía una relación de cinco años con otro chico, al que Toni criticaba sin parar y le sacaba mil defectos. “No sé qué hace con ese novio, yo la cuidaba, tendría que estar conmigo”, le llegó a decir a Blanca el asesino.
Rompieron la amistad y empezó el acoso
Cuando empezaron a compartir piso, Toni le prohibió que su pareja subiese con la excusa de que él pagaba su parte y no le apetecía verlo. Debió de insinuarse y presionarla para volver hasta tal punto que le echó de la vivienda y dejaron de ser amigos. “Con Toni se ha acabado la amistad para siempre. No te voy a explicar cómo, pero hemos terminado muy mal”, le contó Carla a su madre. “Fue su sentencia de muerte”, asegura.
En cuanto perdió el control y la influencia sobre ella comenzó la cuenta atrás. Se hacía el encontradizo, por su barrio, por el hotel donde trabajaba. Se aprendía sus horarios, sus rutinas. Carla sabía que alguien la seguía, intentaron forzar la puerta de su casa dos veces, tenía miedo. Puso una alarma, extremó precauciones, modificó su vida. A pesar de las sospechas, no tenían la confirmación de que fuese Toni el acosador, pero Blanca le propuso a su hija hablar con sus padres para que le llamasen la atención. Carla se negó. No quería saber nada más de el.
Él la esperó en el rellano
Establecieron unas normas no escritas. Si no iba en coche, Blanca la recogía en el hotel y la acompañaba a casa. Una dinámica que cumplieron hasta el último día, el 26 de julio de 2023, cuando caminaron juntas hasta su domicilio a la salida del trabajo. “Abre la puerta y entra que me quedo más tranquila”, le dijo. “¿Seguro que no quieres subir?”, contestó Carla, pero era tarde, tenía que cenar y subió a casa sola.
La sangre fría después del crimen
Él ya estaba dentro del portal, ataviado con una sudadera, mascarilla, guantes y al acecho. En cuanto Carla desconectó la alarma, la atacó. Para procurarse una coartada, la llamó por teléfono y envió un mensaje durante la noche. Al día siguiente, marcó el teléfono de Blanca. Le dijo que estaba preocupado, pero ella pensó que su hija no le cogía el teléfono porque no quería tener contacto con él. Al salir de trabajar, Blanca se lo encontró en la puerta. “Tenemos que ir a casa de Carla, porque no contesta, sé que tienes llaves, vamos a ver qué ha pasado”, le insistió. Blanca no entendía nada. “No, no. Ya iré yo”, le dijo. “Es que he ido a su trabajo y tampoco saben nada de ella”. Las alarmas de la madre de Carla se encendieron porque ella no faltaba nunca, iba al hotel hasta con fiebre. Así que se acercó y al ver que no estaba en la recepción ya supo que algo había pasado. Se fue corriendo a casa de Carla y vio la ambulancia y los coches policiales. “Ya sabía que era mi hija”.
Toni no solo tuvo la sangre fría de ir a buscar a Blanca, tras dejarla allí, acudió de nuevo al domicilio de Carla y convenció a la vecina de arriba para que le dejase descolgarse por el balcón para comprobar que estaba bien. Entró y simuló encontrar la escena. Para los investigadores el novio de Carla era el principal sospechoso, pero cuando tomaron declaración a Toni como testigo este comentó que se le había ido de las manos y que solo quería robarle las tarjetas. Fue detenido, está en prisión a la espera de juicio.
“Me han roto la vida”
Casi un año y medio después, Blanca confiesa que está muerta en vida. “Me han roto la vida. Me he quedado más sola que la una. No tengo ilusión por nada. Trabajo, hago la compra, limpio, vuelvo al trabajo, de forma mecánica, pero no tengo ganas de nada. No puedo quedar a tomar a café con ella o llevarle un tupper con lentejas como solía hacer”, se lamenta. El dolor insoportable a veces se abre paso y piensa que cuando se recupere un poco quiere dedicarse a ayudar a otras mujeres, para que ninguna otra madre pase por lo que ella ha pasado.
Pide que estemos atentas. Si alguien se encuentra en una situación parecida, que le dé más importancia, que avise a la familia, los vecinos y las autoridades, “que no sean tan ingenuas y educadas como nosotras. Nunca hubiese pensado que él podría haber hecho algo así, no era el típico bravucón, nunca se sabe. Cuando veía las noticias de asesinatos como este siempre pensaba que le pasaba a otro tipo de gente, de determinados entornos y ambientes, pero mi hija era una niña normal y le ocurrió. Le puede pasar a cualquiera“, advierte.
Alegre, trabajadora y llena de vida
Carla tenía mucha ilusión por vivir, era muy trabajadora, alegre, inteligente, muy metódica, le encantaba hacer listas, excels, con sus planes. Era muy casera, una apasionada de las tortugas, le gustaba ver series, comer sushi y disfrutaba de su trabajo. “Iría aunque no necesitase el dinero, me encanta”, solía comentar. Había encarrilado su vida, tenía un piso, un trabajo, una pareja estable. Se reía mucho y hacía gala de un humor fino e inglés. Ha dejado un vacío inmenso en todos los que la conocían. De vez en cuando, Blanca y sus amigos se juntan para recordarla. “No reímos, lloramos, rememoramos anécdotas, bromas que hacía, situaciones que vivieron y vivimos. Es triste, pero me gusta verlos”, reconoce.
Para Blanca es muy importante que nadie se olvide de Carla porque sería como “matarla dos veces”, le molesta cuando las víctimas de violencia se convierten en solo números. Pide penas más duras para los maltratadores, “para que se lo piensen dos veces” y alerta de la violencia de género y cómo no responde a ningún perfil. “Algo no estamos haciendo bien porque sigue pasando cada dos por tres. Algo hay que hacer“-