31 de diciembre de 2024. Un año más, con 47 víctimas mortales por violencia de género en nuestro país, cerramos curso con negacionistas de la violencia machista. Solo hace falta leer titulares sobre el último asesinato, que siguen empeñándose en poner el foco en la víctima en vez de en el agresor y, además, darlas por “muertas” y no “asesinadas”, o comentarios en redes: “He leído en otros medios que ella fue al domicilio del presunto autor que tenía la orden de alejamiento. ¿Era masoca o a qué va allí a su casa?”.
La última mujer asesinada había denunciado malos tratos contra su verdugo. Se aplicaron las mínimas medidas cautelares contra él: orden de alejamiento y prohibición de comunicación. Ambas medidas vigentes cuando el hombre cometió el asesinato. Medidas que una vez más no fueron suficientes, a la vista está, para proteger a la víctima. La noticia para algunos, llamativa porque “la víctima convivía con su agresor pese a tener una orden de alejamiento” o “pese a haber denunciado malos tratos”; y no por, en todo caso, que “el agresor convivía con su víctima pese a tener una orden de alejamiento vigente sobre ella”.
No era ella la que debía alejarse de su agresor, sino él
No era ella la que debía alejarse de su agresor, sino él. Él era el condenado y por tanto el que debía cumplir con su sentencia. Nadie vigiló que eso fuese así. El propio delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín, en rueda de prensa, visiblemente consternado, admitía que lo que acababa de ocurrir en el barrio madrileño de Usera – lugar del crimen machista- no era más que una evidencia de que algo se está haciendo mal: “Esto a lo que nos obliga es a extremar nuestra acción para generar esas condiciones que posibiliten que las mujeres – victimas de violencia machista- rompan con todos esos círculos de dependencia económica y emocional para salir de la violencia”.
Ha asegurado también que “esta Delegación”, la de Madrid, iba a empeñarse en ello plenamente este 2025. Lo que no se sabe aún es cuantas víctimas más hacen falta para que esto último se tome en serio. Lo de actuar, lo de vigilar, lo de proteger.
“Culpamos a la víctima como si ella tuviese el control”
Para Pilar Gómez Fuentes, psicóloga y trabajadora en los Puntos Violeta de la Comunidad de Madrid, el problema sobre el por qué señalamos a la joven asesinada por su maltratador en un piso de Usera en el que convivían pese a tener una orden de alejamiento vigente sobre ella, es que es “más fácil caer en el tópico que empatizar con la víctima” porque eso supone tratar de entender “el ciclo de la violencia de género”. Y eso, queridos lectores, supone un esfuerzo que pocos están dispuestos a dar.
“Culpamos a la víctima como si de alguna manera ella tuviese el control total de su situación o pudiese escapar fácilmente, cuando en realidad la violencia de género es un ciclo complejo y sistemático en el que no solo existe la violencia física, sino que hay manifestación, control y coacción constante del agresor detrás”, apunta Gómez Fuentes. “Es fundamental entender que las víctimas no están eligiendo libremente quedarse en esa relación, sino que se encuentran atrapadas y despojadas de su autonomía debido a los factores que inciden en este ciclo de maltrato”.
A esta conversación, se suma Sonia Vaccaro, psicóloga especialista en violencia machista: “A toda esta situación hay que poner en cuestión otros factores: ¿Tenía esta víctima una red familiar en la que apoyarse? ¿Recibió la ayuda de un profesional cuando denunció que la hiciese comprender que era una mujer maltratada?”. La mujer asesinada en Usera era paraguaya. Y este dato solo debería importarnos para abordar la siguiente cuestión: ¿Qué ayudas y/o atención reciben las mujeres migrantes en una situación de maltrato en nuestro país?
Violencia de género y la cuestión racial
Según la Ley Integral contra la Violencia de Género, de 2004, los mismos que una mujer española maltratada. Así se detalla en el artículo 17 de esta Ley Orgánica: “Garantiza los derechos en ella reconocidos a todas las mujeres víctimas de violencia de género con independencia de su origen, religión o cualquier otra circunstancia personal o social”.
Lo cierto, según ambas psicólogas, es que en la práctica la mayoría de las veces no es así. “Es difícil encontrarse con alguien que pregunte a estas mujeres cuál es su historia. Que hay detrás de esa situación de acoso. Qué necesitan. A veces el motivo de esa no-preocupación es el idioma. Otras veces, la comunidad en la que viven.”, apunta Vaccaro.
Añade Gómez Fuentes que, con esto, “al final lo que se produce es un mayor trauma psicológico sobre la víctima del que ya tiene por la relación de maltrato”, “porque se siente aún más invalidada y con la sensación de que su sufrimiento y su vivencia no preocupa ni es comprendida. Eso refuerza el impedimento para salir del ciclo, sin la esperanza de recibir la ayuda. Y eso lleva a la víctima, en muchas ocasiones, a regresar a su casa con su agresor”.
Es, una vez más, un fallo estructural del sistema de protección de las víctimas de violencia machista. Por eso, señalan ambas psicólogas, “es fundamental no cuestionar a la víctima, sino ver qué estructuras están fallando en la misión de protegerla, ya sea por parte de fuerzas, de seguridad de justicia, medios de comunicación o servicios sociales”.
La mujer asesinada en Usera este 30 de diciembre es la víctima número 1.292 desde que hay registros en España (2003). 1.292 vidas arrebatadas por la violencia machista.