“Yo pensaba que mi vida se había acabado, pero aquí estoy”. Fernando tiene 70 años y ha vivido toda su vida en Paiporta. La llamada “zona cero” de la letal DANA que asoló el 29 de octubre Valencia acumula basura y barro en las calles, pero también historias de esperanza. Hace falta en una pedanía en la que los primeros días se encontraron decenas de cadáveres. “Creemos que acabarán siendo más de 200 sólo en Paiporta. Es trágico”, explica a Artículo14 una vecina que vive en la entrada del pueblo.
Estamos con Pilar y Amparo, vecinas de pisos diferentes en un mismo bloque, pero desde hace una semana hermanas. Ambas estaban asomadas a sendos balcones el día de la tragedia observando con horror cómo bajaba el agua. “Se llevaba todo lo que encontraba a su paso. Por supuesto había coches, y uno se pregunta cómo puede tener el agua una fuerza así”. Pilar lleva una camiseta de Alejandro Sanz (“La que me pongo en los conciertos”, apostilla, como si tuviera ganas de bailar y cantar) y sonríe debajo de la mascarilla FFP2 que la protege de los gases tóxicos. “Vimos a una persona arrastrada por la corriente, pero de repente se enganchó a la reja de las ventanas del primer piso. No dejábamos de gritar. El pobre hombre parecía agotado, y a nada que viniera un electrodoméstico o un coche arrastrado por la corriente se lo llevaría por delante”.
Resultó que aquel hombre era un anciano que decidió no desfallecer. Intentaron abrirle la puerta del patio para que llegara y se pusiera a salvo, pero la corriente lo hacía imposible. “Decidimos lanzarle una cuerda, pero no sirvió de nada. Y entonces se nos ocurrió: le lanzaríamos una manguera y le arrastraríamos”, apostilla Mariana. Fernando se pasó la manguera “por debajo de los sobacos” y entre varios vecinos le auparon hasta el segundo piso. “Cuando por fin entró en casa rompimos todos a llorar. Estaba helado, helado, y tan asustado… ¿Cuánta gente habrá visto desde su ventana a vecinos arrastrados por la corriente sin poder hacer nada?”, se preguntan ambas. “Es un señor de siempre del barrio, y se le veía que no podía más. Estaba al límite de sus fuerzas”.
Estas vecinas heroicas consiguieron salvarle la vida todavía a dos personas más, a las que pudieron abrirles la calle mientras eran arrastradas sin control. Dos más consiguieron pisar suelo firme también. “De las cinco personas a las que pudimos ayudar, rescatamos a las cinco. En eso hemos tenido muchísima suerte”. Pero también comparten las críticas de muchos vecinos: están enfadados por lo muchísimo que tardó en llegar la ayuda. “El miércoles salimos a la calle a limpiar y a hacer balance de las pérdidas. Pero aquí no vino nadie. El jueves empezaron a llegar efectivos de la UME para llevarse coches, y entonces salieron las famosas equis moradas en las lunas, indicando en cuáles de ellos se había encontrado un cadáver”.
“Cuando sonó la alarma de las 20:00, ya estábamos inundados. Mi hija estaba en Benetúser y no pudo llegar aquí, se quedó atrapada en su coche; menos mal que la rescató la Guardia Civil y la llevó a dormir al cuartel, donde estuvo hasta el miércoles por la tarde. Pero como estábamos incomunicados, fueron las horas más angustiosas de nuestras vidas”. Mientras dice esto, aparece Fernando al fondo de la calle con una mascarilla azul índigo. Llega hasta feliz, directo a abrazar a su nueva familia.
“Mi mujer me dijo que no bajara a mover el coche, pero no le hice caso. Cuando llegó el agua pude salir a duras penas, y en seguida me arrastró la corriente”, relata Fernando, que acude pala en mano porque está ayudando en la calle perpendicular. “Yo pienso que sigo siendo joven, pero ya no… Ahora estoy aquí, porque Dios quiere. Miro a mis vecinos y me emociono. Si hubiesen tardado cinco minutos más, yo estaría muerto, pero Pilar me salvó cuando me lanzó la manguera”. Entonces, se queda callado, sonríe y añade: “Creo que fue mi ángel de la guarda el que me salvó”.