A veces, no resulta sencillo hablar con los niños pequeños de algún tema en concreto. No es fácil explicarles que mamá y papá se van a divorciar o que papá tiene una nueva novia con la que deberán convivir en ocasiones. Cuentos como Caperucita roja, Los tres cerditos o Patito feo se quedan obsoletos si lo que deseamos es hablar de cuestiones familiares, de respeto y de género con los más pequeños.
Por eso, hace unos años, en 2020, la editorial Kalandraka, volvió a editar el cuento de Arturo y Clementina, escrito por Adela Turín y Nella Bosnia, del año 1976. En él, a través de la historia de dos tortugas llamadas Arturo y Clementina, las autoras muestran la realidad de una relación de maltrato psicológico. Obviamente, con los más pequeños no se podrá hablar directamente de violencia psicológica, pero con comentarios que él tiene con ella como “eres incapaz de aprender” o “eres tan distraída“, los niños podrán darse cuenta de que esas actitudes están mal.
Arturo y Clementina, uno de los primeros cuentos que trató la violencia de género
El 1976, Adela Turín publicó la primera edición de Arturo y Clementina. Un cuento adelantado a su época que ponía sobre la mesa un tema tabú en aquellos años: la violencia psicológica contra las mujeres. La violencia sutil que se encuentra en comentarios como “solo se aburren los tontos” cuando Clementina le expresa a su pareja que ha estado aburrida todo el día.
Pero empecemos por el principio de la historia. El cuento presenta a sus protagonistas, Arturo y Clementina, como “dos jóvenes y hermosas tortugas” que se conocieron un día de primavera al borde de un estanque. “Esa misma tarde descubrieron que estaban enamorados“, señala la autora.
Clementina tenía muchos planes de futuro, entre ellos, viajar y visitar Venecia: “Ya verás qué felices seremos. Viajaremos y descubriremos otros lagos y otras tortugas diferentes, y encontraremos otra clase de peces, y otras plantas y flores en la orilla, ¡será una vida estupenda! Iremos incluso al extranjero. ¿Sabes una cosa? Siempre he querido visitar Venecia”.
Con su alegría natural, Clementina le contaba con ilusión todo lo que quería hacer junto a él. Sin embargo, Arturo solo se limitaba a sonreír y a decir “vagamente que sí”.
Los días, transcurrieron aburridos para Clementina mientras Arturo decidía ir a pescar él solo. Al regresar Arturo para la hora de comer, ella le expresó su sentimiento: “Me he aburrido mucho“. Arturo, ante esto, la gritó y menospreció: “¿Aburrido? ¿Dices que te has aburrido? Busca algo que
hacer. El mundo esta lleno de ocupaciones interesantes. ¡Sólo se aburren los tontos!”
Clementina sintió vergüenza por “ser tonta”. Así, a los pocos días, le comentó a su pareja que le gustaría tener una flauta, “aprendería a tocarla, inventaría canciones y eso me entretendría”. Sin embargo, Arturo, una vez más, se rio de ella. “¿Tocar la flauta, tú? ¡Si ni siquiera distingues las notas! Eres incapaz de aprender. No tienes oído“, le dijo.
Esa misma noche, Arturo apareció con un tocadiscos y lo ató al caparazón de Clementina con otro comentario inapropiado: “Así no lo perderás. ¡Eres tan distraída!” La tortuga con aquel comentario creyó que Arturo tenía razón, aunque a ella le pesase mucho, porque Arturo era muy “inteligente”.
Días después, Clementina tuvo una nueva idea: quería tener unas acuarelas para pintar las flores que veía. Pero una vez más, Arturo se reía de sus ocurrencias: “¡Vaya idea ridícula! ¿Es que te crees una artista? ¡Qué bobada!”
Tras todos estos comentarios, Clementina aprendió que solo “decía tonterías”. Es por ello que pensaba que “tenía que andar con mucho cuidado o Arturo va a cansarse de tener una mujer tan estúpida”. A este punto, ya se pueden recopilar todos esos comentarios para hacerles ver a los pequeños que las ideas de Clementina no eran malas. Al contrario, era la actitud de Antonio la que debe cambiar.
Clementina, debido a los comentarios de su marido, decidió hablar poco a partir de ese momento. Eso tampoco le gustó a Arturo: “Tengo una compañera aburrida de veras. No habla nunca y, cuando habla, no dice más que disparates“.
Con el tiempo, Arturo le fue sumando cosas al caparazón de Clementina: primero un cuadro, después un florero y una enciclopedia (además del tocadiscos). Se los ataba y tenía que ir con ellos a cuestas porque según él, ella era “descuidada” y “distraída”. Al final, Clementina tenía tanto peso que no podía ni andar, por lo que la ayuda de Arturo para comer era indispensable: “¿Qué harías tú sin mí?”, le preguntaba Arturo sintiéndose importante.
Clementina pensó que no quería esa vida para ella. Empezó a cambiarla con pequeños paseos que daba por la mañana y eso le gustaba. No obstante, siempre estaba en casa a la hora de la comida para recibir a Arturo. Por su parte, él no paraba de darle cosas cada vez más pesadas para evitar que se moviera y Clementina cansada de esto y de que él le llamara “tonta” continuamente, un día se fue.
La historia que Arturo cuenta desde su marcha es totalmente distinta a lo que ocurrió: “Realmente era una ingrata la tal Clementina. No le faltaba nada. ¡Veinticinco pisos tenía su casa, y todos llena de tesoros!”
Sin embargo, los demás no veían la otra parte del cuento: todo lo que Clementina tuvo que aguantar de Arturo hasta el punto de no poder llegar a moverse por culpa de él.
Opiniones sobre Arturo y Clementina
A través de esta bonita y amena historia, los niños aprenderán a respetar, sabrán que no pueden repetir esas actitudes y podrán reprochárselo a cualquier otro niño que vea hablar mal a otro. Padres que ya han leído este cuento con sus hijos aseguran que “detectan el maltrato psicológico y el machismo“. Otra madre opina que es “un gran libro con un mensaje muy bonito de autocuidado, valoración y con nociones de responsabilidad afectiva. Muy recomendable para niños entre 3 y 6 años”.
Una profesora también llegó a ponerlo en práctica con sus alumnos: “sirve para extraer sus opiniones y conclusiones, de cómo perciben y valoran por ellos y ellas mismos/as, las diferentes situaciones que se dan a lo largo de la historia, desde el desprecio hasta la manipulación hacia Clementina“.