Cuando la hija de Carmen (nombre ficticio) ve una patrulla de la Guardia Civil por la calle le pregunta: “¿Van a por papá?”. Es lógico. Esta niña de nueve años primero fue víctima de violencia de género, los hijos de las mujeres maltratadas se consideran víctimas. Fue testigo de todos la violencia desde que nació, que fue cuando el agresor mostró su verdadera cara, hasta los cuatro años. Ha vivido situaciones salvajes como cuando en una de las visitas le cortaron la melena larga que adoraba por las orejas y le tiñeron el pelo, ha tenido que perderse cumpleaños, bodas, cuando vuelve de los encuentros está nerviosa, sin los deberes hechos y le está pasando factura a nivel emocional. Se tuvo que acostumbrar a que dos policías la acompañasen al colegio y a cualquier gestión con su madre, ha tenido que coincidir en clase con una hermana, porque su padre tuvo varios hijos con otras mujeres mientras mantenía la relación con Carmen, ha roto su hucha para pagar excursiones escolares mientras estaba con él y además, la Guardia Civil de Tráfico en más de una ocasión, ha pillado a su padre conduciendo borracho con ella en el coche.
La madre del maltratador se encierra por la noches con pestillo con la niña para que no pueda hacerle nada
Cuando la niña ha sufrido algún problema de salud, ha tenido que ser un juzgado quien decida que la madre se hiciese cargo de ella, ante la negligencia paterna. La madre del maltratador explicó a la jueza que sabía que la niña no quería ver a su hijo, que cuando está con Carmen está feliz, tranquila y con brillo en los ojos. Tras esta declaración, él agredió a su progenitora delante de la Guardia Civil. Cuando le toca estar con su padre, la abuela duerme con la niña con el pestillo echado para que él no entre. Esta es la situación que vive una niña de nueve años que en pocas semanas volverá a ser obligada a pasar una temporada con él. Una auténtica tortura, un despropósito. Desde 2021, la ley integral de protección a la Infancia (Lopivi) prohíbe que los investigados y condenados por violencia de género tengan derecho a visitas con sus hijos e hijas. Solo se permite como excepción, si supone el interés superior del menor de edad.
Le puso un GPS al coche de Carmen para tenerla localizada y se presentaba donde estaba
La expareja de Carmen le envió una foto con una escopeta, embistió su coche contra el suyo en dos ocasiones, en uno de esos ataques su hija perfectamente podría haber ido en el vehículo. Un día al salir del juzgado la atropelló delante de la Guardia Civil. Tras este ataque Carmen fue catalogada como una víctima de riesgo extremo, se temía por su vida. Tan solo un mes y medio después de aquello, la obligaron a entregar a su hija al agresor sin saber qué podría pasar. Carmen lo recuerda con pavor. Después, volvió a embestir su coche contra su vehículo otras dos veces. Ha quebrantado la orden de alejamiento en infinidad de ocasiones tanto físicamente como con mensajes de texto y a través de terceros. Le ha puesto un GPS en el coche para tenerla localizada, la ha amenazado, no le ha devuelto a la niña cuando le correspondía, no le pasa la pensión ni contribuye a los gastos excepcionales, bebe, tenía armas en casa y aun así, nadie le ha retirado las visitas.
Un caso claro de violencia machista vicaria
Las expertas coinciden: un maltratador nunca puede ser un buen padre. Es obvio que no ejerce como tal ni le interesa el bienestar de su hija. Cuenta Carmen que llegó a verbalizarle a su hermano que pide las visitas con su la pequeña simplemente “para joderla”, en lo que parece un caso claro de violencia vicaria.
Carmen solo piensa en esa fecha cercana, en apenas unas semanas, cuando tenga que obligar a la niña a irse con su padre. “Sé que me voy a romper, no sé qué puede pasar porque ya no me sorprende nada. No puedo ver la tele porque si sale alguna noticia de violencia lo paso fatal”, confiesa. Entiende perfectamente a las madres protectoras como Juana Rivas y toda su esperanza está puesta en una Audiencia Provincial donde se dilucidará si recupera la custodia total de la pequeña. Mientras tanto, una niña de nueve años pasará las peores Navidades de su vida, que puede estar en peligro, porque los juzgados y el sistema no han hecho su trabajo.