El ding, dong de la puerta las activa, aunque estén haciendo otra actividad, ya sea durmiendo, comiendo o en el baño. Es la voz del amo y deben acudir con la misma diligencia que bajan por el poste los bomberos ante la llamada del fuego. Las prostitutas debían presentarse en menos de 5 minutos, si no querían ser multadas, en el salón del chalet burdel, situado en la tercera planta de un total de cuatro que disponía la vivienda.
Con sus rostros maquillados, subidas sobre sus tacones y apenas cubiertas con un conjunto de lencería sexy, se presentaban delante del “cliente” para que este eligiera a la que más le gustara. Lo mismo que se hace en las ferias de ganado, pasear chotos o vacas delante del cliente para que este elija al animal. En ambos casos se permite “catar” antes de comprarlo, para asegurarse de que no es una vaca vieja.
La mujer elegida se queda en una de las habitaciones de la planta noble de la casa, compuesta por cama y sillón “de posturas”, mientras que el resto de las inquilinas del chalé burdel (una de ellas con discapacidad intelectual), regresaban dócilmente y en fila india al sótano. Un lugar sin ventanas, lleno de camas, hasta 20 en total, y con una piscina en el centro, en su día llena de agua, donde se ahogó una chica latinoamericana muy joven, y que ahora es utilizada para poner los tendederos de ropa donde se agolpan tangas y sujetadores multicolores. En este prostíbulo chalet está prohibido no estar “lista” para presentarse delante de los “clientes” las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Así que este es el uniforme, con escasos centímetros de tela de satén o encaje, que deben llevar todo el tiempo, salvo los únicos 15 minutos que les permiten salir a la calle.
Es en este zulo, sin luz exterior, donde las mujeres pasan hacinadas la mayor parte del tiempo mientras que no están “ocupadas”, las luces artificiales debían estar encendidas las 24 horas del día, ya que estaba prohibido apagarlas al más puro estilo de las torturas de guerra.
El sistema de multas era una de las fórmulas de coacción que utilizaban las proxenetas (en este caso las delincuentes eran mujeres) para someter a las víctimas, casi todas de origen latinoamericano. Multa si te quedas dormida, si no estás maquillada las 24 horas del día, si no haces lo que el cliente quiere, si no consumes drogas… Las drogas, no solo estaban obligadas a consumirlas, sino también a llevarlas encima para venderlas.
Esta cárcel burdel es real, estaba en el centro de Madrid, muchas personas ignoran que esta vulneración de todos los derechos fundamentales pueda estar ocurriendo aquí y ahora, en un lugar pleno de vida. Otros muchos lo saben y les da igual –tocan el timbre con frecuencia–, y otros pocos se lucran de ello. En nuestro país el proxenetismo cuesta muy barato. No todas las caras de este delito están condenadas, como es el caso del proxenetismo consentido.
¿Pero por qué las mujeres no salen, no corren, no denuncian? Ellas contaban al equipo de la asociación Amar Dragoste que entró al chalé burdel junto con el dispositivo de la Policía Nacional, que tienen miedo: están solas en nuestro país y no tienen a nadie. Se resignan a no tener vida, a aguantar todo lo que las pasa para poder mandar algo de dinero a casa. Todo vale, lo que sea, para dar de comer a sus hijos.
Las víctimas sufren el síndrome de indefensión aprendida, un conjunto de emociones y comportamientos como el desánimo, la depresión y la inacción ante escenarios terribles como este. Creen que, hagan lo que hagan, no va a servir para cambiar nada. Al contrario, puede empeorar.
23 de Septiembre día internacional contra la Explotación Sexual y el Trafico de Mujeres, Niñas y Niños.