“Mi niño, te necesito hijo”. Gina Marín tiene anclado este mensaje en su perfil de whatsapp junto a tres emojis que lanzan besos al aire. No puede evitar que todo en su vida esté marcado por la constancia de una ausencia tan enorme: la desaparición de su hijo Henry desde el 1 de enero de 2019, cuando no regresó de una fiesta con conocidos en un chalet de Orihuela, Alicante. Para Gina, cada año que arranca de cero es una losa más.
Nunca barajó la fuga voluntaria: “Henry era un bendito. Nunca se metía en peleas, siempre estaba sonriente. Estudiaba, trabajaba y quería ser guardia civil”. Recuerda, orgullosa. Colombiana, pudo traer a sus dos hijos cuando tenían 6 y 4 años; Henry era el pequeño. “Él y Andrés estaban muy unidos. Tanto, que estos años a su hermano lo han consumido por dentro. Llegó a encararse con los chavales que saben lo que pasó y callaban… Por eso le pedí que se fuera. Prefería tenerlo lejos a perder otro hijo”.
En este tiempo, Gina ha contratado detectives, ha perdido el trabajo, los ahorros y la salud, y ha anulado incontables números de teléfono. Más que pistas, recibía llamadas intentando extorsionarla con información falsa sobre el paradero de Henry. “Descubres hasta qué punto llega la crueldad humana”, se lamenta. Aunque el primer varapalo lo recibió al ir a poner la denuncia en el cuartel: “No me la querían coger porque me decían que estaría de fiesta. Pero yo insistía, convencida de que a mi hijo le había pasado algo”. Le han llegado a decir lo obvio: que sin cuerpo no hay delito. A lo que también le ha tocado responder con la conclusión más dolorosa a la que ha llegado por no tener ninguna evidencia de lo contrario: “Ustedes, como yo, saben que mi hijo está muerto”.
El desconsuelo fue aún mayor cuando descubrió el porqué: “A mi hijo lo mató a golpes un compañero de piso que era un maltratador machista, al que Henry amenazó con denunciar por violar a su novia”, zanja sin rodeos. Ya no se calla. Le costó mucho llegar a esta verdad que le reveló uno de los jóvenes que estaban aquella noche en la fiesta. Gina conocía al presunto agresor: Álex, un islandés conflictivo y muy violento. Pero también a la víctima, sin saberlo. Gina la había alojado unos días en casa porque así se lo había pedido Henry. “En ese momento sólo me dijo que ya me contaría”. Pero nunca más volvió a hablar con él.
El relato de terror que escuchó lo tiene grabado a fuego. “Álex lo golpeó sin parar en la cabeza. Me llegaron a describir el sonido de los golpes como si explotaran petardos”. Una descripción que recibió como si fuera la sentencia de muerte de su hijo. El vídeo que le mostraron le confirmó lo peor: “Cuando lo vi, me desmayé. Henry aparecía como ido, reventado a golpes, pidiendo auxilio y llamádome: ‘mamá, mamá…’”. A Gina se le rompe la voz al reproducirlo
Durante un tiempo lloró desconsolada al imaginar a su hijo deambulando en ese estado por la calle. Era la versión que dieron los testigos de la brutal paliza. De ahí que se hicieran batidas durante meses, todas infructuosas. La Guardia Civil corroboró que Henry nunca salió con vida de ese chalet: ninguna cámara de vigilancia de la zona captó su imagen y ningún transeúnte se lo cruzó en las horas en las que supuestamente se fue. En el cúmulo de actos desalmados, los jóvenes borraron el vídeo tras mostrárselo a la madre.
La única esperanza que le queda acaba de llegar del juzgado. Hace dos meses la jueza reabrió la causa y llamó a declarar al principal sospechoso, que no presentó. Ahora, se ha dictado una orden de busca y captura contra él. Creen que puede estar fuera de España, como su exnovia, que nunca denunció la presunta violación. “Mi detective la buscó y ella le dijo que le encantaría ayudarnos, que sentía que se lo debía a Henry, pero estaba atemorizada y no se atrevía a denunciarlo”.
Gina llegó a dormir al raso para vigilarlo. Se subió a árboles para observarlo sin ser vista, se disfrazó para que no la reconociera y se metió en casas abandonadas por si en alguna de ellas se habían deshecho del cuerpo de su hijo. “Para mí el confinamiento de la pandemia fue durísimo porque no podía salir a buscarlo -recuerda-. Yo solo quería morirme”. A sus 47 años se fue a Londres. Una amiga la sacó del pozo cuando apenas tenía fuerza ni dinero para comer. Atrás quedó su negocio de belleza, que hipotecó y abandonó en la búsqueda de su hijo. Ahora limpia casas y pasa 24 horas pendiente del teléfono. “Mientras no se haga justicia por Henry, esta será mi vida”.